El Código Enigma

Justo cuando escuchamos al querido amigo del joven Alan Turing decir que "a veces son las personas que no nos imaginamos quienes hacen las cosas que nunca imaginamos", inmediatamente podemos percatarnos de una cosa: estamos ante la típica película convencional y un tanto melodramática que hará llorar a más de uno debido a las injusticias a las que se ve sometido el protagonista. Y sí, que no quede duda, El Código Enigma es una de esas innumerables cintas apegadas a una fórmula que funciona muy bien dentro de lo convencional, pero que carece realmente de algún valor cinematográfico.

Dirigida por el noruego Morten Tyldum, responsable de la película más taquillera en la historia de Noruega, Headhunters, la obra biográfica sobre el que es considerado el padre de la computación fue reverenciada por las Academias de distintos países, sobre todo por la actuación de Benedict Cumberbatch. Ganadora del Premio Óscar al Mejor Guión Adaptado, El Código Enigma es un biopic más que sigue una línea muy similar a la de La Teoría del Todo, la cual aborda la vida de otra de las grandes mentes británicas, la de Stephen Hawking, y al igual que esta termina por atarse de manos al contar una inspiracional y escueta historia sobre un fascinante personaje.

Es el alba de la Segunda Guerra Mundial. Alan Turing (Cumberbatch), un joven prodigio dedicado a las matemáticas y a la criptografía, es contratado por el gobierno británico para participar en una misión ultra secreta y de crucial importancia: descifrar el Código Enigma, la encriptación con la que el ejercito nazi se comunica entre sí. Como todo genio, Turing carece de las habilidades sociales necesarias para trabajar en equipo, por lo que pronto se aparta de sus compañeros también elegidos para esta tarea al obsesionarse con conseguir solo una cosa: construir una máquina que pueda romper el código por sí sola. Así, Turing se enfrenta no solo a un reto que podría cambiar el curso de la guerra, sino al hecho de tener que abrirse finalmente ante los demás.

La cinta nos presenta tres distintas etapas en la vida de Turing: su infancia, sus años trabajando para el gobierno y sus últimos días, en los que vivió perseguido y atormentado por el hecho de ser un homosexual viviendo en una Inglaterra intolerante y que lo castigaba como si fuera un delincuente, tanto física como psicológicamente. El enfoque principal se mantiene en los momentos de la Segunda Guerra Mundial y las otros instantes de su vida sirven para contextualizar todo el aspecto de su naturaleza. El gran problema de El Código Enigma es la manera en que todos estos hechos están contados, cuesta trabajo creer que el guión haya ganado un Premio Óscar en su última edición. Sin ningún gramo de atrevimiento, esta obra se limita única y exclusivamente a narrar la vida de Turing con el único propósito de inspirar con un melodrama simplón en el que el personaje en cuestión logra destacar a pesar de ser "diferente". ¿Y a qué se refiere con esto? ¿Diferente porque era un genio o porque era un homosexual? ¿Es que acaso no se debe de esperar nada de alguien con una preferencia sexual fuera de los estándares? El mensaje es ambiguo y tímido. El director y todos los involucrados tratan de no meterse en problemas complaciendo a todo mundo. Por si fuera poco, la trillada frase del comienzo ilustra también un machismo casi inadvertido cuando Turing se la menciona a su aprendiz, Joan Clarke (Keira Knightley), cuando esta demuestra su gran capacidad para el proyecto. Sí, nadie esperaba nada de ella por ser mujer, ni siquiera él mismo. 


La actuación de Cumberbatch, la cual recibió una enorme cantidad de elogios, cae estrictamente en lo convencional y lo aceptable, nada del otro mundo. Está claro que el actor logra demostrar la ansiedad y preocupación de un hombre atormentado por sentirse diferente en una sociedad que no lo permite, pero en raras ocasiones vemos algún destello emocional que realmente logre causar un impacto. Durante toda la trama lo vemos en una posición neutral que en realidad nunca avanza ni retrocede, solo se mantiene estática. En las escenas finales,  Turing se encuentra derrotado y prisionero de su mismo cuerpo, y es aquí donde finalmente vemos una reacción suya ante todo lo sucedido; desafortunadamente, ya es demasiado tarde, el director pretende que nos identifiquemos con el protagonista a solo unos minutos de de que todo termine.

Como era de esperarse, el melodrama se mantiene a la orden del día y comandando escenas sobrantes como en la que uno de los integrantes del proyecto tiene que dejar que uno de sus familiares muera para ocultar el gran descubrimiento de Turing y su equipo. Con lágrimas en los ojos, el hombre pide clemencia para su ser querido, pero el tajante Turing se niega a dejarse llevar por los emociones. Poco efectiva y bastante ridícula, este momento es solo uno en los que todo pasa a segundo de plano para dar paso a los sentimentalismos baratos. 

Para sorpresa de más de uno, quizá el gran mérito de Tyldum en este trabajo es el hecho de haber logrado sacar algo de Keira Knightley, quien por primera vez en muchos años no resulta irritante en la pantalla. Sus discretas, pero significativas apariciones, vuelven a su personaje uno lo bastante serio para ser tomado en cuenta. Si bien tampoco es extraordinaria, la dosis de Knightley es la justa para hacerlo uno de los aspectos más destacados de la película.

Uno de los aspectos que sí vale la pena reconocer son algunas de las características que presenta el personaje de Turing. Su amor por lo artificial y lo mecánico contrasta con lo que siente por las personas que se encuentran a su alrededor. Es precisamente esto lo que lo ha convertido en una especie de desadaptado. Puede que esto justifique la contenida actuación de Cumberbatch, pero cuando vemos la escena en la que es interrogado por un detective nos queda claro que había algo más en esta encarnación, algo un tanto más profundo que dejara expuesto el verdadero sentir de un hombre el cual no podía ser quien de verdad quería ser.

La romántica visión de Turing en El Código Enigma deja bastante que desear. Esas auto limitaciones que directores como Tyldum y James Marsh se han impuesto al tratar la vida de figuras emblemáticas del siglo XX resultan una verdadera lástima. La intención de mostrar el triunfo de alguien "diferente" no salió bien para el director y su equipo; en su lugar nos han regalado una pobre y poco efectiva historia que pudo haber salido mucho mejor.

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