Voraz: la secreta pasión por la carne

ADVERTENCIA: LA SIGUIENTE RESEÑA CONTIENE VARIOS SPOILERS

La expectación que Voraz creó alrededor de su lanzamiento es algo que casi se ha vuelto una costumbre dentro del cine independiente. Con mayor frecuencia vemos cómo ciertas producciones con polémicos o innovadores conceptos se convierten en esperados estrenos de la temporada ya sea por morbo o por una verdadera intención de apreciar su contenido. Indudablemente, la cinta en cuestión permanece en la primera categoría. ¿Cuántas publicaciones en redes sociales no nos advertían de su intensa violencia y de hasta uno que otro sensible espectador que había vomitado en plena sala? El denominado hype volvió a Voraz en un objeto del deseo para todos aquellos que buscan películas "raras", la cuestión era si realmente había algo más allá de su retorcida premisa. Tristemente no es así. El filme decepciona no solo por no estar a la altura de las expectativas del morbo, sino por el vago desarrollo de una idea que ciertamente tenía un potencial enorme.

Justine (Garance Malillier) es una inocente joven que está a punto de entrar a la universidad para estudiar veterinaria. Proveniente de una familia vegetariana y comprometida fuertemente con el movimiento de la protección animal, la chica encuentra dificultades en su primer semana de clases al ser sometida a las duras novatadas y una serie de pruebas impuestas por los alumnos mayores, entre las que destacan ser bañados en sangre o comer órganos crudos de animales. Su hermana mayor, Alexia (Ella Rumpf), no ayuda del todo, pues su rebeldía y preocupación porque Justine se vuelva una marginada la llevan a realizar cosas que todavía no pasaban por su mente. Así, tras probar carne a la fuerza por primera vez, Justine comienza a experimentar cambios en su cuerpo que le harán descubrir su lado más instintivo y oscuro y el inesperado vínculo que la une con su hermana.

La debutante Julia Ducournau dirige y escribe esta película sobre una mujer que experimenta un cambio físico y psicológico producto de la presión social a la que es expuesta. A través de Justine, la directora nos introduce en un duro mundo en donde es necesario estandarizarse para poder encajar. La naturaleza de su personaje es sometida a una extrema transformación que despierta un instinto animal en medio de una jungla en donde solo el más fuerte sobrevive, aquellos que están dispuestos a entregar su identidad a cambio del placer. Si bien el planteamiento es por demás atractivo, Voraz carece de los argumentos necesarios para mantener la total atención del espectador. Más allá de las supuestas imágenes fuertes, la obviedad de la cinta le impide alcanzar su máximo potencial.

Justine, evocando el sadismo del famoso autor francés, es prácticamente una niña que tiene que enfrentarse al mundo de golpe. Virgen, ingenua y con un notable desinterés por socializar (cual Carrie),  la joven se topa por primera vez con un brutal mundo de seducción del que ya es parte su hermana, quien en breve trata de moldearla a su imagen para poder pertenecer a este ambiente hipersexualizado y en el que todo se vale. Justine se encuentra desconcertada y temerosa. Su gran intelecto no resulta suficiente para salir adelante, pues ni siquiera a los profesores parece interesarles su sobresaliente aprovechamiento. En una escena en particular, cuando los primeros síntomas de su transformación hacen su aparición, la enfermera que le atiende le advierte sobre lo que está por venir. Pasar desapercibida es su mejor consejo, pero las tentaciones que vendrán a continuación serán tan abrumadoras como irresistibles.


En la ecuación también está Adrien (Rabah Naït Oufella), un apuesto chico homosexual quien comparte habitación con Justine y que eventualmente se convierte en la discordia entre las hermanas. En un comienzo, su presencia ayuda aliviar las tensiones entre ambas, pero cuando Justine empieza a desarrollar sus nuevos gustos, Alexia encuentra en Adrien una manera de catalizar la recién descubierta identidad de su hermana y la posibilidad de dar rienda suelta a sus más oscuros antojos. El hombre, quien también atraviesa por una pequeña crisis sobre su persona al interactuar con ellas, es el principal apoyo para Justine al entender la forma en que se contiene, pues él lo ha experimentado de primera mano al ocultar su orientación sexual por tanto tiempo.

El contexto que Ducournau crea alrededor de la situación es uno realmente decadente y grotesco. Le derruida escuela, un lugar aparentemente sin ley, es un microcosmos en donde los más fuertes gobiernan y quiebran el espíritu de los todavía soñadores. El caos, la suciedad y la indiferencia nos remiten a la sociedad misma por excelencia, un espacio en el que Justine inevitablemente se tiene que desenvolver diariamente. Aquí podemos entender de alguna manera la súbita transformación de su persona, un mecanismo defensa ante las circunstancias del exterior; sin embargo, Ducournau más adelante nos sugiere que se trata de algo biológico, una condición que comparte con las mujeres de su familia. Cada una de ellas la ha asimilado diferentemente; por eso, Alexia trata de enseñarle el camino.


Todo lo anterior suena muy conciso, el problema es que Ducournau parece perderse en la intención de sorprender al espectador a través de una serie de imágenes que en realidad no son tan impactantes como la promoción de la cinta las hacía ver. La directora apela al body horror Cronenbergiano como principal herramienta para causar estragos en la sensibilidad de quién está observando. Algunos momentos cumplen con su cometido, como en el que Justine empieza a perder su piel después de tanto rascarse. El sonido contrapuesto con el intenso movimiento de su mano causa una terrible ansiedad. Pero esta es quizá la escena más fuerte. Ni el vómito de parte de su cabellera, los animales destripados o la mutilación de miembros representan algo que no hayamos visto con anterioridad.

Podemos comparar Voraz con El Demonio Neón por varias razones, principalmente por la dinámica que despliegan. Ambas nos presentan a una tierna protagonista que se adentra en un peligroso mundo que amenaza con cambiar su misma naturaleza y convertirlas en seres sedientas de sangre (literal y metafóricamente). Las dos chicas tienen mentoras con distintivos y grotescos gustos que en un principio lucen detestables, pero que al final terminan por seducirlas. Su relación con ellas también es difícil y la tensión es evidente en todo momento. Desafortunadamente, la esencia de los personajes se ve diluida por el gran concepto de la trama y terminan por ser poco memorables. Las dos representan una crítica hacia la sociedad y sus imposiciones, pero esta resulta demasiado obvia como para ser tomada en serio.


Visualmente esplendorosa, pero con una titubeante narrativa, Voraz nos deja con cierta insatisfacción. De cualquier manera, el planteamiento de asumir la identidad femenina que perturba a Justine nos deja una reflexión que vale la pena analizar. Después de una de las novatadas, Justine habla sobre cómo los simios son conscientes de sí mismos por muchos motivos, sobretodo al poder reconocerse en el espejo. Cerca del final, cuando el asesinado y desmembrado Adrien yace en la cama, la alguna vez inocente niña se ve en el espejo y finalmente reconoce a su verdadero yo, una mujer sedienta que ha finalmente ha descubierto la oscuridad que habita dentro de ella.

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