Es de sabios equivocarse. Hayao Miyazaki anunció su retiro en 2013, pero luego se retractó, pues ¿por qué negarse a sí mismo y al mundo la posibilidad de seguir creando fantásticas historias? Después de casi siete años de trabajo, El Niño y la Garza (Kimitachi wa Dō Ikiru ka, 2023) llegó para recordarnos que estamos ante uno de los cineastas más influyentes de todos los tiempos. Su nuevo trabajo es críptico pero hermoso, emotivo pero crudo. Se trata de la culminación temática de su filmografía entera; una película que emana de sus propias experiencias y de los temas que ha explorado por tantos años, desde los lamentos de una nación hasta el escapismo que ofrece la imaginación en tiempos de dificultad. Una vez más, el japonés nos asombra con una obra cargada de simbolismos, personajes memorables y una profunda historia llena de esperanza.
Imagen: Studio Ghibli |
La cinta parece extraer varias situaciones y dinámicas que hemos visto a Miyazaki y a Studio Ghibli desplegar en el pasado. La brutalidad de La Princesa Mononoke (Mononoke-Hime, 1997) y la ternura de Mi Vecino Totoro (Tonari no Totoro, 1988) permean en distintos momentos una película que, sin embargo, adquiere su propia personalidad muy temprano. Si bien podríamos estar hablando de una exploración parecida, al menos en un inicio, a la que Isao Takahata emprendió en La Tumba de las Luciérnagas (Hotaru no Haka, 1988), el filme en cuestión pronto deja ver el estilo del director y todas sus inquietudes, desde su fascinación por la aviación hasta un relato de maduración que deja el descubierto una añoranza por la familia.
Mahito (Soma Santoki), nuestro protagonista, nos recuerda a Chihiro, una joven que de pronto se ve inmersa en un mundo de espíritus y que debe hallar la forma de volver al suyo para reunirse con su familia. En El Niño y la Garza, Mahito es un chico desconcertado por una grave pérdida y el nuevo lugar al que ha llegado a vivir. El niño es nuestra ancla a la realidad, pero también la chispa que nos insta a adentrarnos en un plano superior tan peligroso como seductor. La cinta no es sencilla, de hecho, resulta fácil perderse en la narrativa, sobre todo hacia el final, cuando las ideas de Miyazaki se tornan abrumadoras y complejas filosóficamente hablando. Y, aun así, la conexión con su propuesta nunca se ve lastimada, pues el vínculo que generamos con Mahito y los demás personajes que conocemos resulta muy poderoso desde el comienzo.
Imagen: Studio Ghibli |
La cinta desarrolla numerosos conceptos, unos más oscuros que otros. Esta comienza con una meditación sobre el dolor de la guerra —latente también en Godzilla Minus One (Gojira Mainasu Wan, 2023)— para luego presentar un drama familiar centrado en el duelo y las distintas formas de lidiar con él. A partir de ahí, Miyazaki se pone muy personal al proyectar su nostalgia por la época en que vivió su madre y lo que significó para él, Mahito, entonces, se convierte en algo así como un avatar del realizador mientras explora otros mundos en busca de ella o lo que representa. Las cosas se ponen demasiado abstractas una vez que la fantasía se apodera por completo de la trama; sin embargo, los trazos que alcanzan a ser comprensibles nos permiten captar la idea principal y las preocupaciones de Miyazaki.
De igual manera, la película puede ser comparada con Alicia en el País de las Maravillas. El planteamiento de ambas es similar: dos jóvenes que llegan a universo inverosímil y sorprendente habitado por seres imposibles. La Garza (Masaki Suda) bien podría ser el Conejo Blanco; los dos se vuelven guías que aparecen aquí y por allá en la historia, ya sea como asistencia u obstáculo para los protagonistas. En suma, la influencia de Carroll se puede sentir en la obra de Miyazaki, que no duda en jugar con los absurdos para presentar instantes notablemente oscuros y otros de hilarante comedia, principalmente con la presencia de los warawara y los periquitos.
Imagen: Studio Ghibli |
El Niño y la Garza es otro hito de la animación para Studio Ghibli. El trabajo artesanal que vemos aquí es maravilloso en todo sentido; la pasión por las historias se siente en cada cuadro. Miyazaki vierte su espíritu en un relato que apela a la redención, la aceptación y a un drama familiar multigeneracional para llamar la atención del espectador y permitirle reflexionar sobre la naturaleza de la pérdida. Quizá la cinta no llegue a los niveles de emotividad de El Viaje de Chihiro (Sen to Chihiro no Kamikakushi, 2001), pero vaya que provee una sensación de asombro y paz que solo Miyazaki puede lograr.
El Niño y la Garza está actualmente en cartelera.
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