La corrupción es sin duda uno de los grandes males del tercer mundo. Aunque por supuesto no es exclusiva de estas sociedades, vaya que las caracteriza y les impide enfilarse hacia un mejor futuro. Una queja muy común de la clase media es el exceso de poder de sus políticos y la forma en que se saltan una y otra vez las mismas reglas que han jurado defender. La protesta es válida, pero ¿qué estamos haciendo nosotros para procurar el respeto y el orden? No mucho en realidad, pues cada uno seguramente ha recibido una "ayudadita" de alguna u otra forma para conseguir algo. Hoy por ti, mañana por mí. El tráfico de influencias, el nepotismo y la manera en que solemos justificar nuestras acciones son un síntoma social que demuestran las fallas de sus ciudadanos en todos lo sentidos. Graduación precisamente encapsula esta problemática en una soberbia trama que realmente nos hace preguntarnos si el fin justifica los medios y si estaríamos dispuestos a cargar con una sucia conciencia con tal de alcanzar un noble objetivo.
Romeo (Adrian Titieni) es un médico y padre de familia que vive en un alejado y olvidado pueblo de Rumania. La relación con su esposa e hija no son las mejores. Mientras que la primera, Magda (Lia Bugnar), lidia con un evidente depresión y la opresora actitud de Romeo, la segunda, Eliza (Maria Dragus), no se entiende del todo bien con él. Sin importar lo anterior, el hombre busca lo mejor para los suyos y la reciente oportunidad que se le ha presentado a Eliza, una beca para estudiar su carrera en Inglaterra, es algo que simplemente no pueden dejar pasar. Desafortunadamente, el día de los exámenes para el trámite, la joven es atacada y casi violada por un desconocido, lo que la deja en shock y sin la concentración necesaria para encarar la prueba. Desesperado, Romeo mueve cielo, mar y tierra para que Eliza pase la prueba aunque no obtenga las calificaciones necesarias. Es así como una oscura cadena de favores comienzan a ser ejecutados para conseguir la meta.
Graduación es la nueva cinta de Cristian Mungiu, ganador de la Palma de Oro del Festival de Cannes en 2007 por 4 Meses, 3 Semanas, 2 Días, y quien el año pasado compitió también por el mismo premio con este trabajo. Como uno de los realizadores más aclamados de su país, el rumano una vez más demuestra su calidad en el banquillo y su preocupación por tratar de mostrar la realidad social de una nación cuyo tejido está roto no solo por las acciones de sus políticos, sino por las de los mismos gobernados, quienes exclusivamente velan por sus intereses a menos de que haya algún tipo de recompensa de por medio. En su nueva obra, Mungiu expone una triste y desafortunada situación que rápidamente deja al descubierto una intrincada red de corrupción de la que cualquiera puede formar parte si se conoce a la gente indicada.
Romeo es un tipo maduro con una vida ordinaria pero con un notable resentimiento por el lugar en el que vive. Al no encontrar ninguna razón para que su hija se quede, este la ha impulsado para que se vaya y estudie en el extranjero, cosa que están a punto de lograr a falta de unos meros exámenes de trámite. Aunque dista mucho de ser un padre ejemplar, Romeo verdaderamente quiere lo mejor para su hija y cree haberla criado con los valores necesarios para convertirse en alguien de provecho para la sociedad. Sin embargo, después del lamentable ataque que Elize sufre y la deja incapacitada mentalmente para presentar las pruebas, Romeo se verá en la necesidad de incurrir en ciertas acciones que dejarán en entredicho su ética en muchos niveles.
Romeo no es un protagonista convencional. Su evidente imperfección lo vuelven en alguien hasta cierto punto detestable. La manera en que trata su esposa y la sobreprotección que ejerce sobre su hija lo dejan como un tipo testarudo e insensible que cree saber qué es lo mejor para todos. El amorío que sostiene con una joven maestra de la escuela de Eliza también evidencian su pobre desempeño como amante y como alguien con el que realmente no se pueda contar. Por si fuera poco, su madre, a quien desestima en todo momento, es una mujer más en su vida a la que no toma con seriedad. Para él, todas ellas no pueden valerse por sí mismas y es necesario ponerlas en orden y acomodarlas según sus propios intereses y deseos, como si ellas no pudieran pensar y saber qué es lo que más les conviene. Su inadvertida actitud machista es apenas un esbozo del alarmante dominio masculino.
Para poder "salvar" el destino de su hija, Romeo se inmiscuye en una larga cadena de favores en la que pareciera que solo los hombres pudieran formar parte. Conocer al jefe de la policía local y que su amante trabaje en la escuela le ayudan a que la investigación del ataque fluya rápidamente y que su hija pueda tener una oportunidad de tener más tiempo en el examen. Pero esto no será suficiente, pues Romeo tiene que acudir con el director de la institución, y a su vez con un político de dudosa reputación, para poder asegurar el futuro de Eliza. Su posición como médico le permite ofrecer algo a cambio, algo tan poco ético como colocar al viejo y enfermo político en la parte más alta de la lista de receptores de órganos. Es curioso como todos parecen hacerlo con un completo desinterés. "Estas no son cosas que hago" o "Son cosas que pasan", repiten una y otra vez ante las peticiones de Romeo. Nadie está consciente realmente del daño que causan al tejido social y a las personas que no tienen un solo contacto para salir adelante. Una escena en particular lo corrobora. En ella, Romeo ve con atención el video del ataque a su hija captado por una cámara de seguridad mientras está en la estación de policía. Durante estos instantes, los demás oficiales hablan sobre cómo consiguieron la grabación, a través de un soborno, y se lamentan por cómo funcionan las cosas. Aunado a ello podemos ver a las personas que pasan y ven lo que está pasando sin actuar. Nadie está dispuesto a arriesgar su pellejo sin nada a cambio. En otro instante de la película, Sandra le pide a Romeo un favor para que su hijo pueda entrar a una terapia del habla, al que se niega argumentando estar totalmente enfocado en Eliza. Primero yo, después yo y al último yo.
Mungiu no deja a su protagonista estar tranquilo y poco a poco lo va sometiendo a una lúgubre serie de sucesos sin explicación, pero que ciertamente nos indican que algo lo está persiguiendo, una carga de conciencia de la que es imposible escapar. En uno de los momentos más grandiosos de la cinta, Romeo se baja de un autobús al ver a uno de los sospechosos que habían sido arrestados. Al perderlo de vista, este se pierde en un oscuro y lúgubre páramo en donde pareciera que algo terrible está por suceder. Los constantes ladridos de los perros, las pedradas que le son lanzadas y la amenazante presencia del hijo de Sandra oculto con una máscara de lobo funcionan como una metáfora de esa sensación de estar acechado por la culpa y la vergüenza.
Al final, Graduación nos deja con una reflexión que no nos dejará en paz: ¿se vale hacer cualquier cosa por el bienestar de un ser querido? ¿De verdad podemos juzgar a un hombre que solo velaba por los intereses de su hija? Pero también debemos preguntarnos: ¿es realmente lo que ella quería? Mungiu nos presenta una narrativa que asemeja a un espiral descendente en la que el protagonista llega a lo más bajo. Como una crítica de la hipocresía y la corrupción de la sociedad rumana, como mexicanos nos sentiremos identificados, y tal vez avergonzados, al ver en la pantalla una historia que hemos escuchado miles de veces, de cómo solo se benefician aquellos con poder o con algo que ofrecer a cambio. Quizá lo más digno sea resistir las circunstancias de la vida y mantener intacta nuestra integridad.
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