Afortunadamente, llegó a nuestro país una cinta que quizá no era esperada por nadie. La leyenda del tío Boonmee, ganadora de la prestigiosa palma de oro de Cannes el año pasado, tuvo una efímera pero mágica travesía por las pantallas mexicanas.
La reencarnación, la vida espiritual y los viajes fuera de nuestro cuerpo son temas ajenos o muy poco profundizados en el pensamiento occidental. El equilibrio entre la naturaleza y el humano ha quedado sumido en el asfalto de las grandes urbes de nuestro lado del mundo, sin embargo, el director tailandés Apichatpong Weerasethkul nos lleva por un místico viaje de fantasía oriental, sexo con un pez gato y un grupo de simios fantasma.
La vida del tío Boonmee está llegando a su fin. Víctima de una enfermedad en los riñones, Boonmee vive con un migrante de LAOS que ha decidido cuidarlo, y con su cuñada, que también ve por él.
Durante una noche de cena tradicional, la esposa de Boonmee, quien había fallecido hace muchos años, se aparece espontáneamente en la mesa. Es sorprendente la tranquilidad con que todos toman la aparición, como si sólo se hubiera retrasado su llegada para comer.
Durante una larga plática, Boonmee pone al tanto a su esposa de varios acontecimientos que han ocurrido en la villa y también se pregunta si ha por fin llegado su momento. El espíritu no ha venido a llevarse a nadie, quizá su visita sólo se deba a la perfecta armonía que existe entre el otro mundo y el nuestro.
Sin embargo, la esposa de Boonmee no es la única en regresar a este mundo. Su hijo, quien desapareció varios años atrás y se le dio por muerto, llega también en una forma poco convencional, convertido en un espectro simiesco. Su transformación se no es explicada como otro paso más de la vida, en el que la la naturaleza y el hombre son uno solo y donde no existe castigo para nuestra estancia terrenal.
Es así como Boonmee se prepara para un viaje final al bosque con todo su séquito. Damos un vistazo a su granja, a su casa, a sus trabajadores y a la vida inmigrante que ha cambiado la sociedad tailandesa.
Durante el transcurso de la cinta, el director nos transporta al pasado, a un momento de una de las vidas de Boonmee como otro ser, ¿un pez gato, una princesa agobiada por su apariencia? No lo sabemos. Es aquí donde una vez más la naturaleza y el humano se conjuntan contra todo pronóstico y creencia. La sagrada vida de todas las cosas es representada como la máxima creencia de los pueblos orientales, no importa el tiempo ni el espacio.
Al final, Boonmee se encuentra con su destino y su alma deja el deteriorado cuerpo para una nueva aventura, una nueva vida. Su cuñada y amigo lo dejan para regresar a la villa y darle el ritual de despedida correspondiente.
En los últimos momentos de la película es donde quizá se encuentra toda la esencia. Mientras la cuñada y el ahora convertido monje, inmigrante de Laos se encuentran viendo la televisión en una habitación de un hotel, después del funeral, nos topamos con una gran revelación: sus almas se encuentran también en otro mundo que está perfectamente entrelazado con el nuestro. Con gran claridad, ambos pueden verse a sí mismos y darse cuenta del verdadero sentido de la vida: un paso de tantos más.
Sin duda alguna, una gran reseña.
ResponderEliminar