Tenemos la Carne: una oscura fantasía vuelta realidad

Sometidos a los preceptos sociales en los que vivimos y a nuestro propio sentido de la moral, entregarnos a las más oscuras fantasías que se gestan dentro de nuestra mente resulta imposible, al menos si queremos seguir siendo parte de esta sociedad. De cualquier modo, estos deseos se quedan depositados en una recóndita parte de nuestra cabeza esperando que algo o alguien puede traerlos a la luz para sacar lo más primitivo de nuestro ser; el Ello, diría Freud. En Tenemos la Carne, ese catalizador emerge en forma de un misterioso y grotesco hombre que nos recuerda a un especie de Pepe el Grillo que va por ahí susurrando al oído sobre lo que podemos hacer; pero también a esa perversa voz interior que nos seduce e hipnotiza de tanto en tanto. He aquí una película mexicana transgresora que, a pesar de no ser efectiva todo el tiempo, no dejará indiferente a nadie.

Fauna (María Evoli) y Lucio (Diego Gamaliel) son dos hermanos (o al menos eso dicen) que buscan refugio del mundo exterior en un edificio abandonado. Dentro encuentran a Mariano (Noé Hernández), un extraño vagabundo sin ningún tipo de escrúpulo y con un fuerte apetito por la sangre, la carne y cualquier tipo de placer. Para dejarlos quedarse ahí, Mariano les propone hacer todo lo que él diga; así, los jóvenes se ponen a trabajar mientras son seducidos por las promesas carnales y las fantasías más perversas del vagabundo. Fauna y Lucio pronto se verán inmiscuidos en un festín sexual que desnudará completamente su ser.

Tenemos la Carne es el debut en largo del joven Emiliano Rocha Minter. Con su ópera prima, el mexicano presenta una cruda y violenta obra que ahonda en el sentido más primario de nuestra existencia. Sin importar que su trabajo raye peligrosamente en lo vulgar y hasta lo ofensivo, el director explora el significado del placer carnal de una manera brutal y directa. No existe algún tipo de concesión en esta película. Rocha Minter apela a lo grotesco y lo maligno, cualidades que nos cuesta reconocer como propias la mayor parte del tiempo. Y aunque el discurso de la película pueda perderse en ocasiones, Tenemos la Carne es sin duda un experimento visual con virtudes que vale la pena destacar.


Tres son los protagonistas de esta cinta, pero dos son los que realmente llaman la atención. Mariano es un sucio y perverso tipo que se ha entregado a lo más oscuro de su persona. Hernández encarna a un hombre cuya malicia solo es superada por su excentricidad y su peculiar forma de hablar. La aparición de los hermanos no solo le brinda la oportunidad de terminar con su proyecto, sino también la de obtener un montón de un arcilla que podrá moldear a su imagen y semejanza.

Como Fauna, Evoli es la revelación de la cinta. La joven actriz interpreta a una niña que rápidamente cae hipnotizada por las suculentas ideas que Mariano planta en su cabeza. El hombre le abre las puertas del placer y la sumerge en un torbellino de desenfrenadas pasiones que la desinhibe por completo y la convierte en un ser sediento de sangre y con un incontrolable deseo por la carne. También está Lucio, el hermano, quien durante la mayor parte de la trama se rehusa a caer presa de los encantos de Mariano, pues su consciencia parece todavía estar atada a los estatutos morales de la sociedad de la que viene. De cualquier manera, su personaje es el más débil de todos por su poco desarrollo y la mala actuación de Gamaliel.


Tenemos la Carne tiene lugar en un edificio abandonado que nos recuerda de alguna forma a Delicatessen, de Jean Pierre Jeunet, no solo por la paleta de colores y el aparente escenario postapocalíptico, sino por algunos otros detalles, como la puntual iluminación y la presencia de misteriosas entidades que tienen una especie de pacto con Mariano al ofrecerle comida desde las profundidades de la estructura. Está también el canibalismo en el que incurren los personajes, el cual adquiere una connotación sexual y siniestra a diferencia de la película francesa.

Aunque las acciones transcurren únicamente en el edificio, el sitio eventualmente toma un sentido simbólico cuando Mariano y los adolescentes terminan el trabajo que han estado haciendo. Moviéndose completamente desnudos en un entorno que asemeja oscuras cavernas, Rocha Minter nos invita a creer que estamos dentro de un útero, un lugar en donde se está gestando el renacimiento de estos individuos. Es ahí donde germina una relación incestuosa, una que satisface a Mariano en todos lo sentidos y que literalmente lo lleva a morir de placer, el único objetivo de su sacrílega doctrina.


Otra escena que ocurre dentro de este espacio uterino indaga en otro particular sentimiento que choca notablemente con el libertinaje desplegado por los protagonistas. Mariano y Fauna capturan a un soldado y lo someten a una tortura psicológica solo para asesinarlo después, no sin antes cantarle de manera irónica el himno nacional, dándole así razón suficiente para sacrificarse. Los captores, inteligentes y diabólicos, explotan las debilidades de sus víctimas para satisfacer sus deseos, tal y como hacen con otra inocente muchacha cerca del final.

El inesperado desenlace acentúa el estado en el que dejamos a los personajes. Si bien los jóvenes han sido influenciados por la malicia de Mariano, sobre todo Fauna, la convicción con la que se han entregado al deseo carnal es más fuerte que todo, incluso la posibilidad de vivir una vida "normal". La "familia" que han formado vive marginada y al día, pero sin ningún tipo de atadura social o moral.

Su condición y gusto por la carne nos remite a otra reciente obra con un tema un tanto parecido. En Voraz, una también inocente chica se transforma en un ser sediento de sangre mientras el ambiente en el que se desenvuelve parece orillarla cada vez más hacia el rechazo. Es cierto que ninguna de estas dos cintas nos deja totalmente convencidos con su discurso, pero ambas desarrollan la condición de sus protagonistas por distintas vertientes, siendo Voraz la que se decanta por el aspecto biológico.

Con una cámara que nos desorienta en ocasiones, recursos atractivos que le dan un toque particular a las escenas sexuales casi pornográficas, como el uso de la visión térmica, y unos hipnóticos visuales que hacen uso de colores rojos y azules para causar estragos en nuestra percepción, Tenemos la Carne visualiza un peligroso mundo sin complejos y límites que alimenta las oscuras fantasías que nos negamos a cumplir.

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