Baby: El Aprendiz del Crimen, un viaje musical lleno de adrenalina

Resulta sumamente reconfortante saber que existen personas como Edgar Wright (El Desesperar de los Muertos, Scott Pilgrim), cineastas con un fuerte arraigo por la cultura popular y que en sus películas, a pesar de ser considerados blockbusters, no comprometen en ningún momento su visión artística. Baby: El Aprendiz del Crimen es en realidad una cinta ordinaria sobre un atraco que toma un giro inesperado y cuyos involucrados tendrán que arreglárselas para salir airosos; sin embargo, Wright ha logrado moldear el concepto a la imagen de su característico estilo, un frenético conjunto de imágenes enmarcadas por una sólida historia y una musicalización que trasciende la ambientación. No cabe duda que estamos ante una de las películas más originales y divertidas del año.

Baby (Ansel Elgort) es un intrépido y sumamente talentoso conductor que trabaja para un mafioso llamado Doc (Kevin Spacey) con el fin de pagarle una cuantiosa deuda que contrajo con él al tratar de robarle durante su adolescencia. La vida de Baby no ha sido sencilla, pues no solo ha tenido que involucrarse en un peligroso mundo, sino que de niño experimentó la pérdida de sus padres en un terrible accidente automovilístico, lo que lo provocó un daño permanente en el oído; tinnitus, un especie de zumbido que solo puede aliviar escuchando música todo el tiempo, su gran pasión. Cuando finalmente salda su deuda, Baby conoce a Debora (Lily James), una bella mesera que le devuelve la felicidad. Sin embargo, a pesar de ya no tener ningún tipo de compromiso, Doc aparece de nuevo para pedirle que haga un último trabajo al que simplemente no puede negarse debido a sus amenazas. Así, Baby pone en riesgo su nueva vida al ponerse detrás del volante una vez más.

Edgar Wright es uno de sus pocos directores comerciales que le pueden añadir a una cinta con una premisa tan simple como esta un toque que podría definirse como de autor. Si bien es cierto que la profundidad de su obra puede ser puesta a discusión, el británico es un tipo que nunca se dejará someter por las órdenes o amenazas de un estudio, tal y como lo demostró al renunciar a Ant-Man, la cual sería su mayor producción hasta ese momento. Con Baby Driver, Wright ha logrado su mayor triunfo cinematográfico. Apelando a viejos clichés de Hollywood, como el del ladrón noble o el amor imposible, este les ha dado un giro al insertarlos en un vertiginoso entorno urbano en donde lo idílico realmente no existe. Aquí hay acción, risas y adrenalina, pero también un alma, algo de lo que carecen la mayoría de los blockbusters en la actualidad.


Baby no es un personaje complejo; sin embargo, Wright lo ha concebido de una manera brillante añadiéndole una característica que lo hace único: su necesidad/fascinación por la música. Con ella, Baby adquiere una dimensión muy importante dentro y fuera de la narrativa, pues el control que ejerce sobre la reproducción de las canciones fija el ritmo y tono de lo que está por suceder. Por momentos la acción parece estar supeditada al soundtrack, pero conforme la trama avanza nos damos cuenta que se trata de algo sumamente orgánico. Curiosamente, a pesar de que Baby aparentemente tiene todo bajo control, incluso ordenando a sus compañeros que esperan a bajar del auto hasta que comience la canción en una de las escenas más meta de la película, este pierde totalmente el dominio sobre su vida.


Baby es un tipo intranquilo y víctima de un conflicto moral sobre los asuntos en los que está involucrado. A pesar de estar relacionado con mafiosos se sangre fría y criminales de todo tipo, su nobleza y entereza suelen brillar en los momentos más críticos, lo que deja al descubierto sus mayores vulnerabilidades. El conocer a Debora le devuelve un brillo a su existencia, un objetivo por el cual luchar y dejar el bajo mundo criminal para rodar en las carreteras eternamente sin rumbo fijo. La inocencia y carisma de la chica son un faro en la oscuridad en la que ha vivido, pero su aparición pone algo más en juego cuando las difíciles decisiones llegan y los tipos malos quieren hacerle daño. Baby es serio y retraído, pero en el momento que se meten con los suyos es cuando realmente lo llegamos a conocer.

En el apartado del antagonista, Wright hace un trabajo muy peculiar al rotar este papel entre los distintos personajes de la historia. Aunque en un principio parecería que Doc, su jefe, es quien pondrá en entredicho su bienestar, otros serán quien asumirán la tarea en distintas ocasiones debido a razones muy particulares que, como se mencionó anteriormente, tienen que ver con la bondad que reside en la persona de Baby.


Destacado es el trabajo visual. Bill Pope, fotógrafo, ha logrado varias espectaculares secuencias llenas de adrenalina, lo cual también es posible gracias a los efectos prácticos que utilizó la producción, algo sumamente bienvenido en una época de estandarización digital. Las coreografías y algunas tomas puntuales nos recuerdan indudablemente a La La Land, el musical que causó furor a principios de año con un ritmo que por momentos se asemeja al de Baby Driver, basta con recordar la secuencia musical en la que el protagonista camina por las calles hacia una cafetería. De igual manera, en la historia romántica podemos encontrar algunos trazos de la cinta ganadora del Óscar. El hombre amante de la música, la mujer soñadora, un desenlace inesperado... Y claro, no podemos olvidarnos de Driver, otra cinta de Ryan Gosling y a la que podríamos considerar como el hermano mayor de esta.

Con un genial soundtrack que incluye a Queen, Sky Ferreira, Focus, Run the Jewels, etc., y una inserción única a la naturaleza de la trama, Baby Driver emerge como una de las películas más originales del año no solo por lo anterior, sino por demostrar que el género de acción puede tener alma y un espíritu indomable. Con la peculiar condición de Baby y todo lo que sucede alrededor de sus peripecias, algo nos queda muy claro: la música, además de escucharse, se siente. Cuando el joven conductor toca los bocinas y revive su pasión a través de las vibraciones nos queda perfectamente claro. Todo melómano lo entiende, la música hace de esta vida algo un poco más llevadero.


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