Amor a la Carta

Trabajar, ir a casa, dormir; trabajar ir a casa, dormir; trabajar, ir a casa, dormir... ¿Familiar? El precio de vivir en alguna sociedad contemporánea es cada vez más alto, y no exclusivamente en lo económico. Esta rutina es todavía más desgastante en los países emergentes, aquellos en donde sus sistemas de transporte, de salud y demás servicios básicos están totalmente colapsados. ¿Cómo sobrevivir entonces a la vorágine que consume a la sociedad actual?

Ritesh Batra, director de Amor a la Carta, nos plantea no una solución, pero sí un bello panorama de aquellas cosas por las que todavía vale la pena levantarse. Entre tanto caos y monotonía, pocas cosas son las que pueden darnos un momento de paz, y una de ellas es, por supuesto, la hora de la comida, sagrada para tantas familias; y claro, para la India no resulta la excepción. 

Saajan (Irrfan Khan) es un contador que vive en la bulliciosa ciudad de Bombay. Solitario y habiendo dedicado buena parte de su vida a su trabajo, finalmente ha decidido jubilarse todavía a una temprana edad. Por comodidad, el hombre tiene contratado un servicio de lunch, el cual se le entrega directamente en su puesto de trabajo antes de la hora del descanso. Viviendo para trabajar, así es el día a día de Saajan.
En algún otro punto de la ciudad, Ila (Nimrat Kaur), es un ama de casa y excelente cocinera. Cada día, la mujer prepara los más exquisitos platillos para su esposo, el cual también los recibe directamente en su trabajo gracias al eficiente servicio de entrega con el que también cuenta Saajan. Un día, por algún error humano (¿o no?) la lonchera del esposo de Ila llega al puesto de Saajan, quien en un principio se extraña de la diferencia de los platillos, pero pronto queda sorprendido por el excelente sazón. Tras darse cuenta de ello, Ila comienza inesperadamente a comunicarse con él a través de cartas escondidas en la lonchera, cosa que le dará un nuevo toque especial a sus vidas.

Amor a la Carta, además de ser una discreta y poco convencional historia de amor, es también un retrato muy minucioso de la cultura hindú, justo en la encrucijada que vive un país emergente como la India, en donde los grandes edificios comienzan a ser construidos en donde los viejos fueron a las escuelas, donde el mar de espectaculares tapa el horizonte y, especialmente, en donde alcanzar una oportunidad es cada vez más difícil. Saajan e Ila son miembros de una clase media en la cual parece que es imposible alcanzar la felicidad. Por un lado, Saajan no tiene que preocuparse por mantener una familia, por lo que vive relativamente bien; sin embargo, la muerte de su esposa unos años atrás, lo ha dejado solitario y notablemente amargado. Por el otro, Ila tiene en su hija todo su mundo, pero su esposo cada vez le presta menos atención, no importa qué haga, su matrimonio se encuentra sumido en un abismo del que parece ya no hay salida. Más que del destino, el encuentro entre Ila y Saajan es un asunto de probabilidad, pues los cuentos de hadas no existen entre tanta desolación.


Conforme pasa el tiempo, ambos protagonistas comienzan a desahogar sus penas y a contar sus alegrías mediante cartas que van creciendo en extensión con cada comida. Y así es como poco a poco vamos conociendo a estos personajes. Sus escritos comienzan a poner en evidencia su infelicidad y sus miedos, pero también sus sueños y sus más alegres recuerdos. Por supuesto, la comida juega un papel sumamente importante. No cabe duda que en este tipo de culturas, en donde la familia todavía se sienta a la mesa a comer, los alimentos son los que nos dicen mucho de quien los prepara: su humor, sus costumbres, sus hábitos, sus gustos, etc. Batra lo sabe, y por eso ha hecho que los acontecimientos de su película giren alrededor de ella. 

Además del amor, el director también aborda el concepto de la amistad. Antes de retirarse, Saajan tiene que entrenar a su sucesor, Shaikh (Nawazuddin Siddiqui), un humilde y entusiasta joven que busca superarse y lograr todos los sueños en la vida. En un principio, Saajan se ve sumamente perturbado por su entrometida presencia; pero poco a poco, este comienza a dejarlo acercarse a él y hasta compartirle sus exquisitos alimentos. Y nuevamente llegamos a la comida. ¿Qué más se puede compartir en este mundo cuando realmente no se tiene nada? En una ocasión, Saajan le menciona a Ila sobre lo mal que siente al ver a los humildes trabajadores comiendo plátano y manzana en la calle como lunch. Más adelante, Shaikh siente igualmente la necesidad de compartir sus alimentos con él, un plátano y una manzana. Su amistad crece con el tiempo y es en Shaikh donde Saajan ve reflejada cierta parte de su juventud.

Uno de los más grandes aciertos de Amor a la Carta es la manera en que nos presenta la cultura y costumbres hindúes, el director no se obsesiona con mostrarnos las más arraigadas tradiciones ni los sectores más marginados de su sociedad, sino aquella clase media y en cuyos hombres cae el peso de un enorme y gran país, sin importar que este no se los recompense. Como mexicanos, y latinos en general, podemos sentirnos rápidamente identificados con ello; las horas que Saajan pasa en el transporte público, la ironía de la soledad en ciudad sobrepoblada, la paz que encontramos en nuestros alimentos y la lucha por encontrar la felicidad. 

Es curioso también cómo Batra nos enseña un poco  de orden entre tanto caos. Si bien la historia de Saajan e Ila es una muestra de cómo las cosas pueden llegar a caer en su lugar finalmente, es el perfecto sistema del servicio de entrega de comida lo que nos demuestra cómo las cosas que podrían parecer insignificantes son las que todavía mantienen a flote a una sociedad siempre a punto de quebrarse. Ila le menciona en una ocasión a Saajan que un suceso dentro de su familia le hará tomar una difícil decisión que no sabe a dónde la llevará; "tomar un tren equivocado para llegar al lugar correcto", le escribe. La historia de los protagonistas bien podría resumirse en esta frase, pero también es el síntoma más evidente de una sociedad que tiene que abrirse camino a como de lugar.

Si bien la cinta tiene algo de drama, la comedia también tiene un gran presencia, particularmente con la tía de Ila, quien vive en un departamento de un piso de arriba al de su sobrina. La mujer nunca aparece en escena, pero se comunica con ella a través de gritos desde su hogar. La tía es esa voz de la experiencia casi divina que funciona como mentor, guía y confidente para Ila. Por supuesto, cada una de sus intervenciones resulta sumamente cómica. En resumen, la tía es esa parte del pueblo que todavía le ve lo bueno a la vida a pesar de todo.

Uno de los momentos más importantes de la película pone nuevamente sobre la mesa la calidad de vida en una ciudad como Bombay. Cerca del final, Saajan viaja en autobús, un joven sentado le dice que si quiere sentarse, pues el ya se va a bajar en la próxima parada. De pronto, Saajan se ha hecho viejo, su existencia se ha estado yendo sin que si diera cuenta. La tristeza por la muerte de su esposa y la rutina de un trabajo lo han tenido hipnotizado todo este tiempo. Como es de esperarse, esta auto revelación pronto tiene efectos en su atípica relación con Ila, los cuales resultan determinantes para el desenlace

Resulta sumamente gratificante encontrarse con películas como esta, en donde una historia de amor con una profunda crítica social se asoma de manera inteligente. Hay que agradecerle a Batra el equilibrio que mantiene entre ambas, Amor a la Carta nunca se convierte en una típica comedia romántica ni en un drama social pobremente fundamentado. Parece como si el director simplemente hubiera tomado su cámara y hubiera elegido a uno de los ciudadanos de Bombay al azar para grabar su vida. Tenemos que aplaudir la manera en que Ila y Sajaan construyen una relación sumamente humana sin conocerse realmente. ¿Es posible todavía lograrlo en una era como la nuestra? He ahí la cuestión.

Comentarios