En la Cuerda Floja: cuando la tecnología opaca a la narrativa

En 2008, James Marsh (La Teoría del Todo) causó revuelo en el mundo del cine con su excelente documental Man on Wire, en el cual construía delicadamente el antes, durante y después de la más gran osadía del intrépido Philippe Petit: cruzar el vacío entre las Torres Gemelas de Nueva York caminando sobre la cuerda floja. Ganadora del Óscar al Mejor Documental, la cinta fue alabada por la extensiva investigación del director y por la recreación de algunos de los momentos clave de la aventura de Petit. Para muchos críticos, Man on Wire fue una de las mejores películas de aquel año; y ahora, de manera totalmente innecesaria, Hollywood nos trae la versión totalmente dramática de los acontecimientos, una tan poco inspiradora y atrevida que vuelve a dejar en claro la pobre visión de la industria al momento de adaptar historias de la vida real, algo ya de por sí desgastado en la misma. Veamos.

En los 70, un artista callejero llamado Philippe Petit (Joseph Gordon-Levitt) se propone montar su más grande acto: colocar una cuerda floja entre las recién construidas Torres Gemelas de Nueva York y caminar por ella. Obsesionado con su nuevo sueño, Petit logra que uno de los maestros locales de este arte, Papa Rudy (Ben Kingsley), lo entrene y le revele todos sus secretos para conseguir una caminata perfecta y sin ningún tipo de riesgo. Así, con la ayuda de su novia y un grupo de amigos a los que ha logrado transmitirles su emoción, el funámbulo viaja a Estados Unidos para comenzar los preparativos de algo que parece imposible.

Robert Zemeckis (Náufrago, Volver al Futuro), gran adepto de la incorporación de nuevas tecnologías a sus proyectos fílmicos, entrega un nuevo trabajo en donde el aspecto técnico se lleva todo el protagonismo. Utilizando el 3D, majestuosos efectos especiales para recrear digitalmente las Torres Gemelas y disponiendo de los recursos que permite la exhibición en IMAX, En la Cuerda Floja podría parecer a primera vista una gran hazaña cinematográfica; sin embargo, esto no puede estar más alejado de la realidad. Todo la atención que se le dio a este rubro ha dado como resultado una película acartonada, superficial y notablemente vacía.

Zemeckis parecer ser un director más preocupado por cómo se vera su producto final que por la construcción narrativa. Basta con dar un vistazo rápido a su filmografía para darnos cuenta de ello: Contacto, El Expreso Polar, Beowulf, La Muerte Le Sienta Bien... En buena parte de ellas nos topamos con escenas visualmente esplendorosas, algún tipo de manipulación digital sumamente llamativa o la incorporación de nuevos recursos tecnológicos que sonaron bastante en su momento. Aunque casi podríamos considerar al director como pieza importante de la cultura pop del siglo XX, hasta el día de hoy está por probar que tiene la misma capacidad como narrador que como impulsor del uso de la tecnología en el cine. Su última película nos ha dejado esperando todavía.


Las cintas de Zemeckis nunca han escapado de la convencionalidad, pero vaya que nos entretuvimos con las insólitas aventuras de Forrest Gump, las desgracias del náufrago y Wilson y los ya memorables viajes por el tiempo de Marty McFly. Pero esa chispa y gracia no se aparecen en ningún momento durante En La Cuerda Floja, y es que los personajes que ha creado en esta ocasión carecen del carisma y capacidad de involucrar al público. Levitt, como Petit, es quizá el más grande problema. Su caracterización como un engreído y sabelotodo francés es lastimosa. Su molesto y falso acento no son las únicas cosas que le restan seriedad al personaje, también está ese maquillaje y manipulación en su rostro que no son más que un distractor que lo hace ver ridículo. Y por si fuera poco, la exagerada actuación redondea la extraña y deslucida aparición del protagonista. 

Tratando de dotar con un poco más de dimensionalidad al personaje, Zemeckis introduce su conflicto con la muerte, a la que muy en el fondo sí teme. Pero el director apenas y ahonda en este asunto. La única escena en donde se puede apreciar el enfrentamiento entre su miedo y su sueño es cuando se levanta a media noche a cerrar con clavos la caja de su equipo imaginando que se trata de su mismo ataúd con él dentro. Pero todo queda ahí, la discusión con su chica acerca de una posible desgracia es aliviada por una burda escena cómica. Queda claro que a Zemeckis no le interesa el desarrollo de su personaje.


Y en sus amigos, secuaces y novia tampoco vamos a encontrar mucho valor. Cada uno ellos está en la trama simplemente para ejecutar una tarea de la gran hazaña, por lo que moldearlos como estereotipos fue la única manera que se encontró para hacerlos tan siquiera un poco graciosos. La pareja sumisa que apenas y habla, los torpes drogadictos, el (extraño) y fiel amigo, el compañero pesimista... No hay ningún tipo de esfuerzo para la construcción de los personajes, todo se volcó hacia el aspecto técnico.

Ni siquiera el gran atractivo de la cinta, la caminata final por la cuerda floja, logra el impacto esperado. Además de ser poco emocionante y de carecer del peso que un clímax requiere, la secuencia se vuelve repetitiva y aburrida conforme pasan los minutos. La gran tensión de un momento como este se ve opacada por la necesidad de mostrar la maravilla de lo que Zemeckis y su equipo han creado desde el punto de vista digital.


En la Cuerda Floja es un recordatorio de lo banal que pueda llegar a ser una película basada en hechos reales. Además, es también la prueba de que Zemeckis muestra, pero nunca cuenta. Si alguien quiere conocer la verdadera historia detrás de la hazaña de Petit, Man on Wire es lo que verdaderamente nos emocionará y nos hará vibrar con el sueño imposible de un hombre ordinario.

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