Tiempo Compartido: el paraíso convertido en pesadilla

Es un tanto complicado definir a Tiempo Compartido, la nueva película de Sebastián Hoffman. Por un lado, nos encontramos con un inesperado thriller con varios giros que provocan cierta tensión; por el otro, una comedia oscura aguarda con risas garantizadas y situaciones tan inverosímiles como entretenidas, con las que más de uno se puede identificar. Lo cierto es que el realizador mexicano logra construir un relato versátil y visualmente atractivo que encuentra distintas maneras de adentrar al espectador en un retorcido mundo que somete a una serie de duras pruebas a las únicas personas que desean de escapar de él. 

Pedro (Luis Gerardo Méndez), su esposa Eva (Casandra Ciangherotti) y el Ratón, su hijo, llegan a Vista Mar, uno de los supuestamente lujosos resorts de Everfields en alguna playa mexicana, para vacacionar por unos días. Su estancia comienza  inmediatamente con el pie izquierdo cuando se le informa que, por un error administrativo, tendrá que compartir su villa con una familia a la que no tarda en desdeñar por invadir su espacio personal y la extrema confianza con la que se dirigen a él y los demás. Mientras, Andrés (Miguel Rodarte) y Gloria (Montserrat Marañón), esposos y empleados del hotel, lidian con sus propios problemas y el estrés postraumático de una tragedia. Visiblemente perturbados por sus respectivas situaciones, Pedro y Andrés descienden lentamente en un espiral de locura que los llevará al límite de sus emociones.


Tiempo Compartido, ganadora del premio al Mejor Guión otorgado por el jurado en la última edición del Festival de Sundance, lidia con un tema poco explorado en los últimos tiempos en la cinematografía nacional: las aspiraciones frustradas de la clase media. Hoffman no pierde tiempo en mostrarnos una versión idealizada de un estrato social en extinción, más bien se concentra en una sumamente palpable y cercana a una realidad que se asemeja más a una pesadilla que un paraíso. El director juega con esa eterna promesa de las grandes corporaciones, las cuales hacen creer que la felicidad está efectivamente al alcance de la mano, pero también de una firma que nos convierta en esclavos de por vida.

Pedro es un tipo ordinario con una urgente necesidad de disfrutar sus vacaciones, casi como cualquier persona. Aunque no comenta nada al respecto, un rastro de zozobra se puede hallar en su semblante. Conforme avanza la historia, nos enteramos de algunos detalles sobre su vida que más o menos nos ayudan a entender esa desesperación que se acentúa a su llegada a Vista Mar. Cuando enfrenta a los encargados sobre su indeseable e incomprensible situación, Pedro es sometido a un trato condescendiente y a la dura prueba de compartir su valioso tiempo con un grupo desconocidos. Sintiéndose inferior, ultrajado e incomprendido, el hombre comienza a desquiciarse y a vivir un verdadero infierno en lo que se suponía tendría que ser todo lo contrario.


Pero el vacacionista no es el único con problemas de cordura en Vista Mar. Andrés, un empleado que alguna vez fue uno de los mejores de la plantilla, ha terminado en lo más bajo del organigrama después de la tragedia que vivió junto a su esposa. Ambos han lidiado con la pérdida a su manera; pero mientras Gloria se ha decido a enterrar lo sucedido para concentrarse en su desarrollo profesional, Andrés opta por enfrentar sus demonios y a sus mismos empleadores, quienes no se han mostrado agradecidos por todos sus años de lealtad. Aunque las historias corren paralelamente con apenas algunos indicios de estar conectadas, ambos sujetos no son más que víctimas de las mentiras y avaricia de una mega corporación dispuesta a hacer lo que sea con tal de cumplir (¿o será más bien aplastar?) los sueños ajenos.

Vista Mar también es hogar de un grupo de personajes con tintes surreales, pero que para nada resultan ajenos a esta realidad. Está, por ejemplo, Marcelo, mano derecha del gerente que no duda nunca en recordarle a Pedro que sus vacaciones fueron posibles gracias a un programa de promociones, muy exitoso según sus propias palabras. Está también un instructor argentino de tenis que inmediatamente entra en conflicto con Pedro resultados desastrosos. Y no podemos dejar fuera a Tom (RJ Mitte), directivo de Everfields que visita el resort para entrenar a sus agentes de ventas y montar un complejo programa de lavado mental, mismo al que son sometidos sus empleados y todos los visitantes. Su rol, aunque pequeño, sostiene esa sátira del voraz capitalismo que rige cada una de las acciones de la empresa, las cuales terminan por pisotear las aspiraciones de Pedro y Andrés.


Hoffman plasma varios géneros en su relato y logra alternar el tono de forma muy efectiva al mismo tiempo que cambia de perspectiva. Mientras todo tipo de situaciones cómicas ocurren en las vacaciones de Pedro y su familia, Andrés vive el drama de una degradación mental que poco a poco lo sume en una inestabilidad, la cual finalmente le insta a participar activamente en la trama y vincular su insostenible existencia con la de Pedro, quien igualmente comienza a presentar síntomas de una temprana locura provocada por las oscuras intenciones de los directivos de Everfields. La cinta también tiene algunos de thriller, pues el misterio que rodea la situación, que en un comienzo parecía aleatoria, poco a poco se va desdoblando ante los protagonistas y el espectador.

Tiempo Compartido dispone también de una serie de recursos audiovisuales que redondean el gran trabajo de Hoffman. Las pertubadoras y repetitivas notas musicales, los intensos colores neón y la continua oscuridad en la que se mueven los personajes, a pesar de encontrarse en un ambiente ajeno a esta característica, convierten el concepto del paraíso al alcance de la mano en un ambiente de pesadilla que devora a sus víctimas, muchas veces sin que estos puedan darse cuenta de ello. La película nos recuerda la fragilidad de la clase media y la manera tan cruel en la que aquellos con poder juegan con sus deseos para mantenerlos comiendo de su mano. Despertar es muy difícil, pero no imposible.

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