En La Sal de la Tierra, Sebastião Salgado se adentra en lo más oscuro de nuestra especie, aquellos rincones olvidados por la civilización en donde los cadáveres son tantos que tienen que ser recogidos con tractores, en los que animales sufren a causa de los desastres naturales causados por el hombre y donde los padres tienen que ir a tirar los cuerpos de sus hijos a un hoyo como si de basura se tratase. Sebastião no solo ha retratado con su cámara lo que el hombre puede hacerse a sí mismo, sino que lo ha vivido de cerca, lo ha hecho parte de sí y lo ha conmovido hasta la médula. En este documental, dirigido por su hijo, Juliano Ribeiro Salgado, y el aclamado director alemán Wim Wenders, la vida y el trabajo del influyente fotógrafo social brasileño quedan como una prueba del terrible daño que hemos hecho a nuestro planeta y a nosotros mismos, pero también como un atisbo de esperanza para alcanzar la redención como especie.
Nominado al Óscar en la última entrega de premios, La Sal de la Tierra cubre gran parte de la vida de adulta de Salgado. Aunque se habla un poco sobre sus padres, su infancia en un pequeño poblado rural de Brasil y su instrucción como economista en Sao Paulo, el documental se concentra en sus años como fotógrafo y explorador del mundo. Y uno se podrá preguntar antes de verla ¿cómo retratar la vida de un hombre cuyo trabajo se encuentra congelado en el tiempo? ¿Cómo transmitir su pasión al espectador sin la necesidad de dar explicaciones? Wenders y Ribeiro Salgado encontraron varios recursos que hacen de esta obra una experiencia verdaderamente única.
Y es precisamente el cineasta alemán quien empieza la narración contando su fascinación por Salgado, de como una impactante fotografía lo conmovió y le instó a buscarlo para emprender este gran proyecto. Pero él no es el único quien tiene la palabra, el mismo Salgado aparece buena parte de la película relatando las experiencias alrededor de sus trabajo. En un principio, Wenders lo pone a prueba al colocar sus fotografías frente a él; un cristal las reflejan mientras el sujeto habla, creando así una bella imagen en la que creación y creador se vuelven uno. Y esto no es precisamente una experiencia enriquecedora desde el punto de vista espiritual, pues varias de estas imágenes le hacen recordar a Salgado los más oscuros momentos, aquellos en donde estuvo cara a cara con lo peor del hombre. En los primeros minutos, una escena en particular define lo curiosa y catártica de este empresa. En el ártico, Wenders filma a Salgado mientras este le está tomando una fotografía. Ambos puntualizan lo irónico de la situación e intercambian algunas risas. Queda claro que Salgado no fue el único que pudo explayarse, y es que el director también participa de manera activa en una de las últimas expediciones y se involucra completamente en el proceso. La participación de Ribeiro Salgado es mucho más discreta, pero ese momento en el que Wenders le pasa la batuta narrativa de manera momentánea y orgánica le viene muy bien al relato, ya que su punto de vista como hijo ayuda a seguir construyendo la personalidad de Salgado, por más breve que sea.
Sebastião Salgado es un tipo auténtico, dedicado y realmente preocupado por su entorno. La Sal de la Tierra no lo enaltece como un ser excepcional y con una gran fortaleza ni como un Mesías del Apocalipsis al que nos dirigimos, sino más bien como un simple hombre con un gran talento artístico, el cual decidió utilizar para dar a conocer los horrores en los que viven los mismos habitantes de nuestro planeta. Salgado narra las incontables veces que se derrumbó emocional y físicamente y cómo su fe en la humanidad fue disminuyendo con cada cosa atroz que presenciaba. Y aún así, este documental no es solamente un homenaje para él, sino para nuestro maltratado planeta y por todo lo que todavía vale la pena, tal y como Salgado lo hizo con su proyecto "Génesis".
Las escenas en las que se internan en las selvas de Nueva Guinea y Brasil podemos verlo conviviendo con las tribus nativas viviendo en total y completa armonía. Esa sensación de inocencia que proyectan y en donde los prejuicios realmente no existen reflejan también la visión de Salgado, una en la que una sola persona puede hacer tanto bien como mal, todo es cuestión de uno mismo.
El mensaje ambientalista de La Sal de la Tierra es evidente. La última parte, en donde la familia de Salgado logra milagrosamente salvar todo un ecosistema en su tierra natal, enaltece la prueba de que el cambio es posible y que quizá la naturaleza está dispuesta a darnos una oportunidad más a pesar de todo el daño que le hemos hecho. Al final, el protagonista habla de su existencia como un ciclo. En su infancia nació rodeado de una espesa selva llena de vida; con los años, la erosión acabó con el terreno y prácticamente nada volvió a vivir allí, pero con su esfuerzo y el de su esposa, un nuevo brote verde repobló la región de una manera espectacular y es ahí precisamente donde se encuentra viviendo su vejez. Wenders establece un paraleleimos entre su compañero y la naturaleza, como si ambos hubieran vivido lo peor solo para salir adelante después. Como un ciclo natural, Salgado está de vuelta en casa rindiendo un tributo a lo que por años se ha dedicado a retratar.
La Sal de la Tierra cuenta una de esas historias que realmente nos hace desear que nuestra especie no existiese; de cualquier modo, Wenders y la familia Salgado no nos invitan a denunciar u odiar a los causantes del desastre, que al final del día somos todos, sino simplemente a tomar conciencia, reflexionar y pensar en todo el sufrimiento y caos que reina en nuestro mundo. Y lo más importante, a pensar en todo lo maravilloso que tiene para ofrecernos.
Y para cerrar, una selección de las mejores fotografías de Sebastião Salgado:
Las escenas en las que se internan en las selvas de Nueva Guinea y Brasil podemos verlo conviviendo con las tribus nativas viviendo en total y completa armonía. Esa sensación de inocencia que proyectan y en donde los prejuicios realmente no existen reflejan también la visión de Salgado, una en la que una sola persona puede hacer tanto bien como mal, todo es cuestión de uno mismo.
El mensaje ambientalista de La Sal de la Tierra es evidente. La última parte, en donde la familia de Salgado logra milagrosamente salvar todo un ecosistema en su tierra natal, enaltece la prueba de que el cambio es posible y que quizá la naturaleza está dispuesta a darnos una oportunidad más a pesar de todo el daño que le hemos hecho. Al final, el protagonista habla de su existencia como un ciclo. En su infancia nació rodeado de una espesa selva llena de vida; con los años, la erosión acabó con el terreno y prácticamente nada volvió a vivir allí, pero con su esfuerzo y el de su esposa, un nuevo brote verde repobló la región de una manera espectacular y es ahí precisamente donde se encuentra viviendo su vejez. Wenders establece un paraleleimos entre su compañero y la naturaleza, como si ambos hubieran vivido lo peor solo para salir adelante después. Como un ciclo natural, Salgado está de vuelta en casa rindiendo un tributo a lo que por años se ha dedicado a retratar.
La Sal de la Tierra cuenta una de esas historias que realmente nos hace desear que nuestra especie no existiese; de cualquier modo, Wenders y la familia Salgado no nos invitan a denunciar u odiar a los causantes del desastre, que al final del día somos todos, sino simplemente a tomar conciencia, reflexionar y pensar en todo el sufrimiento y caos que reina en nuestro mundo. Y lo más importante, a pensar en todo lo maravilloso que tiene para ofrecernos.
Y para cerrar, una selección de las mejores fotografías de Sebastião Salgado:
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