Puente de Espías: el moralino melodrama de Spielberg

Tras haber transformado efectivamente a Daniel Day-Lewis en Abraham Lincoln, Steven Spielberg está de regreso con otro de esos dramas históricos tan representativos de toda su extensa carrera como cineasta. Puente de Espías es la nueva colaboración de dos de las figuras más destacadas de Hollywood como lo son el mismo Spielberg y Tom Hanks. Fieles a su estilo, la película los ve maniobrar en un contexto muy cómodo para ellos, pues la ambientación de época es algo que se le da muy bien al ya legendario director. Sin embargo, la falta de ideas, una moralina historia y un estricto apego a la convencionalidad convierten a esta película en una sin espíritu propio y desprovista de algún notable chispazo de ingenio que no hayamos visto antes.

1957. Plena Guerra Fría. Un hombre llamado Rudolf Abel (Mark Rylance) es aprehendido por el FBI bajo sospecha de ser un espía ruso. Para mostrar a la nación que incluso quienes atentan contra ella tienen derecho a un trato justo, el gobierno acude a James B. Donovan (Tom Hanks), abogado de una prestigiosa firma, para encabezar una defensa que simplemente servirá como mero trámite. Íntegro, apasionado y convencido de su labor, Donovan emprende un trabajo legal que deja al descubierto varias irregularidades en el proceso, y es ahí donde comienza a ser tachado de querer ayudar el enemigo. Pero cuando un espía estadounidense es capturado en la Unión Soviética, su labor toma un drástico giro, pues las autoridades al pendiente de su caso no tardan en encomendarle con tratar de negocia un delicado y peligroso intercambio en tierras ajenas.


Puente de Espías es clasicismo puro. Spielberg, quien nos ha mostrado su sensibilidad para indagar en las épocas más terribles de la historia reciente de la civilización y contar relatos humanos y provistos de un atisbo de esperanza, nos presenta ahora un drama ambientado en la Guerra Fría y en un tiempo lleno de paranoia y nacionalismo llevado al extremo. Recreando la era con un asombroso detalle, respaldado por muy buenas actuaciones y consciente de su papel como representante del cine estadounidense, esto es justo lo que esperábamos del director, y ese es también el gran problema.

En una plena y evidente zona de confort, Spielberg nos involucra con un personaje cuyos atributos nos hacen pensar que ya lo hemos visto con anterioridad. Donovan es un hombre que ama a su país, a su familia y su trabajo. Está casado a muerte con el sentido de la justicia y cree plenamente en los derechos que su gran nación tiene para ofrecer. Por supuesto, quienes se enfrentan a él cuando toma el caso de Abel tienen una visión muy distinta, pues su nacionalismo ha retorcido su razón y los ha empujado a comenzar una cacería de brujas sin sentido. Y helo ahí, el hombre contra el sistema. El justo contra los injustos. Su convicción se mantiene mientras su lealtad comienza a ser cuestionada. La temática ya lo hemos visto en cintas como La Lista de Schindler o Minority Report y aquí se da una vez más, pero dentro de un entorno mucho más familiar para el público estadounidense. El problema es que no hay nada nuevo en ello. El discurso del verdadero patriotismo de quien se opone a aquellos quienes han traicionado sus principios luce desgastado y adornado por un maquiavélico sentimentalismo.


Esto último es quizá lo más reprochable del nuevo trabajo de Spielberg, tanto que cuesta trabajo creer que el guión estuvo a cargo nada más y nada menos que de los hermanos Coen. Nada sorpresivo resulta que Donovan cree un vínculo más allá de lo profesional con su cliente, de quien convenientemente nunca se le llega a probar nada, porque claro, la duda sobre su inocencia debe de quedar ahí para que su lazo sea todavía más estrecho. Su interacción nos recuerda a la de Milagros Inesperados, en la que el personaje de Tom Hanks simpatiza con un supuesto asesino sentenciado a muerte y que guarda un gran secreto. En Puente de Espías, Abel y Hanks representan lo mejor de sus naciones: patriotas que solo hacen su trabajo, pero que nunca le darán la espalda a la causa. La verdad es que todo parece muy ideal como para poder identificarse.

Spielberg y los Coen se empeñan en moldear a Donovan como el perfecto ciudadano, aquel para el que su país y los derechos son los más importante, incluso más que su propia familia. Incluir a la ecuación el rescate de un estudiante que fue apresado por estar en el lugar y momento equivocados solo es un pretexto para agregar un poco de tensión dramática a una historia orientada hacia el diálogo. De igual manera, la situación solo ensalza todavía más la figura del protagonista.


Está también la típica representación de los rivales de la nación. Los oportunistas y tercos alemanes del este; los feroces, violentos y obsesionados rusos... Y aunque la representación en general de los estadounidenses se acerca a la de una turba iracunda, es Donovan al final del día quien emerge como el ejemplo a seguir. No se puede evitar percibir esa ligera sensación de xenofobia.

En el aspecto técnico hay que poco que reprochar. Los detalles de la época son sencillamente increíbles: los atuendos, los sets, el comportamiento de los personajes... Todo nos hace sentir en la mitad del siglo pasado. Lo único que realmente salta, muy extraño para una película del director en cuestión, son los efectos especiales. La escena en la que Francis Gary Powers (Austin Stowell), el piloto estadounidense espía, es derribado en territorio soviético es realmente irrisoria. La distinción entre los fondos y el sujeto deja al descubierto una mala composición y una pobre ejecución.


En el desenlace se establece rápidamente el simil entre Donovan y Powers, dos hombres que cumplieron con su trabajo y por el cual no fueron reconocidos inmediatamente, pues tuvieron que pasar por cierta deshonra para llegar a ser apreciados y reverenciados. De igual manera, la figura de Abel queda marcada por el honor, la templanza y la dignidad. Aunque poco se explora sobre él, su caracterización es probablemente la más fascinante todas, y si a eso agregamos la interpretación de Rylance, tenemos al personaje más interesante de la película. Puede que su relación con Donovan llegue a punto predecible, pero eso no le quita el valor a la representación más humana de toda el relato.

Puente de Espías es un drama legal y un thriller político con un trasfondo inspiracional francamente anticuado. Spielberg acierta evocando una época de antaño con sus visuales perfectamente cuidados y su ritmo semi lento, pero al igual que los Coen, falla al momento de exponer el verdadero conflicto de un hombre cuya lealtad es puesta en tela de juicio. La falta de riesgos, la obsesión por la moral y la escasez de recursos narrativos la convierten en algo poco memorable.

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