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St. Vincent es una comedia fresca y ligera que destaca de entre los interminables absurdos hollywoodenses que inundan la cartelera cada semana. Murray, como Vincent, es el principal atractivo gracias a una interpretación que, aunque no resulte nada del otro mundo, termina por ser honesta, creíble y altamente convincente.
Sin tratar de ser complicada o algo más allá, la cinta utiliza varios clichés narrativos como la pareja dispareja y el concepto de que las apariencias engañan para contar una historia sobre redención; esto con una comedia discreta sin llegar a ser ridícula ni melosa, lo cual se agradece bastante.
Desafortunadamente, Murray acapara la mayor parte de la atención, pues la representación tan blanda de personajes como el de McCarthy, no dejan espacio para un desarrollo realmente significativo. Por otro lado, otras actuaciones dejan bastante que desear, como la de Naomi Watts en el papel de la grosera y convenciera prostituta rusa, lo más cercano a lo que Vincent puede considerar como un amigo al principio de esta historia.
El título de la película viene de un proyecto que dejan a Oliver en la escuela de buscar a una persona de la actualidad que tenga los requerimientos necesarios para ser considerada para la santidad. Por supuesto, el niño escoge a su nuevo amigo, en quien ve un sinfín de virtudes además de todos los grandes defectos y vicios que destacan a su persona.
St. Vincent es predecible y sin algún atributo extraordinario, pero vaya que a veces es necesario encontrarse con películas como esta que nos recuerden un poco que las comedias convencionales pueden llegar a tener cierto valor cuando dejan de lado la ridiculez, la vulgaridad y el mal gusto.
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