Crítica - Hojas de Otoño: un tiempo propio

Qué bonita película.

¿Puede una frase tan simple —tan inmediata, tan aparentemente insulsa— resguardar un sentimiento que se expande con plenitud y melancolía? El de Aki Kaurismäki es un cine de potencias. Desde la película iniciática con vena directa musical, The Saimaa Gesture (Saimaa-ilmiö,1981) hasta su más reciente proyecto persiste un viaje de concreción lírica que va de su conocida parquedad al recurso de motivos tales como el abanico temático enfocado en la clase trabajadora. Personajes periféricos, perdedores perpetuos, héroes de lo cotidiano y lo prosaico. La lucha —o resistencia— contra los ritmos aplastantes de una vida suburbana industrializada y explotadora: madre de la distancia y la tristeza. Parábolas antididácticas en las que la búsqueda de refugios internos/interiores se hacen acompañar de lapsos sonoros atenuados y contrapuntos vigorosos, intercambios lacónicos y un sentido del humor apocado y corrosivo, soltado de improviso, casi con desgano, pero con vuelos crecientes.

Hojas de Otoño critica
Imagen: Sputnik Oy, Bufo, Pandora Film

“Toda película está en conversación con todas las otras”, nos dice Martin Scorsese en un regalo de Navidad bastante anticipado. Pensando una obra como una constelación de relaciones abiertas, la de Kaurismäki es generosa gracias a su transparencia. En Hojas de Otoño (Kuolleet Lehdet, 2023), una sala de cine se vuelve el sitio ancla para la pareja protagónica. Es el espacio que los reúne a pesar de los vientos caprichosos del destino. Donde más allá de Bresson, Godard, Melville y el resto de afiches/referencias visibles, la película con la que expresamente se pone a dialogar al mostrarla en una de sus escenas esenciales es Los Muertos No Mueren (The Dead Don’t Die, 2019), de Jim Jarmusch.

Salvando un anunciado retiro, el director finlandés —reavivador y heredero máximo del minimalismo europeo— vuelve a su vez de entre los muertos con una cinta de soledades compartidas y existencias arrebatadoras y elegíacas que no precisan de grandilocuencias narrativas. Presencias que pretenden nada más que una sencillez imperturbable, un gesto de ternura concisa y una serie de acompañamientos conmovedores.

Hojas de Otoño critica
Imagen: Sputnik Oy, Bufo, Pandora Film

Si hacemos caso al kuolleet del título en su idioma original, estaríamos no ante las hojas meramente caídas del otoño, sino ante sus hojas muertas. Arrastradas o detenidas por fuerzas que escapan a la anhelada simpleza. Es aquí cuando la música como hilo conductor y expresión suprema de lo que la voz calla se levanta en los momentos de mundano hieratismo. Y para el instante en que suena “Syntynyt Suruun Ja Puettu Pettymyksin” (“Nacido del Dolor y Vestido de Decepciones”) ya se adivina que estamos ante una obra tan maestra como modesta. Donde la aporía de lo vivaz y lo sombrío conviviendo en forma pura se traduce en emoción palmaria.

Hay una notable imprecisión epocal de la película, que sugiere una Helsinki del 2024, pero en la que pervive un diseño de producción que remite a situaciones de varias décadas atrás; con la ausencia de dispositivos móviles o los utillajes y domesticidades del pasado, como en la recurrencia de viejas radios a transistores que chocan con las noticias sociopolíticas contemporáneas —la invasión rusa a Ucrania en permanente aparición de fondo—.

Hojas de Otoño critica
Imagen: Sputnik Oy, Bufo, Pandora Film 

Porque en realidad Hojas de Otoño transcurre en un tiempo propio. En ese tiempo de tradición imperecedera en el que coexisten cine y amor. El tiempo de un Borzage, un Minnelli o un Sirk. Un tiempo de breves encuentros —Lean— o de ¿modernos? espacios finales que se abren con la profundidad del campo para personas que caminan juntas hacia la posibilidad eterna —Chaplin—. Aunque el mundo alrededor cae en pedazos algo en ese andar lo reconstruye. Cuánto necesitamos de esperanzas como esa.

Qué bonita película.

Hojas de Otoño está actualmente en cartelera. Pronto llegará a MUBI.

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