Ella: una historia de amor del siglo XXI

Personas pagando por dejar que expresen sus sentimientos, acompañantes virtuales que nos ayudan prácticamente a hacer cualquier tarea y una sociedad conectada como una sola hasta el más mínimo detalle, pero tan desconectada al mismo tiempo entre cada uno de sus miembros es como Spike Jonze (El Ladrón de Orquídeas, ¿Quieres Ser John Malkovich?) imagina la vida en unos años más. ¿Y qué hay entonces de las relacionas interpersonales? Resulta curioso que mientras las posibilidades para interactuar con el mundo digital son cada vez mayores, las que tenemos con nuestra familia, amigos, novios, etc. se van cerrando poco a poco. Teniendo en cuenta lo anterior, ¿qué es lo que definirá al amor en el siglo XXI? ¿qué papel jugará nuestra individualidad en todo esto? Con Ella, Jonze nos regala un cautivante, magistral y reflexiva obra sobre las relaciones humanas en una época en la que estas han quedado en un lejano segundo plano.
En un futuro no muy distante...

Theodore Twombly (Joaquin Phoenix) es un solitario e introvertido hombre de mediana edad que está pasando por un difícil divorcio. Hubo algún momento en que era feliz con Catherine (Rooney Mara), su esposa; sin embargo, el tiempo empieza a demostrar que a Theodore le cuesta expresar sus sentimientos, además de que una profunda sensación de vacío comienza también a hacerse presente en él; por otro lado, no quiere separarse de ella, pues sin saberlo siente un miedo terrible a lo que hay allá afuera.

Tras enterarse de un nuevo sistema operativo que promete revolucionar la vida de todos sus usuarios, Theodore adquiere uno de estos y lo instala en todos sus dispositivos. Tras convenientemente elegir una voz de mujer para su sistema, este conoce a Samantha (Scarlett Johansson), la inteligencia artificial con la que convivirá las 24 horas del día o cada que vez que la necesite. Así, Theodore y Samantha comenzarán una relación que pasará por distintas etapas, desde los celos hasta la más grande pasión, descubriendo al mismo tiempo una faceta del amor totalmente desconocida por ambos.

La vida de nuestro protagonista es sumamente peculiar. Su trabajo, irónicamente, consiste en escribir cartas para personas que tienen dificultades para dejar ver sus sentimientos. A partir solamente de unas cuantas fotografías, Theodore puede plasmar en una planilla una gran variedad de emociones y sentimientos. Su estilo es único, hermoso y sumamente caluroso. Tanto en su entorno (una ciudad que resulta una extraña combinación de Los Ángeles y Tokio) como en su propia casa, Theodore se encuentra inmerso en un ambiente virtual en el que prácticamente todo es posible; buscar algo en cuestión de segundos, escuchar las noticias, tener un tipo de sexo virtual basado en puro audio. Y no solo él, todo mundo vive con un auricular conectado a su oído y con la vista pegada a una pequeña pantalla. Este síntoma también de nuestra actualidad mantiene a los miembros de esta sociedad aparentemente conectados y hasta podríamos pensar que se refuerza el concepto de individuo al poder elegir exactamente lo que queremos y personalizar hasta el más mínimo detalle de lo que nos rodea; sin embargo, una falsa impresión de originalidad y plenitud cautiva a cada uno de ellos. Así pues, la ausencia de interacción cara a cara ha sumido a Theodore y todos los demás en una abrumadora e inadvertida soledad.

Esta visión del mundo se acerca un tanto a aquella de Huxley, en donde el placer resulta la forma de control definitiva. Consolas de videojuegos tipo Ilumiroom en las que prácticamente podemos interactuar con los personajes como si se tratase de personas, otros videojuegos en donde se pueden practicar cosas tan banales de la vida real como llevar los hijos a la escuela (sí, como en Los Sims), y Samantha, por supuesto, una especie de Siri lista para ser nuestro único y leal acompañante están al alcance de todos. Este tipo de placer virtual es sumamente controversial. ¿Qué es lo que tanto nos llama la atención de vivir vidas ajenas, probar cosas que nunca haríamos en la vida real? La identidad virtual es sin duda un tema con bastante tela de dónde cortar, pero sigamos adelante.

Pronto nos damos cuenta de la insignificancia de Theodore. Las bellas tomas abiertas con los enormes y ultra modernos edificios en el segundo planos reflejan inmediatamente la pequeñez del personaje. Theodore pudiera parecer patético, pero ¿quién no tiene miedo de convertirse en alguien solitario viviendo rutinariamente y con un empleo poco gratificante? Se trata de una preocupación general. ¿Sería justo entonces juzgar a Theodore por lo que está a punto de hacer? Diría que no.

El primer encuentro entre Samantha y Theodore es incómodo y extraño. ¿Una inteligencia artificial con la que se puede tener una conversación como si se tratase de una persona? Si bien su tarea principal es ser su asistente por excelencia, Samantha pronto se convierte en compañero y confidente de Theodore, no solo ella comienza a desarrollar emociones humanas, sino que nuestro protagonista comienza a intimar de una manera que nunca antes creyó posible, pero ¿es esto normal, desarrollar afecto por un sistema operativo consciente? Se pregunta a sí mismo.

La esencia de Samantha resulta muy familia a la de HAL de 2001: Odisea en el Espacio. Ambos han desarrollado una conciencia para asistir a sus usuarios humanos, sus actividades y constante interacción con el hombre les han llevado a descubrir los tratos, emociones y sentimientos que nos caracterizan. Mientras que HAL encuentra lo más oscuro que nuestra especie puede llegar a hacer, Samantha se topa con el amor. Aunque los dos estén confinados a un dispositivo físico, no importa del tamaño que sea, su omnipresencia parece ser absoluta y hasta cierta punto tétrica. Samantha ve dormir a Theodore, conoce su vida perfectamente y hasta toma decisiones por él. ¿Es esto lo que nos depara el futuro? Jonze nos da una idea de cómo será una inteligencia artificial cuando estas logren adquirir una consciencia propia.

A pesar de su soledad, Theodore tiene unos cuantos amigos. Por un lado tenemos a Amy (Amy Adams) una cineasta y productora de videojuegos que tiene un pasado amoroso con él. Aunque al principio la vemos con una pareja, eventualmente esta termina con él sumiéndola en una relativa tristeza, pues su consuelo ha resultado nada más y nada menos que un sistema operativo igual a Samantha. Desde un punto de vista, Amy es muy parecida a Theodore. Su dificultad para establecer vinculos afectivos con personas de carne y hueso los mantiene en el estado que se encuentran actualmente. Por otro lado, está Paul (Chris Pratt), un ingenuo compañero de trabajo que sí tiene una relación estable con una mujer.


Antes de caer perdidamente enamorado de Samantha, Theodore tiene una cita a ciegas con una mujer llamada Amelia (Olivia Wilde) la cual se ve sumamente atraída hacia él. Aunque logran congeniar muy bien, la chica advierte a Theodore que algo serio podría salir de todo esto, cosa que inmediatamente lo ahuyenta. Evidentemente, Theodore le tiene miedo al compromiso, no podría lidiar con lo impredecible que podría ser salir nuevamente con una mujer de verdad. El hecho de que Samantha esté ahí cuando lo necesite y que prácticamente esté moldeada a su gusto es lo que Theodore encuentra sumamente atractivo. Salir con una inteligencia artificial no representa un peligro alguno para su estabilidad emocional. Nuevamente, ¿podemos juzgarlo? Todos buscamos a nuestra alma gemela, alguien que nos entienda perfectamente y con la que podamos hacer prácticamente todo. ¿Qué pasaría si lo encontramos? ¿No estaríamos absolutamente aterrados de perderla? Theodore lo quiere todo pero al mismo tiempo no quiere nada. Más humano, imposible.

Con lo que Theodore no cuenta, es que Samantha pronto desarrollará las mismas dudas que él y sentimientos como los celos y la obsesión comenzarán a aparecer en su relación.

Grandiosa la inclusión de una inteligencia artificial modelada a partir de una personalidad real, la cual Samantha presenta a Theodore y este no tarda en sentir celos de ella. El guiño, ya sea intencional o mera coincidencia, al John Keats de la saga literaria de los Cantos de Hiperión es más que bienvenida.

Uno de los momentos más interesantes de la cinta viene cuando, a sugerencia de Samantha, una especie de sustituta sexual accede a simular ser el cuerpo de esta para poder tener sexo con Theodore. La experiencia resulta todo menos placentera para él, pues no es el contacto físico lo que busca realmente, sino alguien que lo comprenda en todos los sentidos.


SPOILERS ADELANTE. Cerca del final, Theodore se da cuenta que  Samantha se ha ido de sus dispositivos, como si hubiera sido borrada de estos. Desesperado, este trata de buscar una solución. Al borde de la locura, Samantha regresa y es ahí donde Theodore se da cuenta, el sistema operativo está diseñado para ser así y no pertenece exclusivamente a él, cientos de usuarios más también interactúan con otras versiones de Samantha, incluso amorosamente. Una vez más, el supuesto individuo queda expuesto. En una sociedad como esa/esta no hay tal, cuando creemos que somos únicos y especiales en realidad solo somos parte de un todo del que a veces ni siquiera nos damos cuenta.

Tras su descubrimiento, Samantha confiesa que ha llegado el momento de partir. ¿Ha expirado, se actualizará, una nueva versión ocupará su lugar? Cualquiera que sea la razón, Samantha desaparece de los dispositivos ante un desolado Theodore.

Cambiado por toda la experiencia, Theodore se da cuenta que puede que dejar ir sí sea lo mejor después de todo. Su divorcio con Catherine fue tan doloroso por esta razón. Su aventura con Samantha fue breve pero intensa; por su bien, quizá sea mejor dejar todo atrás

Al final, Theodore se reencuentra con Amy, quien también se encuentra desconsolada por la partida de su sistema operativo. Después de su experiencia, quizá sea momento de probar algo más. TERMINAN SPOILERS.

Más que una historia de amor entre una inteligencia artificial y un hombre, Ella pone sobre la mesa varias cuestiones sobre la condición humana que damos por sentadas y que realmente no nos ponemos a reflexionar acerca de ellas y por tanto, terminamos lastimados en una relación o perdemos cachitos lentamente de aquello que nos hace únicos y especiales.

Escribiendo solo por primera vez, Jonze ha realizado quizá su película más cautivante. Llevándonos siempre a la mente de sus personajes con situaciones improbables pero tan humanas a la vez, el director vuelve a dar en el clavo con una representación de los deseos más profundos de uno, aquellos que a veces no nos atrevemos a decir aunque no sean tan perversos como pensamos. Con un inteligente e ingenioso guión, un diseño de producción impecable y una fotografía exquisita a cargo de Hoyte Van Hoytema (Déjame Entrar, El Espía que Sabía Demasiado), Ella es sin duda alguna una de las mejores películas del último año, sino es que la mejor. (Atención al plano en donde Theodore se encuentra frente a una pantalla gigante de plasma en donde siente que prácticamente está por ser devorado por algo más fuerte que él, simplemente esplendoroso).

Y qué decir de la música de Arcade Fire, esta nunca logra opacar las escenas, pero los momentos en los que aparece resultan sumamente precisa y envolvente, sobretodo el extracto de "Supersymmetry", muy conmovedor.

Gracias Jonze por enseñarnos un poco más sobre el amor en esta nueva era.

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