Carol: el romanticismo de un despertar

Como todo aspecto de la sociedad moderna, el amor también ha sido subyugado por la omnipotente predeterminación masculina. El Siglo XX representó un cambio de paradigma en el pensamiento humano. Aunque la apertura con respecto a varios temas se fue dando poco a poco, los tabúes predominaron (y todavía lo hacen) en la mayoría de la sociedad. Como uno de ellos, la orientación sexual siempre ha resultado un tema incómodo para los grupos más convencionales y el cine ha sido víctima de esto. Pero es cuando aparecen obras como Carol que cierta esperanza surge de entre las tinieblas de la aparente lógica. Sorprendentemente, la cinta no aborda la preferencia sexual o al menos no resulta tan importante como el amor, aquel sentimiento que triunfa sobre el prejuicio, la incomprensión y sobre todas las cosas. Estamos ante una la versión más romántica del mismo y totalmente alejada del monopolio machista.

Es la mitad del Siglo XX. Therese (Rooney Mara), una adorable y tímida joven, trabaja en un exclusivo almacén de Manhattan. En las vísperas de Navidad, entre toda la muchedumbre, Therese fija su atención en una refinada y elegante mujer mayor. Para su sorpresa, Carol (Cate Blanchett), la mujer en cuestión, se convierte en su clienta cuando le hace unas preguntas sobre un modelo de tren a escala y termina comprándolo gracias a su recomendación. Pero lo que comienza como un guante olvidado, pronto se convierte en una relación. Presionadas por su compañía masculina de maneras muy distintas, Therese y Carol encuentran no solo comprensión y alivio estando juntas, sino la posibilidad de ser ellas mismas. Así, la pareja se embarca en un romántico viaje que les ayudará a descubrir sus verdaderos sentimientos.


Nominada a la Palma de Oro en la pasada edición del Festival de Cannes, Carol es clasicismo en su máxima expresión. Todd Haynes, aclamado autor estadounidense, regresa después de una larga ausencia para entregarnos una formidable historia de amor en la que la orientación sexual queda en un segundo plano. Como una cinta de empoderamiento femenino, el director nos presenta a dos mujeres insatisfechas y reprimidas por hombres inseguros que las tratan como trofeos en lugar de personas. Mara ha clasificado el discurso de la película como uno "feminista y de maduración", pero quizá no en el sentido que todos nos hubiéramos imaginado. Cuando conocemos a las protagonistas, estas parecen tenerlo todo lo que supuestamente una mujer debería de desear: Therese tiene un trabajo y un novio que la quiere llevar de viaje, mientras que Carol es madre de una tierna niña y esposa de un acaudalado hombre. Pero ambas sienten un vacío en su persona. ¿Qué les falta? ¿Qué es lo que sus hombres no les están dando?

Los motivos por los que Therese y Carol rápidamente se entienden son distintos en cada una. La primera se siente apantallada por interesarle a una mujer de mundo con los gustos más exquisitos. Por su parte, la segunda se siente curiosa y rejuvenecida ante la inocencia y belleza natural de la joven. Las máscaras no existen y eso es lo que hace que la atracción sea incontenible. Por supuesto, no debemos de olvidarnos de un aspecto fundamental: la sexualidad. Desde su primer encuentro, la tensión sexual es indudable. La seguridad y porte de Carol intimidan a Therese, pero también la hacen sentir como nunca nadie lo hizo. Del otro lado, la timidez de la chica resulta irresistible, lo que impulsa a Carol a asumir el papel de aquella quien acompañará a su amante en un despertar sexual inédito.


Este dinámica nos recuerda invariablemente al que definitivamente debemos catalogar como un clásico clásico contemporáneo del tema, La Vida de Adèle. En la también ganadora de Cannes, las protagonistas más o menos se parecen a Carol y a Therese. Mientras que Emma introduce a Adèle en las delicias del sexo con amor, esta última descubre una faceta de sí misma desconocida hasta ese momento. Quizá la felicidad no se encuentra exactamente dentro de los parámetros establecidos. Ambas cintas nos dejan algo muy claro: el amor y la sexualidad no son limitados por el género, en realidad este tiene poco que ver, pues ambos pueden desarrollarse plenamente sin importar los genitales que poseamos. Pero mientras La Vida de Adèle aborda una relación difícil y casi imposible de concretarse debido a la personalidad de las chicas y su visión del mundo, Carol se apega a la esperanza y al hecho de que todo puede acabar felizmente. Por más romántico que suene, la posibilidad es latente.

Los personajes masculinos de Carol evocan esa parte machista de la sociedad que ha dictaminado el sometimiento de la mujer al cuidado y designios de su hombre. El novio de Therese no puede esperar el momento para verla como su esposa, pero las dudas lo hacen presionar cada vez más. Al mismo tiempo, Harge (Kyle Chandler), el esposo de Carol, a pesar de estar separado de ella, se siente con el poder para encaminar la vida de la persona que alguna vez lo amó. Ambos toman muy mal el hecho que "sus" mujeres hayan encontrado una compañía más placentera en su mismo sexo. "Nada me sorprendería de una mujer como tú", le dice Harge a Carol insinuando sus tendencias lésbicas en una connotación nada benigna. Esta señal de desprecio solo puede ser traducida en una poderosa impotencia y un duro golpe a la virilidad, pero lo más importante es que ninguno de estos hombres se ha dado cuenta que no han podido hacer felices a dos mujeres que solo buscaban comprensión.


Técnicamente, Carol es esplendorosa. La ambientación es sencillamente impecable. Los automóviles, los peinados, los vestuarios, las calles, los diálogos, las acciones de los personajes... Todo contribuye a crear esa atmósfera de aparente calma distintiva de los Estados Unidos de posguerra, la cual parece extraída de una obra de Edward Hopper. La fotografía es brutalmente brillante. Jugando con el aire de una manera desafiante, Haynes y su fotógrafo, Edward Lachman, conciben escenas sumamente bellas que logran capturar la relativa calma y cotidianidad de una intensa relación.

Es una pena haber visto como una película como Brooklyn, la cual trata pobremente de enaltecer la figura femenina en un ambiente similar, haya sido tomada más en cuenta de la que estamos hablando. A pesar de contar con una protagonista que no se encuentra satisfecha con lo que le han ofrecido, sus aspiraciones terminan limitarse por lo convencional, un hombre con grandes aspiraciones. La Eilis de Brooklyn nos recuerda también a Therese. Las dos trabajan en una tienda departamental y una sensación de soledad las embarga. Mientras que Brooklyn toma una dirección melodramática con la que es difícil de comulgar, Carol nos lleva de lleno a las emociones de Therese y realmente nos hace sentir junto con ella. He aquí una verdadera obra feminista.


Como una cinta que hace una crítica del sistema, Carol acierta notablemente al establecer un discurso al respecto y encontrar la manera de contar una historia de amor puro y honesto dentro de este contexto. Con actuaciones excepcionales, una dirección sublime de Haynes y recursos técnicos de primer nivel, Carol es algo que debe de verse en la pantalla grande para apreciar cada encuadre, caricia y movimiento con lujo de detalle. Es un hecho que saldrán de la sala con una notable sensación de calma y satisfacción.

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