Timbuktu: el sufrimiento de una ciudad olvidada

Un atentado en las oficinas de una revista francesa, un bombazo en una estación del metro española, un avionazo en el ícono de la economía estadounidense... Las afrentas del extremismo islámico hacia el mundo occidental siempre han acaparado las primeras planas de los periódicos y los horarios estelares de las televisoras, pero cuando miles de inmigrantes encuentran su fatal destino durante su primer y último viaje por el Mediterráneo o cuando África arde por los conflictos religiosos y étnicos que los han azotado por años, realmente a nadie le importa. Timbuktú, la nueva película de Abderrahmane Sissako, llega en una época en la que vida de un blanco católico vale más que la de un negro musulmán, una en la que el hombre enarbola en la religión un motivo para dominar y una que simplemente debería de haber quedado ya en el pasado. He aquí una desgarradora y triste historia de la vida en el norte de África, donde, con todo respeto, la vida no vale nada.

Timbuktú, Mali, hoy. Un grupo radical islámico ha ocupado la ciudad sometiendo a todos sus habitantes a una serie de opresivas reglas con el fin de "honrar su religión" y "complacer a Alá". No hay excepciones, cada uno de los ciudadanos debe cumplirlas al pie de la letra. Las mujeres deben de cubrirse por completo, la música está prohibida, el futbol también, el toque de queda está en marcha y los hombres deben de cumplir con el código de vestimenta impuesto. ¿El castigo por incumplir lo anterior? Una humillación pública o la muerte. Así, los locales tratan de coexistir con los invasores desafiando sus imposiciones de las maneras más creativas e inesperadas.

A través de una serie de viñetas, Sissako cuenta una historia humana de sumisión y crueldad, pero también de rebelión y convicción. Estas nos muestran el día a día de Timbuktú mientras los milicianos recorren las calles en busca de alguien que haya violado las normas. Por supuesto, los lugareños no están muy contentos de que un grupo de extraños haya llegado a desestabilizar su armonía. Algunas mujeres no pueden aceptar el hecho de que tengan que trabajar cubiertas de pies a cabeza y los músicos locales simplemente se niegan a que sus voces e instrumentos sean silenciados. Sin embargo, sus desafiantes actos pronto son descubiertos y los líderes del grupo no tardan en asignarles un tremendo castigo.

El director africano no solo nos acerca a la opresión del pueblo, sino también al lado más humano de los milicianos. A pesar de que el futbol está prohibido y de que los subordinados no dudarán ni un segundo en aprehender a cualquier con un balón, una escena en particular delata su pasión mientras hablan de quién ha sido un mejor jugador, si Messi o Zidane. Por otro lado, la torpeza y hasta duda de los integrantes más jóvenes queda expuesta cuando su inexperiencia les impide grabar los usuales videos de amenaza y propaganda, como los de ISIS o Al Qaeda, derivando en situaciones que llegan incluso a lo cómico. Sus dubitativas expresiones y renuencia nos dejan claro que no están del todo seguros de estar en el lugar que desean. De igual manera, algunos de los líderes hacen de la vista gorda a todas las nuevas reglas cuando fuman en secreto o cuando deciden tomar por esposa a una de las chicas de la ciudad sin hacer caso de los usos y costumbres de la región.


Sissako indaga en los sentimientos y reacciones de un pueblo que se siente ofendido y ultrajado, uno al que se le ha arrebatado su libertad sin razón alguna mas que la interpretación religiosa de un grupo de radicales. La cinta está llena de bellos momentos que ilustran ese característico deseo humano por seguir viviendo en medio de un ambiente de opresión. Sin duda el más notable de todos es la escena en donde los más jóvenes juegan un partido de futbol sin pelota. Imaginando las jugadas, los goles y las faltas, estos se divierten y sueñan ante la insólita mirada de los milicianos, pues nada pueden hacer ante esta simulación.


Aunque la película divide su atención en varios de los habitantes de Timbuktú, hay uno al que se la da un seguimiento en especial, Kidane, un granjero que ha cometido un crimen de manera accidental y que ahora tendrá que enfrentar a la retorcida justicia radical. Es durante su conversación con uno de los cabecillas que se haca notar uno de los puntos más importantes de la trama; Kidane no tiene miedo de morir, acepta su responsabilidad y deja en manos de Dios su verdadero castigo. El trágico final de su familia deja abierta la herida de la intolerancia y el extremismo.

Timbuktú es una oda a la resistencia humana, una relato del sufrimiento que vive la gente olvidada por el mundo y en cuyos actos de rebelión ante la injusticia podemos identificar el verdadero espíritu libre que define al hombre. Mientras el mundo occidental se preocupa por el bienestar de su idealizada sociedad, son tipos como Sissako los que verdaderamente seguirán contando esas historias que nadie más se molestará en hacerlo.

Comentarios