Reseña - Milagro en la Celda 7: la farsa del melodrama

El melodrama suele ser asociado con la manipulación de las emociones. En una película, el excesivo castigo que recibe el o los protagonistas despierta en el espectador algo así como un sentimiento que no sabíamos que podíamos expresar de forma tan acentuada. Dolor, empatía, lástima, ira... Las emociones parecen estar a flor de piel, pero ¿realmente podemos catalogarlas como genuinas? Y todavía más importante: ¿hay algo más valioso en aquellas historias que unas cuantas lágrimas resbalando por la mejilla?

Milagro en la Celda 7 es un melodrama en todo el sentido peyorativo de la palabra. Con una trama diseñada perfectamente para crear una falsa sensación de desconsuelo, estamos ante una cinta que no duda ni un segundo en engañar con cualquier cantidad de trucos baratos.


Durante uno de los regímenes militares de Turquía, Memo (Aras Bulut Iynemli), un padre discapacitado mentalmente y de bajos recursos, trata de darle la mejor vida posible a su pequeña hija Ova (Nisa Sofiya Aksongur). La tragedia cae sobre la familia cuando Memo se encuentra en el lugar y tiempo equivocados, por lo que no tarda en ser señalado como el responsable de un terrible acontecimiento.

Memo es enviado a prisión injustamente y sometido a un proceso judicial que pasa por alto su condición mental. En la cárcel, este no tarda en ser sometido a todo tipo de violencia debido al supuesto crimen que cometió; sin embargo, su bondadoso carácter y estoica actitud ante todo lo que ha vivido le hacen ver a los otros reos y a las autoridades de la cárcel que quizá sí sea inocente después de todo.

Milagro en la Celda 7 es un remake de la película coreana del mismo nombre, la cual ya ha sido adaptada en varias ocasiones por distintos países. Y sí, como el título lo indica, se trata de un melodrama absoluto en el que vemos cómo Memo, el afable protagonista, es sujeto a todas las injusticias e infortunios posibles; en pocas palabras, todo lo malo le ocurre al tipo durante la historia.

Por supuesto, al final, y en distintos lapos intermedios, Mehmet Ada Öztekin, el director, y sus guionistas crean todo tipo de situaciones exageradas y supuestamente devastadoras que intentan acercarnos emocionalmente a Memo y prepararnos para lo peor. Pero claro, la palabra "milagro" no está ahí de adorno, por lo que cualquiera puede imaginar cómo terminarán las cosas.


Este filme invariablemente nos remite a aquellos en el padre más optimista y bonachón, con algún tipo de impedimento físico o fuera de su control, hace todo lo posible por cuidar a su hijo o hija de una serie de terribles circunstancias. Roberto Benigni lo hizo hace años con La Vida es Bella, un clásico contemporáneo que igualmente no se modera con la carga melodramática; pero Yo Soy Sam, de Jessie Nelson, es posiblemente al precedente más inmediato y similar: un padre con una discapacidad intelectual que debe afrontar la amenaza de verse separado de su hija debido a una supuesta incapacidad de poder velar por ella.

Es verdad que, en todas ellas, la figura paterna destaca en demasía no solo por la interpretación de los respectivos actores, sino por la extrañeza de la situación. Acostumbrados a los relatos de las madres solteras dispuestas a dar la vida por sus hijos, aquellos en los que un padre por sí solo es el que debe llevar a cabo esta heroica tarea representan la otra cara de la moneda (recordemos En Búsqueda de la Felicidad o Buscando a Nemo). Lo cierto es que, en varias de estas, y principalmente en la que tenemos en cuestión, no se nos permite indagar verdaderamente en el conflicto emocional de un hombre en el mayor de los predicamentos, pues son los constantes abusos los que toman el protagonismo de sus historias.


Memo representa a este trillado personaje que persevera a pesar de todo, no por sus acciones, sino por su condición y la ayuda de otros, lo que impide que podamos seguir interesados en su arco narrativo. En Milagro en la Celda 7, quienes más o menos sufren un cambio en su manera de actuar y pensar son todos los que conviven con Memo en la prisión, principalmente el director y Askorozlu (Ilker Aksum) el líder de los reos.

Estos dos personajes, quienes poco a poco descubren la injusticia que ha tenido lugar, son posiblemente los más atractivos de una cinta que insiste en centrar su atención en la tragedia, como si Ada Özketin y sus escritores se hubieran puesto a pensar qué más podían inventar para hacer sufrir a Memo y, por consecuente, al espectador. Al final, valdría la pena reflexionar si Memo ganó más de lo que perdió.

Milagro en la Calle 7 es una farsa disfrazada con el más dulce de los mensajes. Con un final que no puede ser denominado mas que como manipulador, un villano cuya maldad hacia Memo no parece tener motivo alguno, y varios personajes desechables que solo son utilizados como chivos expiatorios o para efectos prácticos, esta película hace uso de todos los vicios del género para tratar de conmover con una trama aburrida, predecible y ridícula en distintos momentos.

Este tipo de producciones funcionan todavía a un nivel telenovela, pero para el aparato cinematográfico resultan ya demasiado arcaicas.

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