El Gran Hotel Budapest

No cabe duda que Wes Anderson es uno de los directores más idolatrados de una nueva generación de cinéfilos. Su cuidadoso diseño de producción, su gran catálogo de personajes poco convencionales y una inconfundible imagen artística han sido determinantes para que miles de adultos jóvenes, principalmente, hayan volteado a ver al menos una parte de su obra. 

En esta ocasión, Anderson presenta quizá su trabajo más ambicioso hasta el momento, El Gran Hotel Budapest. Con un masivo y reconocido elenco, una nueva historia casi original (inspirada en los escritos del autor Stefan Zweig) y con el mismo estilo con el que el director ha enamorado a todos sus fanáticos, su nueva cinta resulta claramente tanto un éxito comercial, con su debida proporción, como de la crítica. Ahora bien, para aquellos que no estamos familiarizado del todo con Anderson,  ¿qué significa realmente El Gran Hotel Budapest?

Para poder comenzar con la reseña de esta película, hablar desde un punto de vista personal es imprescindible. Al no haber tenido la oportunidad de ver alguna de las otras cintas que conforman su filmografía, a excepción de El Fantástico Señor Zorro, sería muy tramposo de mi parte intentar colocar al Hotel Budapest en algún punto dentro del ya gran universo fílmico de Anderson; por esta razón, y además de criticarla desde un punto de vista muy personal, me centraré única y exclusivamente en lo que he visto en pantalla en esta poco más de hora y media.

Si bien El Gran Hotel Budapest es la primera película live-action que veo de este aclamado director, su particular estilo y la forma en que presenta su narrativa no me resultan del todo ajenos, por lo que puedo deducir que esta producción trae consigo varios de los elementos presentes en toda su obra y según creo, estos se convierten nuevamente en el mayor atractivo de su nuevo producción.

Como su nombre lo indica, la trama se centra en un un lujoso hotel de una república ficticia de Europa del este, específicamente en su excéntrico encargado, Gustave H. (Ralph Fiennes) y su leal botones, Zero (Tony Revolori), un inmigrante con grandes deseos de superación. Tras el misterioso asesinato de una de las principales clientas y amigas más íntimas de Gustave H., Madame D (Tilda Swinton), este último se convierte en uno de los principales sospechosos, pues la gran herencia que le ha dejado resulta incomprensible para su hijo, Dmitri (Adrien Brody). Así, perseguido por el matón de este último y la policía, Gustave H. se embarca en una aventura junto a Zero para limpiar su nombre y mantener el prestigio del Gran Hotel.


Por alguna extraña razón, no puedo encontrar un atractivo en esta película que realmente me deje maravillado. La historia es dinámica, va de un lado a otro, hay tantos detalles por apreciar; sin embargo, me parece que ahí está el asunto, la preocupación porque todo plano se vea hermoso y vibrante deja poco espacio para que los personajes se luzcan por sí mismos. Claro, Fiennes hace un buen trabajo mostrándonos la manera en que Gustave H. asume los distintos obstáculos que le pone este embrollo, primero está arriba y luego está abajo; pero el verdadero problema parece estar en Zero, un personaje que funciona como el hilo conductor de toda esta historia y con el cual deberíamos de identificarnos, desafortunadamente, sus intervenciones no me logran convencer. Por si fuera poco, su historia de amor con Agatha (Saoirse Ronan) no parece conducirlo a ningún sitio. Sí, es el amor de su vida y muchas de sus acciones son en pro de poder estar con ella, pero ¿y qué más? Hay que destacar también que Ronan luce demasiado antipática durante sus discretas apariciones.

El elenco de El Gran Hotel Budapest es sumamente vasto y hay actores que apenas tienen un par de minutos en pantalla, lo cual no está ni bien ni mal, pero hay quienes les hubiera gustado ver un poco más de Swinton, perdida en esas enormes capas de maquillaje, o de  Willem Dafoe como el brutal asesino de Dmitiri. De igual manera, el tener a Fiennes la mayor parte del tiempo frente a nosotros hablando con esos ingeniosos pero molestos diálogos, lo vuelven un personaje más irritante que memorable. No cabe duda que su actuación es buena y merece un aplauso, pero hay un punto en el que de verdad hay que suplicar que pare.

En general, la trama resulta de lo más convencional. Por supuesto, es ese toque casi mágico que Anderson le da a la película lo que la vuelve sumamente especial. Grandes sets, combinación de stop motion y live action de una manera eficaz, vibrantes colores, un diseño de producción impecable y una excelente composición realmente la hacen destacar; pero narrativamente hablando, y seguramente muchos me odiarán por esto, no hay mucho de dónde poder sacar algo de valor. El director cumple con los requerimientos para tener un buen guión, pero ninguno de sus personajes logra ser cautivante mas que por su pura imagen, lo que me da entender que el desarrollo de los mismos se ha quedado corto.

¿Algo que de verdad me haya gustado de la película? Esa manera en que Anderson sorprende con un lenguaje soez por aquí y por allá y la violencia que inesperadamente emana de sus personajes casi caricaturescos sí que me han dejado con un muy buen sabor de boca. Los movimientos de cámara, los cuales por momentos logran convertir las escenas en cuadros salidos de un cómic me parecen muy interesantes, pero estos igualmente solo levantan la película desde un punto de vista visual y no del narrativo.

En conclusión, El Gran Hotel Budapest es un muy buen trabajo y parece ser ya uno de los momentos más grandes como director para Anderson, pero simplemente esta no es, ni nunca será, una película que yo pueda llegar disfrutar.

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