¿Cuál es el punto de que un hombre se someta a vivir bajo el amparo de un Estado o una Iglesia? ¿Debe uno rendirles pleitesía para poder alcanzar la gratificación absoluta como ciudadano y devoto? Leviatán, de Andrey Zvyagintsev, aborda estos cuestionamientos en el marco de una batalla entre un común y corriente individuo y el gobierno local. Pero no solo eso, también saca a relucir esa sensación de total abandono por parte de un Dios que supuestamente habla a través de aquellos que ostentan el poder y a quienes la vida de los más desafortunados les es indiferente.
Kolya, quien vive en una población costera del norte de Rusia, ha recurrido a todas las instancias legales posibles para evitar que el alcalde se apodere de las tierras en las que vive por una irrisoria cantidad. Para tratar de darle la vuelta a todo el proceso legal, el afectado llama a su viejo amigo Dmitri, un acomodado abogado de Moscú y quien se ha hecho de varios documentos que, de publicarse, acabarían con la vida política del alcalde. Así, Kolya recupera la esperanza de poder quedarse con lo que es legítimamente suyo, pero mientras una serie de acontecimientos comienzan a desmoronar su vida, el hombre habrá de enfrentar una crisis de vida que probará su entereza como creyente y miembro de una sociedad totalmente despreocupada por su bienestar.
Leviatán es un oscuro vistazo al panorama de las relaciones sociales en un entorno en donde la corrupción, el abuso y el oportunismo parecen corroer cada fibra de nuestra ya de por sí retorcida existencia. Con una maestría absoluta y una tenaz representación de una cultura como la rusa, Zvyagintsev explora la vida de un mártir contemporáneo, uno que lo pierde todo a causa de la avaricia y brutalidad de una entidad como lo es el Estado. "Desde el nacimiento, estamos marcados por el pecado original, todos hemos nacido en un Estado", menciona el director al referirse a su obra y es que no puede estar más en lo cierto. Vivir bajo las reglas de un gobierno parece ser una mancha en nuestra existencia; de alguna forma u otra, esta terminará por enscuciarnos y darnos la capacidad para aprovecharnos de los demás, todo bajo la cínica supervisión del gobierno.
Aunque Kolya es el protagonista de esta historia, su rol se limita a la pasividad, a ver cómo las cosas ocurren ante él sin que siquiera pueda hacer algo al respecto. Este es el ciudadano común para Zvyagintsev, el que ha construido arduamente su patrimonio solo para que alguien más llegue a arrebatárselo manipulando la ley a su antojo. Kolya no es un santo ni nada por el estilo, su fuerte temperamento, su excesivo gusto por el alcohol y su marcado machismo han alejado a su esposa de su lado y han orillado a su hijo adolescente a probar el fruto prohibido de su edad. Lo que le ocurre a continuación es el indiscutible síntoma de vivir en una contaminada sociedad.
La crítica a la clase política y la del poder no es para nada discreta. Cada uno de los personajes que conocemos en la trama que están asociados al gobierno tratan a Kolya y su familia como animales de ganado, como algo que no merece importancia y nada en lo absoluto. En una escena en el comienzo vemos cómo Kolya, su esposa y su amigo abogado escuchan el veredicto del tribunal sobre su enésima apelación, la cual ha resultado favorable para el Ayuntamiento. Este potente e hipnótico momento destaca por la rapidísima manera en que la juez escupe la larguísima y técnica resolución, que en pocas palabras dice que el Alcalde es más poderoso que el ciudadano simplemente por el cargo que precede. Sus palabras son como las balas de una AK-47 fusilando la esperanza del agraviado y el indiferente tono hace todo el asunto mucho más denigrante. ¿Quién puede ayudarlo entonces si la ley no tiene nada qué decir al respecto? Dmitri apela entonces a las mismas artimañas del alcalde al poner sobre la mesa la posibilidad de hacer público su sórdido pasado si no deja a su amigo en paz. Pasmado, el gobernante accede a dialogar y a acabar con el hostigamiento. La victoria está cerca.
El alcalde es la representación absoluta del Estado en Leviatán. El tremendo asco que emana solo es igualado por el gran poder que ejerce y por lo que está dispuesto a hacer para sus satisfacer sus caprichos y las órdenes de alguien más poderoso que él. No es casualidad que cuando Dmitri discute con él y trata de extorsionarlo, la sombra de una figura como la de Vladimir Putin se encuentre en la habitación. Quizá lo más desconcertante de todo es lo que ocurre después. Derrotado y sin saber cómo actuar, el alcalde acude con el opulento obispo local (de la Iglesia Ortodoxa), un viejo amigo y cuyo discurso sobre el poder que ejerce Dios sobre la Tierra reaviva su ambición por las tierras de Kolya. El alcalde se asume ahora como un omnipotente enviado divino con la capacidad de destruir vidas con tal de satisfacer al Señor. Su convicción es realmente aterradora.
Previo al desenlace de todo el embrollo, Zvyagintsev abre un largo paréntesis para enfocarse en las relaciones humanas y en esa mancha que llevamos cada uno de nosotros. Felices por haber sometido al abusivo alcalde, Kolya, Dmitri, sus amigos y su familia se van de día de campo para disfrutar de una tarde de embriaguez, tiro deportivo y para descubrir las verdadera naturaleza del hombre. Es aquí donde Kolya se da cuenta que Lila, su mujer, ha mantenido una relación amorosa y sexual con su amigo. Antes, el alcalde se pregunta acerca de la verdadera agenda del arrogante abogado: ¿cómo puede estar ayudando a don nadie por más amigo que sea de él? Su motivación: Lila. Esta es solo la primera demostración en la cinta de que nadie hace algo de a gratis. El alcalde actúa bajo las ordenes de alguien más, el obispo obtiene favores del gobierno, los amigos de Kolya sacan lo peor de sí al aprovecharse de su situación y Dmitri solo lo ayuda para poder estar cerca de Lila. De pronto, el pobre hombre se ha quedado solo, sin nada ni nadie.
A pesar de lo dramática de la situación, Zvyagintsev se da el espacio para insertar uno que otro momento cómico, como cuando justamente en ese picnic uno de los amigos de Kolya lleva cuadros de los más famosos dirigentes rusos para usarlos como blancos en la práctica de tiro. El desahogo del pueblo en todo su esplendor.
Tal y como apunta el padre de la comunidad en donde vive (todo lo contrario al obispo), el sufrimiento de Kolya es equiparable al del relato bíblico de Job. Ambos inocentes y al sentirse abandonados por Dios deciden abandonar su fe y preguntarse por qué les está pasando esto precisamente a ellos. ¿Es acaso por el pecado original que llevan consigo?
El epílogo es quizá el momento cumbre de la película. Tras una serie de sucesos que dejan al protagonista en prisión, el alcalde se sale con la suya y construye un fastuoso templo justo en donde se encontraba su casa. Ahí, el obispo oficia misa ante un grupo de burgueses y es en su homilía en la que les advierte de las mentiras que se han de pasar por verdades, aquellas que intentan justificar actos de violencia y destrucción con buenas intenciones. El alcalde, escuchando atento y sin una sola gota de remordimiento, le susurra a su pequeño hijo: "Dios lo ve todo". Esta satírica pero por demás tétrica escena resulta un golpe duro para nuestra realidad, una en la que oponerse al sistema es prácticamente ir en contra de Dios y sus designios, todo porque así lo dictan los más poderosos.
Leviatán es la prueba de que, tal y como dice uno de los "amigos" de Kolya, "el hombre es el animal más peligroso de todos". Justo como pudimos constatar este mismo año en Relatos Salvajes, la sociedad, al igual que la jungla, se rige por la ley del más fuerte y las venganzas y rencores se han convertido en las máximas de nuestras vidas. Como mexicanos, todo lo acontecido en esta cinta nos parece lastimosamente familiar. Esclavos de un gobierno corrupto y una Iglesia con los ojos vendados, la victoria final luce todavía muy lejana.
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