El Noé de Aronofsky

A través de su corta pero fundamental obra, Darren Aronofsky ha construido un pequeño universo visual que no solo ha logrado cautivar por su estilo y técnicas narrativas, sino por la crudeza con la que ha retratado facetas sumamente oscuras de nuestra humanidad, aquellas que están en todos nosotros y que pocas veces nos atrevemos a enfrentar. La fragilidad del cuerpo, la adicción y la obsesión en todo su esplendor. Si bien algunas de sus obras han causado controversia por distintas razones, las cuales no vienen al caso en este momento, todos y cada una de ellas guardan algo en especial. Cuando fue anunciado que la súper épica producción de Noé estaría a cargo del director, las reacciones fueron diversas: ¿se comprometería la visión de Aronofsky? ¿cómo abordaría un tema religioso de manera parcial? Las expectativas eran casi iguales que las reservas.
Tras algunos retrasos, disputas con el estudio y otros pequeños problemas, Noé finalmente vio la luz. Por supuesto, la historia narra la odisea del mítico personaje bíblico para salvar a la creación de su Dios mientras este purgaba a la Tierra con un eterno diluvia de toda la maldad y el pecado que ya la asfixiaba. Apoyado de varios de sus recurrentes colaboradores (Ari Handel como coguionista, Clint Mansell como musicalizador y Matthew Libatique como director de fotografía) y de un enorme presupuesto de más 100 millones de dólares, resultaba interesante y hasta morboso poder apreciar el resultado final. ¿El veredicto? Sencillamente, la peor película de Darren Aronofsky, por mucho.

La tarea no era sencilla. Al tener muy poco material en el cual basarse, mas que el relato del Génesis, era obvio que Aronofsky tendría que tomarse buena cantidad de libertades para cubrir una película de dos horas de duración y desarrollar a los personajes involucrados. Desde temprano se sabía que la cinta tomaría un tono fantástico para darle un sentido mucho más mitológico a toda la historia, hecho con el que trataría de alejar al público de la clásica polarización entre si los hechos fueron verídicos o no, cosa que realmente no está a discusión en la obra. Con su más reciente cinta, el director trata de humanizar el mito del personaje bíblico dotándolo de cargas emocionales con las cuales se pueda simpatizar; sin embargo, este ha fallado rotundamente en su intento.

El Noé de Aronofsky va más o menos así. Después de que su padre, Lamech, es asesinado a manos de un despiadado líder tribal llamado Tubal-Cain, el todavía infante protagonista huye escapando de una muerte segura. Años después, ya con una familia, Noé (Russell Crowe) se ha convertido en un hombre de bien que se ha alejado de toda la corrupción y degeneración que acaparan a toda la civilización. Tras tener una serie de visiones y presenciar un par de hechos insólitos, Noé decide ir a visitar a su abuelo en buscar de darle un significado a estas premoniciones. Junto a su esposa y sus hijos y su esposa Naameh (Jennifer Connelly), Noé parte hacia la montaña donde habita Matusalén (Anthony Hopkins). En su camino, el grupo rescata a Ila (Emma Watson), una pequeña niña a la que adoptan enseguida. Además, la familia se encuentra con los Vigilantes, ángeles caídos que intentaron compartir su conocimiento y fueron castigados por ello por su Dios. Tras el encuentro con Matusalén, Noé se entera que un diluvio acabará con la humanidad dentro de poco y que su tarea será salvar a los inocentes, una pareja de cada especie de animales del mundo, de la tempestad.


El potencial de la cinta era sumamente interesante. ¿Sometería Aronofsky a Noé una tremenda obsesión al igual que los personajes de toda su obra? ¿Lo encontraríamos atrapado dentro de sus mismos sueños convertidos ahora en pesadilla? A primera vista, podría decirse que sí. Noé es un hombre completamente subordinado a lo que cree. Su pasión por su cometido lo ha cegado completamente y lo ha apartado no solo de su familia, sino de cualquier otra emoción. En la cinta, tras encontrarse confinados en el arco al comenzar el diluvio, la relación entre Noé y sus familiares se vuelve tensa, pues una advertencia que hace desestabiliza completamente la armonía entre los únicos sobrevivientes humanos sobre la Tierra. Noé, completamente ciego hacia el sentir de sus hijos y esposa, casi ha perdido la razón, su obsesión ha sacado el lado más oscuro de su persona. Lo anterior podrá sonar como poco convencional si nos referimos a una producción hollywoodense sobre un relato bíblico; sin embargo, Aronofsky cae en lo predecible, lo monotono y lo superficial. Es difícil poder simpatizar con Noé, no por el contexto fantástico y las circunstancias extremas a las que está expuesto, sino por lo acartonada de su caracterización. Además de la raquítica e insoportable actuación de Crowe, la pasividad del personaje terminan por acabar con cualquier atractivo que pudiera tener. Sí, pasividad., pues aunque es su decisión de construir el arca es lo que mueve la trama, el conflicto interno que lo sume en una depresión aparece hasta muy tarde en la cinta. Hubiera sido más apropiado ver su lucha entre su deber y querer en pleno cautiverio.

La subtrama de Ham (Logan Lerman), uno de los hijos de Noé, tiene sus matices. Por un lado, son sus acciones las que ponen al protagonista en un interesante dilema, pero su caracterización no es mas que irritante. Algo parecido sucede con Emma Watson. Aunque son contadas sus intervenciones, su actuación deja mucho qué desear. Es quizá Jennifer Connelly la que mejor papel hace en toda la película, pareciera como si ella fuera la única permitida a mostrar sus emociones tal cual.

La representación de una maldad sin sentido y solo por que sí a través de Tubal-Cain (Ray Winstone) no favorece en nada a la trama. Es cierto que su antagonismo no es esencial, pero su inclusión por demasiado tiempo en la historia parece ser únicamente con el propósito contar con algunas escenas de acción y tensión baratas.

Si bien apenas podemos encontrar rastros de Aronofsky en la cinta, hay escenas en particular que nos muestran todo el talento que han hecho grandes a sus anteriores producciones.

Los seguidores del director no tardarán en encontrar cierta similitud con La Fuente de la Vida, quizá su otra obra que más ha polarizado a la opinión de la crítica. El ambiente fantástico y muy cercano a lo cósmico, la espiritualidad que emanan sus protagonistas y la búsqueda de una tierra prometida son elementos que comparten ambas narrativas. Incluso hay una escena en Noé que bien podría ser una reinterpretación de su vieja cinta. Noé, a punto de que una horda de desesperados hombres le arrebaten el arca, se percata del comienzo del diluvio cuando la primer gota cae sobre su rostro. El plano, en un ángulo cenital y con el protagonista mirando directamente hacia nosotros nos recuerda al Hugh Jackman mirando hacia Xibalba en otra línea del tiempo. Su perdición y salvación se encuentra en el mismo sitio.

Otros planos, como en el que encontramos el arca en un paisaje oscuro frente a una roca con cientos de personas aferrándose a ella, resulta tan tenebrosa como bella por sí misma.

El uso del timelapse también es recurrente en la cinta, en algunas ocasiones logra verse muy bien en pantalla, pero en otras parecen resaltar carencias de los efectos visuales. El stop motion también aparece en varios momentos, particularmente en la escena donde Noé encuentra una flor creciendo súbitamente, tal y como el Hugh Jackman conquistador de La Fuente de la Vida descubre igualmente frente al árbol sagrado.

Es una pena que Aronofsky se haya diluido en esta súper producción, su toque quedó sepultado por una pobre y complaciente trama y una serie de personajes poco convincentes. En realidad, el Noé de Aronofsky no siente como uno de Aronofsky. Esperemos que esta sea el único gran tropiezo en su ya destacada carrera.

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