A través de la historia, decenas de películas han explotado el escenario de la Segunda Guerra Mundial para contarnos excepcionales relatos, desde lo épico hasta lo emotivo. En la mayoría se nos sitúa del lado ganador (si es que hay alguno), o sea, de los Aliados; sus hazañas, historias de vida, milagros inesperados, etc... Esto podría indicarnos que la originalidad del tema ya se ha agotado, pero cuando nos topamos con películas como Bajo la Arena podemos decir lo contrario. Poniéndonos desde la perspectiva del bando enemigo, si es que se le puede llamar así, esta retrata una particular situación subsecuente a la guerra y nos regala un emotiva y trágica narración de los estragos causados por el conflicto.
La Segunda Guerra Mundial ha terminado. Dinamarca ha sido liberada y las tropas nazis son expulsadas del país. El sargento danés Carl Rasmussen (Roland Møller), profundamente indignado por las acciones de los nazis, no tarda en mostrar su desprecio e ira hacia los soldados alemanes que rápidamente regresan a su país. A pesar de que el conflicto ha concluido, Rasmussen todavía tiene una labor pendiente: supervisar la limpieza de minas en una de las playas de la costa oeste de Dinamarca, tarea que efectuará un contingente de soldados nazis prisioneros de guerra. Tras ser entrenados en la desactivación de las minas, un grupo de adolescentes alemanes son puestos bajo las órdenes de Rasmussen, quien en un principio no duda en dejarlos sin comer y hacerlos sufrir más, pero que con el paso del tiempo comienza a descubrir su lado más humano y olvidar las diferencias que los dividen.
Dirigida por el danés Martin Zandvliet y nominada al Óscar como Mejor Película Extranjera en la pasada entrega, Bajo la Arena es tanto un crudo recordatorio de los horrores de la guerra como un atisbo de esperanza entre las tinieblas. Demostrando que todavía pueden contarse historias originales de la Segunda Guerra Mundial al tomar un punto de vista distinto, Zandvliet nos presenta a un encomiable grupo de personajes que le dan ese toque humano a la película. Basada en una situación real en la que miles de soldados nazis fueron obligados a desactivar minas en Dinamarca antes de regresar a su país, con el peligro de morir o resultar mutilado en el intento, la cinta celebra la camaradería y la bondad en tiempos donde la enemistad y el resentimiento lo gobiernan todo.
En la primer escena, nos topamos con el sargento Rasmussen vigilando la expulsión de un regimiento nazi y golpeando salvajemente a un par de ellos. "Este es mi país. No son bienvenidos aquí", les grita mientras se mancha los puños de sangre. Su postura es entendible dadas las atrocidades que el régimen efectuó en Europa por varios años; pero hay algo más en su ser que lo caracteriza, una sed de sangre y venganza que no saciará hasta ver cómo sus enemigos sufren lo que otros más han sufrido. La posibilidad de ver a soldados nazis muriendo tratando de reparar el daño que han hecho podría ser la satisfacción que ha estado buscando; sin embargo, no podría estar más equivocado.
Al sargento le son asignados un grupo de adolescentes de no más de 16 años, niños que han tenido que convertirse en hombres a la fuerza dejando sus familias atrás y viendo morir a sus amigos y hermanos en el campo de batalla. Mostrando temple y madurez, la mayoría asume con compromiso su nuevo propósito con la esperanza de volver a casa. En el grupo destacan los gemelos Lessner (Emil y Oskar Belton), quienes se cuidan el hombro mutuamente y Sebastian (Louis Hoffman), el líder de facto del grupo que entiende la guerra mejor que sus compañeros. Zandvliet introduce a varios de estos chicos como soñadores que todavía ven una luz al final del camino; muchos piensan en lo primero que harán al volver, como hacerle el amor a una jovencita o trabajar en la fábrica del amigo de su padre. Solo los más grandes entienden que lo único que les espera es otro infierno, pues desolación y ruinas son lo único que ha dejado la guerra. Sea como sea, esta añoranza se vuelve un incentivo para cumplir cabalmente con su tarea.
El director crea un dramatismo y una gran tensión en su obra sin importar que estemos hablando de una estrictamente convencional. La posibilidad de una explosión se mantiene latente mientras los jóvenes están en la playa y aunque muy pocas llegan de sorpresa, la construcción del momento nos deja un nudo en la garganta, como aquel en el que uno de ellos llora desconsoladamente al ver sus brazos totalmente descuartizados. Las imágenes son fuertes y enmarcan una tragedia cuyas raíces nos llevan hasta el lado más oscuro del hombre y su incapacidad para tolerar.
En Bajo la Arena, Zandvliet trata de mantenerse alejado del melodrama a pesar de que la temática podría encajar a la perfección en ella. El cambio de la dinámica entre el sargento y los jóvenes es creíble gracias a las buenas actuaciones y la manera en que el director y también guionista evita caer en algún tipo de cliché. Es cierto que hay momentos en los que indudablemente sabemos que el peligro terminará en nada más que un susto para los protagonistas, pero varios de estos son seguidos por instantes de absoluta tristeza que realmente pueden llegar a causar cierta conmoción por su naturaleza, como aquella escena en la que una pequeña niña de la granja en donde viven se encuentra jugando en la zona de minas y uno de los desesperanzados chicos acude a rescatarla.
Quizá el desenlace sea el único aspecto debatible de la cinta. Este llega de manera abrupta y su desarrollo anticlimático lo hace parecer como si el tiempo se hubiera terminado y fuese necesario poner un punto final.
"Mejor ellos que nosotros", le dice un suspicaz superior al sargento cuando este trata de que los niños sean liberados prematuramente. Bajo la Arena nos recuerda que una guerra existen cualquier tipo de atrocidades en todos los bandos involucrados y quienes solo cumplen con su deber son los que terminan pagando con la vida. La simpatía que logran generar estos personajes, a pesar de tratarse de nazis y de un militar con un ferviente espíritu nacionalista, es indudable. Su amistad trasciende cualquier tipo de ideología. Al final, el sargento hace caso al sentido común. La muerte de unos niños leales y comprometidos no puede hacer algo que lleve en su conciencia para toda la vida.
En Bajo la Arena, Zandvliet trata de mantenerse alejado del melodrama a pesar de que la temática podría encajar a la perfección en ella. El cambio de la dinámica entre el sargento y los jóvenes es creíble gracias a las buenas actuaciones y la manera en que el director y también guionista evita caer en algún tipo de cliché. Es cierto que hay momentos en los que indudablemente sabemos que el peligro terminará en nada más que un susto para los protagonistas, pero varios de estos son seguidos por instantes de absoluta tristeza que realmente pueden llegar a causar cierta conmoción por su naturaleza, como aquella escena en la que una pequeña niña de la granja en donde viven se encuentra jugando en la zona de minas y uno de los desesperanzados chicos acude a rescatarla.
Quizá el desenlace sea el único aspecto debatible de la cinta. Este llega de manera abrupta y su desarrollo anticlimático lo hace parecer como si el tiempo se hubiera terminado y fuese necesario poner un punto final.
"Mejor ellos que nosotros", le dice un suspicaz superior al sargento cuando este trata de que los niños sean liberados prematuramente. Bajo la Arena nos recuerda que una guerra existen cualquier tipo de atrocidades en todos los bandos involucrados y quienes solo cumplen con su deber son los que terminan pagando con la vida. La simpatía que logran generar estos personajes, a pesar de tratarse de nazis y de un militar con un ferviente espíritu nacionalista, es indudable. Su amistad trasciende cualquier tipo de ideología. Al final, el sargento hace caso al sentido común. La muerte de unos niños leales y comprometidos no puede hacer algo que lleve en su conciencia para toda la vida.
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