Xavier Dolan es uno de los cineastas más fascinantes de la actualidad. Con tan solo 27 años, el francocanadiense tiene ya bajo el brazo seis películas y se encuentra haciendo la séptima en estos momentos. Con reconocimientos en Cannes, Venecia y demás festivales, el joven director se ha convertido en uno de los más irresistibles de la escena. Lo que hizo con Mommy no fue poca cosa; aquella exploración sobre la tortuosa relación entre una madre y su problemático hijo demostró su enorme tacto para volver la cotidianidad en algo esplendoroso y sumamente conmovedor. Dolan vuelve ahora con No Es Más que el Fin del Mundo, otra cinta sobre conflictos familiares que ponen a prueba la entereza y cordura de cada uno de sus integrantes.
Louis (Gaspard Ulliel) es un reconocido escritor que sufre de una enfermedad terminal. Sabiendo que su final está cerca, este vuelve a casa después de una larga ausencia para encontrarse una vez más con su familia y hablarles sobre su inevitable desenlace. Ahí lo espera su exasperante madre, Martine (Nathalie Baye), su introvertida pero sensible hermana, Suzanne (Léa Seydoux), su cruel y duro hermano, Antoine (Vincent Cassel) y su sumisa cuñada, Catherine (Marion Cotillard). Louis llega para la cena, pero durante toda la jornada se reencontrará con cada uno de sus familiares, de donde surgirán viejos rencores, nuevas inquietudes y la disfuncionalidad que ha caracterizado su relación desde siempre.
Basada en la obra teatral del mismo nombre del francés Jean-Luc Lagarce, No Es Más que el Fin del Mundo ve a Dolan trabajar con material ajeno nuevamente tal y como lo hizo en Tom en el Granero. El resultado ciertamente no es el esperado. Después del gran sabor de boca que dejó con Mommy, resulta difícil poder dirigir esta nueva película, una sumamente claustrofóbica y que por momentos parece dirigirse hacia ningún lado, cosa que indudablemente está ligada con el sentir del protagonista, pero que de igual manera nos deja una sensación de angustia y con la inquietud de que todavía faltan piezas por poner en su lugar.
Pero a fin de cuentas de eso se trata la familia, de relaciones complicadas que no tienen un final, pues no podemos escapar de ellas a pesar de que la distancia se interponga. Louis es un hombre que ha aparentemente ha gozado de cierto éxito den la vida. Sus hermanos, si bien no lo odian, tienen sentimientos encontrados hacia él. Suzanne respeta todo lo que él ha logrado, pero de alguna manera lamenta el haber tenido que ser ella la que se quedó en casa. Antoine, por otro lado, siente un gran resentimiento hacia su hermano por la manera en que el cree les hace un favor al visitarlos, como si les tuviera lástima. La cuestión es que ninguno de ellos tiene la mínima idea acerca de la situación de Louis, por lo que realmente nunca logran entender su sentir.
Su madre tampoco ayuda del todo, pues aunque se encuentra muy feliz de verlo, el primer momento a solas que tiene con él lo usa para lanzarle una sutil amenaza: debe de darle esperanza a sus hermanos y ser un especie de ejemplo para ellos, cosa que Louis simplemente no puede aceptar. Inesperadamente, su cuñada, a pesar de su pasividad y aparentemente desconocimiento de lo que está ocurriendo, es quien lo insta a involucrarse con su familia y decirles lo que sea necesario. Nadie sabe exactamente a qué ha venido Louis y eso les perturba un poco, no por nada las viejas tensiones salen a relucir en cuanto el hijo pródigo finalmente da un paso en la casa.
Dolan trata de mostrarnos el peso con el que carga Louis al volver a su hogar. Durante toda la trama, este tiene un encuentro personal y de cerca con cada uno de los otros integrantes de la familia, los cuales lo deprimen cada vez más y le hacen perder de vista su objetivo inicial. Si bien el conflicto del protagonista se desenvuelve poco a poco mientas vamos conociendo más detalles sobre su pasado, el de los otros personajes no recibe el mismo tratamiento, pues solo se nos dan algunos guiños de las preocupaciones que molestan a cada uno. Es como si Dolan quisiera que nos identificáramos con Louis a la fuerza, lo cual es ciertamente es inadmisible.
De cualquier manera, Dolan vuelve a demostrar sus dotes como director al lograr una interesante dinámica entre actores de primer nivel como Seydoux, Cotillard y Cassel, siendo este el que merece más distinción al encarnar aun tipo detestable, intolerante y lleno de resentimiento que al final nos hace sentir lástima y hasta cierta compasión por su exasperante situación. Además, fiel a su estilo, Dolan nos regala bellos momentos musicales como solo el sabe hacerlos, entendiendo las melodías a la perfección y conjugándolas con visuales casi oníricos que funcionan como flashbacks que Louis tiene al recorrer su casa. Grimes, O-Zone y Blink-182 son algunos de los actos que conforman la siempre acertada selección musical del director en esta ocasión.
No Es Más que el Fin del Mundo nos deja en claro que Dolan trabaja mejor con material propio, algo lógico y entendible. Y aunque su nueva obra tiene algunos destellos narrativos destacados, la trama nunca terminar por cuajar del todo. A pesar de contar con buenas actuaciones, el estilo visual característico del joven director y una idea muy precisa sobre lo que significa el dolor que encierra nuestro hogar, la película simplemente no tiene el mismo impacto que sus trabajos anteriores.
Basada en la obra teatral del mismo nombre del francés Jean-Luc Lagarce, No Es Más que el Fin del Mundo ve a Dolan trabajar con material ajeno nuevamente tal y como lo hizo en Tom en el Granero. El resultado ciertamente no es el esperado. Después del gran sabor de boca que dejó con Mommy, resulta difícil poder dirigir esta nueva película, una sumamente claustrofóbica y que por momentos parece dirigirse hacia ningún lado, cosa que indudablemente está ligada con el sentir del protagonista, pero que de igual manera nos deja una sensación de angustia y con la inquietud de que todavía faltan piezas por poner en su lugar.
Pero a fin de cuentas de eso se trata la familia, de relaciones complicadas que no tienen un final, pues no podemos escapar de ellas a pesar de que la distancia se interponga. Louis es un hombre que ha aparentemente ha gozado de cierto éxito den la vida. Sus hermanos, si bien no lo odian, tienen sentimientos encontrados hacia él. Suzanne respeta todo lo que él ha logrado, pero de alguna manera lamenta el haber tenido que ser ella la que se quedó en casa. Antoine, por otro lado, siente un gran resentimiento hacia su hermano por la manera en que el cree les hace un favor al visitarlos, como si les tuviera lástima. La cuestión es que ninguno de ellos tiene la mínima idea acerca de la situación de Louis, por lo que realmente nunca logran entender su sentir.
Su madre tampoco ayuda del todo, pues aunque se encuentra muy feliz de verlo, el primer momento a solas que tiene con él lo usa para lanzarle una sutil amenaza: debe de darle esperanza a sus hermanos y ser un especie de ejemplo para ellos, cosa que Louis simplemente no puede aceptar. Inesperadamente, su cuñada, a pesar de su pasividad y aparentemente desconocimiento de lo que está ocurriendo, es quien lo insta a involucrarse con su familia y decirles lo que sea necesario. Nadie sabe exactamente a qué ha venido Louis y eso les perturba un poco, no por nada las viejas tensiones salen a relucir en cuanto el hijo pródigo finalmente da un paso en la casa.
Dolan trata de mostrarnos el peso con el que carga Louis al volver a su hogar. Durante toda la trama, este tiene un encuentro personal y de cerca con cada uno de los otros integrantes de la familia, los cuales lo deprimen cada vez más y le hacen perder de vista su objetivo inicial. Si bien el conflicto del protagonista se desenvuelve poco a poco mientas vamos conociendo más detalles sobre su pasado, el de los otros personajes no recibe el mismo tratamiento, pues solo se nos dan algunos guiños de las preocupaciones que molestan a cada uno. Es como si Dolan quisiera que nos identificáramos con Louis a la fuerza, lo cual es ciertamente es inadmisible.
De cualquier manera, Dolan vuelve a demostrar sus dotes como director al lograr una interesante dinámica entre actores de primer nivel como Seydoux, Cotillard y Cassel, siendo este el que merece más distinción al encarnar aun tipo detestable, intolerante y lleno de resentimiento que al final nos hace sentir lástima y hasta cierta compasión por su exasperante situación. Además, fiel a su estilo, Dolan nos regala bellos momentos musicales como solo el sabe hacerlos, entendiendo las melodías a la perfección y conjugándolas con visuales casi oníricos que funcionan como flashbacks que Louis tiene al recorrer su casa. Grimes, O-Zone y Blink-182 son algunos de los actos que conforman la siempre acertada selección musical del director en esta ocasión.
No Es Más que el Fin del Mundo nos deja en claro que Dolan trabaja mejor con material propio, algo lógico y entendible. Y aunque su nueva obra tiene algunos destellos narrativos destacados, la trama nunca terminar por cuajar del todo. A pesar de contar con buenas actuaciones, el estilo visual característico del joven director y una idea muy precisa sobre lo que significa el dolor que encierra nuestro hogar, la película simplemente no tiene el mismo impacto que sus trabajos anteriores.
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