Vicio Propio: crimen, marihuana y pachuli

Paul Thomas Anderson es responsable de algunas de las películas más importantes del panorama estadounidense de los últimos tiempos. Basta con recordar las dos últimas, Petróleo Sangriento y The Master, soberbias examinaciones de los efectos de los frecuentes cambios culturales de aquel país, como la completa adopción del capitalismo y la influencia de los cultos religiosos. De esta manera, el director se ha convertido en uno de los narradores por excelencia de esta nación, acercándonos a los sueños y frustraciones más arraigados de esta sociedad. Vicio Propio, su último trabajo, es una desviación hacia algo completamente distinto que, aunque explora otra faceta de la identidad nacional, como lo es el consumo de drogas y el crimen, carece notablemente de la pasión y del crudo tratamiento de sus obras anteriores.

Larry "Doc" Sportello (Joaquin Phoenix) es un detective privado poco convencional y ferviente consumidor de marihuana. Cuando su ex novia, Shasta Fay, acude a él para pedirle que intervenga en los planes de una codiciosa mujer y su amante de remitir al pudiente esposo en un manicomio, de los cuales ella también fue parte, Doc emprende una aventura por el mundo de las drogas y el crimen organizado de Los Ángeles de principios de los 70, uno en donde el glamour, el misticismo y la brutalidad encajan perfectamente.

Basada en la novela homónima de Thomas Pynchon, Vicio Propio es básicamente una comedia sobre drogadictos y criminales tan ambiciosos como excéntricos. La historia cuenta con una enorme plantilla de personajes, quienes establecen algún tipo de conexión con Doc, ya sea para ayudarlo o perjudicarlo, o ninguna de las dos. La situación se torna confusa desde el comienzo. Además del caso principal que el protagonista está siguiendo, otros más comienzan a absorber su tiempo. Todos tienen que ver entre sí, pero hay momentos en los que realmente no sabemos quién tiene que ver con quién o qué demonios es lo que están buscando los demás. El mundo en el que se desarrolla este relato se ve sumamente atractivo desde arriba: motociclistas nazis, dentistas traficantes de heroína, cultos religiosos en contubernio con carteles de la droga... Doc se mete con todos ellos y es en esos momentos cuando nos damos cuenta que en realidad no son tan interesantes como se veían. Sorpresivamente, Anderson ha adaptado lo más superficial de los personajes y los ha representando de la manera más vacía posible.


El misterio es el atributo principal de la cinta; sin embargo, uno nunca se siente tan involucrado como para querer resolver el caso con Doc. Con más de dos horas de duración, el final es tristemente lo más esperado. Esas secuencias bellamente fotografiadas, las magistrales actuaciones, la fuerza de sus diálogos... El aclamado realizador nos tenía acostumbrados a un nivel superior de narración, pero en esta ocasión, todo lo anterior está ausente, vamos, ni siquiera la música de Jonny Greenwood logra atraparnos como lo hizo en ocasiones anteriores. Obras del género stoner, como The Big Lebowski, en donde un grupo de personajes igual de irreverentes se mezclan en el mundo de la marihuana y el crimen demuestran que sí es posible conjuntar todos estos elementos en una película divertida y astuta.

Se supone que el vicio propio es ese defecto de algo que causa su posterior deterioro debido a su inestabilidad. ¿Y cuál es el de los jugadores principales? La verdad es que nunca lo descubrimos. Las drogas juegan un papel importante, pues para algunos de ellos han provocado su desfragmentación física y emocional, como los adictos a la heroína; la cuestión es que esto se trata de algo externo y no hay pistas por ningún lado de su inestabilidad como individuos. ¿Qué hay más allá de la mota de Doc o de la heroína de los dentistas? Es como si todos ellos tuvieran que estar drogados para ser interesantes.

Anderson cuenta con participaciones especiales de varias grandes estrellas, como Benicio del ToroReese Whiterspoon y Owen Wilson, pero ninguna de ellas logra tener el suficiente impacto como para dejar alguna impresión. Del Toro aparece apenas un par de minutos, mientras que Wilson interpreta a un extraño hombre alejado de su familia en una subtrama que nunca termina de cuajar. Josh Brolin, quien hace el papel de "Bigfoot", agente policiaco a veces amigo y en ocasiones enemigo de Doc, cumple con una buena y graciosa actuación, pero el guión lo mete en problemas en varios momentos, ya que su dinámica con el protagonista es errática y siempre en constante cambio.

Algunas cosas son rescatables, como esas notas realismo mágico que podemos apreciar cuando la narradora se introduce en la trama y sigue contando mientras va de copiloto de Doc en su auto. Esto genera una inquietante duda: ¿habrá que estar drogado para poder disfrutar esta película?

Al final, es muy probable que ni siquiera sepamos que ha pasado durante la larguísima trama. A pesar de todos esos difíciles embrollos, malos entendidos y confusiones, es posible que nada haya ocurrido. Doc sigue siendo el mismo marihuano de siempre, los criminales andan libres por las calles de Los Ángeles y los hippies siguen emanando ese aroma a pachuli. ¿Qué nos deja entonces Vicio Propio? Sin duda, la primera gran decepción de Paul Thomas Anderson es muchos años.


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