El Legado del Diablo: terror inteligente incrustado en un drama familiar

El Legado del Diablo comienza con un plano secuencia que básicamente revela cómo funcionan las cosas en este pequeño y terrorífico universo. La cámara se desliza suavemente para luego introducirnos en una casa en el bosque, en donde una de las habitaciones, llena de maquetas y miniaturas, contiene una en especial que asemeja notablemente a la misma edificación a la que acabamos de entrar. Es ahí donde comienzan las acciones, un lugar habitado por una familia en pleno duelo por el fallecimiento de uno de sus integrantes. Esta presentación no solo tiene sentido cuando nos enteramos de la profesión de la madre, sino por la forma en la que fuerzas ocultas moverán a su antojo estas piezas en un diminuto mundo conformado por individuos heridos y perturbados. Catalogada como la película más espeluznante del año, El Legado del Diablo entrega una experiencia cinematográfica que pone a prueba los nervios del espectador.

La familia Graham enfrenta la muerte de la abuela Ellen, madre de Annie (Toni Collette), una artista de miniaturas con problemas de comunicación con sus hijos, Peter (Alex Wolff) y Charlie (Milly Shapiro). Mientras Annie trata de lidiar con la muerte de Ellen, con quien tenía escasa relación previo a su enfermedad, Charlie comienza a tener un comportamiento extraño, el cual relacionan con la muerte de su abuela, pues ella era realmente la única persona cercana a la niña. La situación familiar se torna más difícil cuando otro trágico evento les pega de golpe. Devastada, Annie se aleja más de Peter, quien también se ve fuertemente afectado por lo sucedido. Cuando la madre es convencida de participar en una sesión espiritista para poder hablar con sus seres queridos, cosas extrañas comienzan a suceder en su casa y alrededor de Peter, mismas que pronto revelarán los planes que fuerzas sobrenaturales tienen preparados para ellos.


Ari Aster, joven director conocido por varios controversiales cortos, hace su debut en la pantalla grande con una cinta de terror que continúa una tendencia que se ha consolidado fuertemente en los últimos años. Ambientando su relato sobrenatural en un entorno familiar roto con el que cualquiera se puede identificar, le agrega humanidad a un grupo de personajes devastados y atormentados por entes malignos que usan precisamente esta debilidad para sus malévolos fines. Aster demuestra su gran habilidad como director y, sobre todo, como guionista al construir una narrativa que resulta elusiva al principio, pero que conforme avanza se va relevando ante nosotros de formas inexplicables, estresantes e inesperadas.

El director se vale de la veteranía de Collette para concebir a su protagonista, una mujer que vuelve a enfrentarse ante circunstancias difíciles en su familia después de haber pasado por algo similar con sus padres y hermano cuando era pequeña. Si bien encontramos a Annie en pleno luto por la muerte de su madre, su estado anímico no parece el de alguien que acaba de perder a un ser querido, aunque esto no significa que algo más la aflija. La relación con sus hijos está en un punto complicado. ambos son adolescentes, pero su comportamiento no resulta ordinario; especialmente el de Charlie, quien se enfrasca en algunas actividades un tanto extrañas y hasta pavorosas. Annie trata de ser una buena madre, pero viejos recuerdos y la sombra de Ellen representan una carga que ahora sus hijos comienzan a sentir.


Aster nos sitúa en medio de un conflicto familiar cuyas raíces son rastreadas hasta una generación anterior. Annie poco a poco muestra su inseguridad como madre, sentimiento que fue reforzado por años debido a la presencia de Ellen, a quien prácticamente declara como una relativa desconocida en su funeral. Aunque esta no aparece en la historia, su relevancia puede sentirse hasta el último segundo de la cinta, pues la revelación de sus secretos es lo que propulsa la trama durante los momentos más inquietantes. De cualquier forma, Collette resulta el núcleo de este relato, pues la actriz permite que la frustración de su personaje sea palpable. Sus instantes de ira, tristeza y desconcierto son ejecutados a la perfección. Aunque al final resulta simplemente ser un instrumento de fuerzas sobrenaturales, la traumática vida de Annie es el ancla que mantiene al espectador atento y no a la expectativa por alguno susto barato.

Además de la trama, algunos elementos visuales contribuyen a acentuar esta incómoda sensación. Varios de los insertos, como los súbitos cortes de día a noche y las tomas con efecto maqueta, resultan desorientadores, sin mencionar aquellas otras escenas dentro de la casa que igualmente nos sugieren que estamos dentro de una casa de muñecas a punto de derrumbarse. Irónico resulta que Annie se dedique a este arte, pues el esmero y detalle que pone en cada uno de sus trabajos no es proporcional al que pone como madre. Las escenas que recrea con sus miniaturas no solo recrean su trama y dolor, sino que incluso funcionan como una suerte de oscuro presagio que termina por volverse realidad de alguna forma.

Esta temática familiar nos remite a otros memorables capítulos de esta nueva ola del género de terror que ha llegado al cine. En La Bruja, la paranoia consume a una familia acechada por un poder oscuro, mismo que termina por revelar la verdadera naturaleza de uno de sus integrantes. En Dulces Sueños, Mamá, la protagonista, también una madre, se descompone psicológicamente al enfrentar un sensible fallecimiento. El Legado del Diablo, quizá inadvertidamente, toma prestados elementos de estas y otras películas clásicas del estilo para forjar una narrativa original, en la cual la familia de Annie se cae a pedazos sin que nada ni nadie pueda hacer al respecto. Desafortunadamente, este filme es difícil de apreciar en una sala por una sencilla razón: el público.


La reacción de la gente ante esta cinta ha sido muy extraña. Acostumbrado a burdas historias con sustos simplones y desenlaces trillados, el espectador se topa con una clara disonancia. El Legado del Diablo es un drama familiar con un contexto sobrenatural; desafortunadamente, esta tiene que ser promocionada dentro del terror absoluto, lo cual instantáneamente genera un vínculo con un desgastado género hollywoodense que utiliza los mismos recursos una y otra vez, y que tristemente siguen atrayendo a las personas. Estar en la sala durante la proyección de la película en cuestión implica escuchar decenas de cuchicheos, preguntas absurdas, burlas de todo tipo y hasta risas. Con esto, la experiencia se ve más o menos dañada. No se trata de algo que se elige al azar en un viernes por la noche durante una salida social, sino de un relato que indaga profundamente en una dinámica familiar que ha sido corrompida por la culpa, el miedo y el arrepentimiento, misma que también resulta estar intervenida por algo cercano a Satanás.

Al acabar de verla, uno puede hacer el interesante ejercicio de armar todas las piezas y pistas que se nos presentaron desde el inicio para poder ver el cuadro completo y la forma en la que Aster construyó esta historia a partir del luto, los accidentes y la complicada relación entre padres e hijos. Esta recapitulación hace de la cinta algo más terrorífico, pues varios detalles del plan maligno que desencadena una brutal secuencia final, la cual seguro le quitará el sueño a más de uno por un par de noches. El Legado del Diablo es una película que nos adentra lentamente en un retorcido mundo idéntico al nuestro y con las mismos traumas; he ahí el verdadero pavor, el de hallar de pronto que no sabemos nada sobre nuestra familia y que quizá no estamos preparados para hacernos cargo de una.

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