Reseña - Contra lo Imposible: una drama deportivo demasiado ordinario

Las grandes compañías se la juegan con riesgosas inversiones, los motores rugen, el ritmo cardíaco aumenta al alcanzar la máxima velocidad... Contra lo Imposible pretende satisfacer distintas necesidades emocionales en una sola película, desde la adrenalina causada por maniobras casi imposibles en una carrera hasta la frustración por un negocio en el que solo los ricos salen ganando. Y aunque por momentos la cinta se acerca a cumplir sus objetivos, los riesgos a los que continuamente se someten los protagonistas están notablemente ausentes en una trama absolutamente convencional, la cual no es más que la típica narración de los hechos reales con un toque dramático por aquí y por allá.

1963. Ford anuncia su entrada al mundo del automovilismo deportivo con la intención de darle una nueva imagen a la marca y enamorar a las nuevas generaciones. Lee Iacocca (Jon Bernthal), convence a Henry Ford II (Tracy Letts) de construir un auto para competir en la prestigiosa carrera de las 24 horas de Le Mans, competencia dominada por Ferrari. Iacocca pone manos a la obra y comienza a conformar un equipo deportivo, por lo que inmediatamente recurre a Carroll Shelby (Matt Damon), diseñador automotriz y antiguo piloto que alguna vez probó la gloria en La Mans. Este último, a sabiendas de la difícil prueba que tiene por delante, recurre a su obstinado y excéntrico viejo amigo Ken Miles (Christian Bale) para convertirlo en el piloto insignia de su nueva aventura.



James Mangold (Logan, Johnny y June: Pasión y Locura), dirige Contra lo Imposible, un drama deportivo ordinario que, como su título lo indica, relata la gesta casi heroica de un grupo de individuos empeñados en alcanzar la victoria. Como buen filme hollywoodense basado en hechos reales, la trama nos invita a inspirarnos ante la hazaña de estos imperfectos héroes, quienes parecen encarnar los valores más envidiables de Estados Unidos, a pesar de ir en contra del sistema. Y sí, todo esto se ha visto ya en innumerables ocasiones. La familiaridad de la fórmula le resta impacto a una historia que se extiende demasiado, a pesar de algunos vibrantes momentos de acción.

Matt Damon y Christian Bale encarnan a Shelby y Miles respectivamente, dos hombres comprometidos con su deporte y con la amistad que los une. Su relación es uno de los aspectos más importantes de la película, pues cuando esta es puesta a prueba la trama presenta algunos de sus cuestionamientos más válidos: ¿vale la pena sacrificarlo todo con tal de ganar? Ambos actores cumplen con buenas actuaciones internando a sus personajes en una dinámica de camaradería que funciona, pero es Bale quien destaca por sí solo proyectando la ansiedad, resistencia y espíritu ganador de Miles, sin duda la víctima más grande en todo este embrollo deportivo.


De cualquier manera, el guión no les da mucho espacio para trabajar. El desarrollo, sobre todo de Carroll, es casi nulo. Su participación se limita a un rol de jefe; la historia nunca se da un momento para explorar las tribulaciones reales del ingeniero, quien se vio obligado a dejar las carreras por una enfermedad. Bale también hace lo que puede para ser más que un impetuoso y desobediente piloto, trascendiendo el trasfondo tan ligero que se le confiere. Solo es al final, con una breve reflexión sobre el legado, que la trama parece dirigirse hacia un rumbo más significativo. Desafortunadamente, el tiempo ya no es suficiente.

Dejando de lado lo ordinario de la cinta, el exceso de masculinidad representa uno de sus problemas más notables. Mangold y los guionistas nos presentan personajes prácticamente obsesionados con los automóviles, omitiendo cualquier otro rasgo o pasión que pueda representarlos. El equipo creativo lo sabe perfectamente, por lo que han tratado de meter casi a fuerza una supuesta motivación extra, al menos para Miles, en forma de una familia. Desgraciadamente, Catriona Balfe y Noah Jupe, como la madre e hijo, simplemente se mantienen al borde de la narrativa, meros testigos de lo que su amado Ken logra a bordo de su auto.


A pesar de todo, Contra lo Imposible ofrece una mirada muy valida hacia la voracidad del capitalismo, especialmente del mundo corporativo, donde la interferencia siempre hace de las suyas tratando de quitarle todas las facultades posibles a un individuo. Aunque la representación antagónica en forma de Ford y el vicepresidente Leo Beebe (Josh Lucas) es casi caricaturesca, sus acciones y decisiones representan una amenaza palpable y muy seria que se cierne como nunca en cualquier aspecto de la sociedad occidental.

La lealtad es uno de los conceptos más importantes de la película, pero lo que Mangold y sus guionistas no pueden definir por completo es si a una causa en común o a los ideales de uno mismo, por más egoístas y agresivos que estos sean.


Contra lo Imposible vibra durante las trepidantes escenas de acción, en las que los autos pasan a milímetros de sus contrincantes y decenas de gotas de sudor chorrean por la frente de los pilotos; pero resulta tremendamente tediosa cuando intenta darnos una lección sobre la paternidad o la vida en pareja. Mangold y sus guionistas parecen estar interesados únicamente en el ego de sus personajes, y cómo este se ve amedrentado ante las decisiones de los demás. Un juego de poder masculino demasiado ridículo como para soportar por más de dos horas.

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