El tema de la migración mexicana hacia los Estados Unidos ha sido uno muy recurrente en el panorama cinematográfico nacional. Las historias sobre las miles de personas que han decido dejarlo todo atrás en busca de algo mejor, o literalmente lo que sea, nos han dejado ver los peligros de tal empresa, pero también nos han hecho preguntarnos si realmente vale la pena. Si bien el melodrama se presta para desarrollar estos relatos, como bien podremos recordar en Una Vida Mejor, otros directores han logrado capturar el verdadero drama de una travesía que muchas veces queda incompleta, tal es el caso de Cary Fukunaga y Diego Quemada-Diez. Ahora, Jonás Cuarón, fresco todavía del éxito de Gravedad, hace su debut como director abordando esta temática desde una perspectiva muy distinta, pero que quizá no resulta tan efectiva como hubiera deseado.
Moisés (Gael García Bernal) es un inmigrante que ha decidido cruzar la inhóspita frontera entre México y Estados Unidos guiado por un par de polleros y acompañado por más viajeros. La travesía empieza de la peor manera cuando la camioneta en la que viaja el grupo sufre un desperfecto y los deja en medio del desierto. La única opción es ahora caminar por un peligroso y escabroso terreno desconocido igualmente para los polleros. Para su infortunio, el sol y los animales ponzoñosos no serán su única amenaza, pues en los alrededores se encuentra Sam (Jeffrey Dean Morgan), un "gringo" nacionalista y visiblemente perturbado que se ha autoproclamado vigilante de una nación que parece no tener intención de cuidarse a sí misma, según sus propias ideas. Así, Moisés y los demás pronto se encontrarán bajo fuego y tendrán que encontrar la manera de sobrevivir esta pesadilla.
Tras haberlo ganado prácticamente todo hace un par de años con Gravedad, la familia Cuarón vuelve con un proyecto mucho más íntimo, más sencillo y con un mensaje aparentemente igual de poderoso que su odisea espacial. Pero a diferencia de su anterior obra, Desierto carece de las emociones y sensaciones que convirtieron de esta última en toda una experiencia cinematográfica. Si bien ambas puntualizan el instinto de supervivencia como una rasgo natural dominante, esta primera cinta a cargo de Jonás no cuenta con los recursos visuales y narrativos que Gravedad ni con esa sutil y bella comparación con el renacimiento humano. Podría resultar demasiado severo compararlas, teniendo en cuenta que 1. la película de Alfonso Cuarón contó con la participación de Emmanuel Lubezki y 2. Se trataba de una súper producción; sin embargo, Desierto nunca termina por engancharnos porque realmente no nos lleva a ningún lugar.
La película es más un thriller que un drama sobre la inmigración. Cuarón pretende que esta igualmente sea una experiencia para el espectador basada sobre todo en la sorpresa, la angustia y el horror que viven los indocumentados perseguidos por un psicópata racista. El problema es que no hay nada qué decir sobre estos personajes, son completos desconocidos para nosotros. Al igual que en Gravedad, los protagonistas representan una parte muy específica de la condición humana. Mientras que Moisés es la perseverancia, la superación y la buena voluntad, Sam es el odio, la violencia y la crueldad en persona. Aunque es posible establecer un vínculo con un personajes sin tener que saber gran cosa sobre ellos, Cuarón se decanta por la situación, da igual quienes participan en ella, lo que importa es que uno debe de perseguir y el otro debe ser perseguido. Para facilitar las cosas, los estereotipos resultan la salida más adecuada.
Desplegando una colaboración/confrontación entre un actor mexicano y estadounidense, tal y como lo hizo en meses recientes Gabriel Ripstein en 600 Millas, Cuarón pretende que la presencia de García Bernal y Dean Morgan sea suficiente para poder captar la atención del espectador; sin embargo, ninguno de los dos cuenta con la fuerza necesaria para lograrlo. Por supuesto, la caracterización de sus personajes no los deja maniobrar del todo. Por un lado, el Moisés de García Bernal está basado más en lo físico, la mayor parte del tiempo lo vemos corriendo, escondiéndose o escapando del gringo y su temible perro. Por el otro, Sam representa al estereotipo del redneck alcohólico, patriotero y racista. Atisbos de sus motivaciones emergen con algunos comentarios que hace, como cuando declara odiar la misma tierra que se ha jurado cuidar. Esto es por demás interesante, pues podemos hablar de dos individuos que se sienten defraudados por sus pueblos y han decidido huir cada uno a su manera. Desafortunadamente, Cuarón deja de lado el desarrollo de los personajes y centra toda su atención en la persecución.
La película podría ser hasta cierto punto original, ninguna otra sobre la inmigración se había adentrado en el género del thriller, una combinación inusual, pero un tanto peligrosa. A diferencia de Sin Nombre o La Jaula de Oro, la obra de los Cuarón no trae nada nuevo a la mesa en cuanto a la narrativa se refiere. Por momentos nos olvidamos completamente que Moisés es un inmigrante y nos sentimos enfrascados en algo no tan lejano al terror. El gran problema es que no hay nada valioso en el discurso que valga la pena destacar. Sí, el terrible problema de inmigración ilegal y todo lo que esto conlleva está ahí, pero la falta de una motivación más poderosa que la aparente la convierte en algo superficial. La Jaula de Oro, por ejemplo, nos regaló una cruel historia de maduración en el marco de la difícil travesía para alcanzar el sueño americano.
Desierto es una cinta sencilla y fácil de digerir que aborda una temática como nunca nadie lo había antes, pero ni como thriller ni como drama podemos calificarla como algo notable. Basando el suspenso en los típicos recursos y con una trama poco interesante resulta imposible no poder etiquetarlo como francamente olvidable. Sin duda de lo más flojo que le hemos visto a Alfonso Cuarón en mucho tiempo a pesar de que él no fungió como director en esta ocasión.
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