Ridley Scott es uno de los directos más prolíficos de Hollywood. Desde finales de los 70, el inglés se ha mantenido activo incursionando en géneros como el cine épico, el bélico, drama, thriller político y por supuesto, la ciencia ficción, con el cual nos regaló dos de las joyas más grandes de la historia dentro de la categoría, Blade Runner y el primer capítulo de la saga de Alien. No podemos olvidar que igualmente, fuera de este género, Scott ha logrado trascender con películas como La Caída del Halcón Negro, un hiperrealista retrato de la guerrilla urbana, y Gladiador, una de las últimas grandes historias épicas que se han forjado dentro de Hollywood.
Desafortunadamente para Scott, este nuevo siglo ha tenido muchos más fracasos que aciertos. Desde La Caida del Halcón Negro (2001), estamos por ver todavía una película suya que realmente nos vuelva a emocionar. Gángster Americano (2007) bien podría ser el último esfuerzo de su parte que haya valido la pena, pero si dejamos de lado esta cinta, tenemos que remontarnos muchos años atrás para encontrar su buena época.
La épica ya no le ha resultado nada bien desde Gladiador. Robin Hood y Cruzada trataron de replicar la fórmula de esta última con resultados sumamente criticables. Por otro lado, Scott quiso regresar al género que lo puso en el mapa con Prometeo, un capítulo más en la saga de Alien, el cual solo logró desatar la ira de todos los fanáticos.
Así, el director fue confiado una vez más con una mega producción de cine épico para actualizar el mito bíblico de Moisés y el éxodo de los hebreos. Con un presupuesto de casi 150 millones de dólares y cualquier tipo de recursos a su disposición, Scott ha vuelto a demostrar que es totalmente incapaz de ya contar una relato interesante y efectivo, por lo que Éxodo: Dioses y Reyes se une a su larga lista de fracasos.
La cinta es una reinterpretación del Libro del Éxodo de la Biblia, relato que ya hemos viste en el cine en varias ocasiones y en el que tenemos de protagonista a la mítica figura de Moisés, liberador de los hebreos tras 400 años de esclavitud bajo el yugo del Egipto faraónico. Protagonizada por Christian Bale, la historia se centra en sus días como Príncipe de Egipto, su posterior exilio tras la revelación de su verdadero origen, la lucha de los judíos contra la opresión, las famosas siete plagas y el masivo éxodo hacia la Tierra Prometida.
¿Cuáles son entonces los más grandes errores de esta producción? Primero habrá que hacer la crítica que más la ha golpeado: la decisión de darle los papeles protagónicos a actores blancos. Al de día de hoy, ya a nadie sorprende la necedad de Hollywood de occidentalizar cada uno de los grandes mitos y relatos que definen a distintas culturas alrededor del mundo. Se puede incluso aceptar el hecho de que el papel de Moisés vaya a una estrella internacionalmente reconocida, pero ¿cuál es el punto de darle los otros roles a actores blancos que, uno, ni siquiera son reconocibles para la mayoría con tanto maquillaje y vestuario sobre de ellos; y dos, para aparecer nada más que unos cuantos minutos en una película con una duración de casi 2 horas y media? A muchos les sorprenderá saber que Ben Kingsley, Sigourney Weaver y Aaron Paul aparecen en pantalla. Ya con este primer punto se le resta bastante credibilidad a esta obra.
Las actuaciones dejan bastante que desear. Prácticamente, los únicos papeles relevantes en Éxodo se reducen a Moisés y a Ramsés II, interpretado por Joel Edgerton, quien no aporta nada al personaje y en ocasiones luce hasta patético. Bale hace lo que puede en el papel estelar, un claro síntoma de que Scott ha dejado ya de ser un director y más bien su función ahora es decir a cada parte de su equipo técnico lo que tienen qué hacer y poner a sus actores a recitar las trilladas líneas del guión frente la cámara.
Las libertades que el realizador y sus guionistas se tomaron resultan poco convincentes. La representación de una cultura tan rica, vasta y fascinante como la egipcia se limita a mera violencia, salvajismo y hasta una evidente ignorancia que resulta realmente indignante. Por otro lado, a los judíos nos los presentan como terroristas e incapaces de tomar decisiones por sí mismos. Quizá no era la intención, pero lo único que denota esta historia es xenofobia y total desconocimiento del contexto.
La representación de Dios como un niño malcriado, arrogante y sumamente molesto es uno de los grandes absurdos en cuestión. ¿Qué pretendían con esto? ¿Demostrar la inocencia que todavía hay en un Dios brutal y vengativo? La justificación nunca aparece.
Está de más recalcar que las dos horas y media de duración son una total tortura. El aburrimiento es inevitable y ni siquiera las escenas de las siete plagas, de las cuales se pudo haber hecho un mejor trabajo, en lugar de resaltar lo grotesco de sus efecto, logran tener un verdadero impacto. El cruce del Mar Rojo, el clímax del relato, se ve opacado por los terribles efectos especiales que se apoderan de la pantalla. Por último, el trabajo de edición y el uso de la elipsis no cumplen con los mínimos requisitos para contar una buena historia.
Tras todos estos desaciertos, lo único rescatable de Éxodo es el intento por desmitificar y humanizar una figura como la de Moisés. Aunque solo sea por unos momentos, el temor, la frustración y la desesperación logran apoderarse de él, incluso rindiéndose en la tarea que se la he encomendado.
Y aunque era lo mínimo que tenía que tener una producción como esta, el diseño de vestuario y maquillaje merecen una mención especial.
Al igual que Noé al principio del año, Éxodo: Dioses y Reyes se ha convertido ya en un enorme fracaso de la crítica y de la taquilla. Aunque por distintas razones, ambas cintas decepcionan principalmente por las malas decisiones de sus directores. Será difícil que una nueva película pueda superar lo que Cecil B. Demille y William Wyler hicieron con Los Diez Mandamientos y Ben-Hur(de la cual ya se viene un remake) respectivamente; sería buena idea que Hollywood dejara de intentarlo de una vez por todas.
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