Pablo Larraín se ha convertido en uno de los contadores de historias más fascinantes y sofisticados de América Latina. Después de No, cinta que indudablemente permanece como la mejor de su filmografía, el director chileno ha conseguido poner los reflectores sobre su figura y se ha posicionado como el cineasta líder en la región. Habiendo trabajado ya en el mundo anglosajón con Jackie, una impresionista e hipnótica obra sobre el mito de Kennedy, Larraín ha mantenido su esencia y estilo, demostrando así su gran compromiso artístico y su poder dentro de la escena. Neruda es una muestra más de su talento, una película sobre el poeta que se aleja de la biografía y en su lugar nos deja con un lírica que, si bien detalla algunos aspectos de la excéntrica vida del laureado personaje, se concentra en los conceptos de la trascendencia y la obsesión.
La Segunda Guerra Mundial ha terminado. Producto de la influencia soviética en el mundo, el comunismo comienza a esparcirse y bastiones del capitalismo no tardan en sentir de cerca la mano de esta ideología. En Chile, país gobernado con un fuerte sentimiento anticomunista, Pablo Neruda (Luis Gnecco) alza la voz y denuncia la persecución política de la que está siendo objeto. Al ser considerado un peligro para la estabilidad social, el gobierno lo tilda de agitador y ordena su captura. Neruda, desafiante y escurridizo, logra escapar convirtiéndose en un líder de la corriente a nivel mundial. Por esta razón, las autoridades no escatiman en esfuerzos y mueven todas sus piezas para encontrarlo. Óscar Peluchonneau (Gael García Bernal), Jefe de Investigaciones Especiales, es comisionado con encabezar la búsqueda. Teniendo la oportunidad de pasar a la historia, el detective hará todo lo posible por encontrarlo, pero sus propios demonios y delirios de grandeza se volverán un gran obstáculo en su tarea.
Larraín es un tipo que entiende perfectamente el significado del séptimo arte, sobretodo cuando se trata de adaptar una historia basada en hechos reales. Sus más recientes trabajos dan cuenta de ello. No, Jackie y Neruda, especialmente las últimas dos, abordan la figura de dos emblemas que marcaron una época en sus respectivos países y tiempos; pero contrario a los cánones establecidos en el cine actual, el director no nos ofrece un extensivo recorrido por su vida y obra, no, este más bien nos inserta en un momento determinado de su existencia y, partiendo de algunos acontecimientos que sí ocurrieron, nos comparte un relato ficticio y una interpretación artística de lo que ocurrió antes, durante y después, cine en su máxima expresión.
Las publicaciones especializadas han llamado a Neruda y Jackie cintas anti biográficas por la razón expuesta hace un momento. La película en cuestión, la cual fue filmada antes que Jackie, en realidad no pretende explorar la vida del famoso poeta, sino más bien mostrarnos el efecto que tenían sus bellos poemas en un contexto de fiereza y política, los cuales se convirtieron en la voz de la clase trabajadora. Por si fuera poco, el protagonismo no recae sobre el artista, sino también en su perseguidor, un soñador detective con poca fortuna y marcado por su pasado que busca escribir su nombre en letras de oro a pesar de su casi nula efectividad. De hecho, Larraín y el guionista Guillermo Calderón utilizan a Óscar como un narrador poco confiable, quien nos guía por estos sucesos con su fascista punto de vista, o al menos eso es lo que nos hacen pensar.
Neruda es una obra con el inconfundible e hipnótico estilo al que Larraín nos ha acostumbrado. No solo se trata de las paletas de colores que utiliza en sus tomas, sepia en un principio y azuladas al final, sino de una distintiva edición que envuelve algunos de los diálogos en crípticas capas al jugar con el tiempo y el espacio. La línea de las conversaciones entre los personajes no se pierde, pero el lugar y el tiempo en el que se llevan a cabo cambia con los cortes, recurso que enfatiza esa atmósfera onírica que otros elementos, como la música y la narración, construyen desde un comienzo.
Como un drama, Neruda nos introduce a la psique del susodicho, un político comunista que ha encontrado la oportunidad de enaltecer su imagen al volverse un fugitivo y un potencial mártir de la causa trabajadora. El tratamiento del personaje es exquisito, pues no parece estar limitado por ningún tipo de compromiso y hecho 100% verificado. Neruda es interpretado por Gnecco como un hombre hedonista y petulante con gustos burgueses que ciertamente desentona un poco con la forma en que los trabajadores lo ven. Una escena en particular, en donde él y su grupo cercano se encuentran con una obrera que aparentemente lo admira, lo deja en claro. La mujer no parece estar cómoda con su estilo de vida y le reclama: "¿si ustedes (comunistas) ganan serán más como él (Neruda) o como yo?" Cínico y directo, el poeta contesta que como él. No hay margen de error, la política siempre será política.
Por otro lado, Peluchonneau es la clave de la trama. Su papel es importantísimo al crear una dinámica al estilo de La Pantera Rosa en la que un torpe detective persigue a su criminal sin poder darse cuenta que está frente a sus narices, varias escenas que rayan en el slapstick y en una comedia basada en payasadas, misma que indudablemente funciona en este contexto. Al igual que Neruda, Peluchonneau busca consagrarse y dejar un legado memorable. Pero donde Calderón y Larraín han acertado enormemente es en el verdadero propósito del personaje y cuando las cosas realmente se ponen meta. En una de las mejores escenas de la película, el agente conversa con la esposa de Neruda, Delia (Mercedes Morán) y trata de hacerle confesar sobre el paradero de este último. La confiada mujer entonces le revela que el final ya está dicho, pues todo lo que está pasando es justo como Neruda así lo quiere, como lo ha escrito, y Peluchonneau no es más que uno de los personajes que ha salido de su pluma, uno de las más trágicos por cierto. "Yo ya soy eterna" le restriega Delia en la cara a un hombre que ya no puede distinguir entre ficción y realidad.
Neruda es quizá la película mejor lograda de Larraín por la gran narrativa que ha delineado y la ficción que ha generado a partir de alguien tan importante como el poeta comunista. Esta obra asemeja a un sueño que nos lleva por cualquier tipo de paisajes, desde las calles de Santiago, pasando por la ribera del Sena, y hasta las nevadas colinas de los Andes, donde ambos protagonistas finalmente entienden su propósito en este relato. Contrario a la molesta tendencia hollywoodense de buscar apegarse a la realidad con sus películas basadas en hechos reales, lo último del chileno es un ejemplo de cómo trabajar con este tipo de historias, en donde lo más importante es lo que puede pasar, no lo que ya pasó.
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