Después de la nevada, quisiera cavar un túnel hacia tu ventana

En la misma tarde del funesto funeral, Alexander se encuentra en el asiento trasero del automóvil, la familia se dirige a casa, no habrá cena fuera está noche ya que una nevada amenaza a todo el vecindario según los reportes del clima.

Alexander tiene dos hermanos pequeños. Norah, de 8 años, es la más inteligente de los tres, dijo su primera palabra a los dos años e hizo su primera operación matemática a los tres: En su escuela, Norah ha sobresalido por sus proyectos de biología al llevar sapos, ratas y, en una ocasión una ardilla, disecados al salón de clases. Norah es el orgullo, y el ventilador de chismes, de la familia. Win es el más pequeño de los niños. A sus 5 años, Win ha sido reportado en el colegio más de 20 veces. Ha sido acusado de decir malas palabras, hablar en clase, no poner atención y sólo ayer, la maestra habló con la madre por una supuesta queja de una niña del salón: Win le había levantado la falda para ver su ropa interior. Alexander fue el primero en llegar. Según sus padres, Alexander sería la cosa más feliz y el punto que cambiaría la vida de ambos hacia un futuro mejor. Si en algo tuvieron razón, fue en el cambio. De tener una pequeña deuda con el banco, los intereses han terminado por extender la relación del padre de Alexander con la institución por unos 10 años más, y no precisamente amistosa.

Los padres discuten sobre quién tiene derecho a sintonizar la música en la radio. Su madre reclama que la tristeza la embarga y eso le da el derecho, su padre dice que el hecho de manejar le da todo el poder. Alexander mira por la ventana, los primeros copos de nieve comienzan a caer, hay niños en la calle levantando las manos tratando de alcanzaros y atraparlos. Alexander suspira. Su vida es común, se levanta temprano, desayuna, va a la escuela por las mañanas, llega a comer y por las tardes hace su tarea y ve la televisión. Nunca se ha puesto a pensar en el futuro, es algo que lo aterra y que lo absorbe en muchas ocasiones. Es por eso que Alexander ha desarrollado un par de pasatiempos para evitar estos pensamientos. Le gusta escribir, cartas sobre todo, a destinatarios desconocidos. Sabe que le escribe a alguien pero no exactamente a quién. Le gusta también ir a la oficina de correos, le agrada ver a la gente y tratar de descifrar qué es lo que mandan y a quién, aprovecha también para imaginar a quiénes podría mandarle las cartas sin destino. Estos pasatiempos habrían pasado desapercibidos en la vida de Alexander si no hubiera sido por la niña que vive enfrente de su casa. Alice, no sabe nada de ella, no van a la misma escuela, cree que ni siquiera va a la escuela, no conoce a sus padres, sólo sabe su nombre. Una vez escuchó a su padre referirse de ese modo a esa misteriosa niña. ¿Y qué tiene que ver ella con sus pasatiempos postales?

Alexander está enamorado secretamente de Alice. O al menos eso es lo que el cree. Cada tres días, Alexander deja una carta en un hueco del jardín de Alice. Sería ilógico pensar que la niña sabría exactamente dónde le dejaba las cartas y aun más que supiera que le mandaban cartas si no le llegaban al buzón. Pero de algún modo, lo sabía. Alexander sabía que lo sabía. Norah también lo sabía. Estaba enterado del secreto amor de su hermano. Había interceptado un par de cartas hace unas semanas y planeaba usar la información en cualquier momento para su conveniencia. Alexander no sabía esto, para él, su amor era inocente, único, y secreto.

Al llegar a casa, la nieve ya cubre todo el suelo. Alexander se imagina que camina sobre una gran sábana mientras se baja del auto. Sus hermanos corren rápidamente hacia la puerta para entrar primero y ganar el único televisor de la casa, hoy pasarán un especial sobre un perro ruso que una vez fue al espacio. Alexander no se molesta, se toma su tiempo. Sus padres se quedan en el auto, discuten como siempre. No ha habido un solo día en hace muchos años que Alexander no vea a sus padres pelear. Esto ya no le causa ningún conflicto, la vida sigue, no son sus asuntos.

Justo antes de que entre a la casa, un auto se detiene en la acera de enfrente. Es un coche viejo pero bien preservado. De el, un hombre maduro con aspecto rígido baja, se toma un momento para saludar a Alexander y da la vuelta para abrirle la puerta a un mujer. Ambos se toman de la mano y se dan un pequeño beso antes de dirigirse a la puerta. Alexander sabe que hay un pasajero más en el auto. –¡Alice! ¿Qué esperas? ¡Apresúrate!- grita la mujer desde el pórtico de su casa. Una de las puertas traseras se abre, Alexander da unos pasos hacia la calle, sus padres discuten con más intensidad ahora. Si no hubiera sabido de quién se trataba, Alexander no hubiera descifrado que había una niña debajo de ese tumulto multicolor de bufanda, chamarra, gorro, guantes, otra chamarra y unas gafas enormes. Alice baja del auto y cierra la puerta tras de ella. Alexander la mira con atención y levanta la mano tímidamente para saludarla. Alice sólo lo ve desde el otro lado, no parece percatarse de que la están saludando o quizá sólo no quiera responder. –¡Alice! ¡Entra ya!- su madre sigue en el pórtico. La niña no responde al saludo de Alexander y se da la vuelta para entrar a su casa. Al menos sabe que existo, al menos sabe que vivo enfrente de ella, se plantea Alexander.

Detrás suyo, sus padres salen del auto. Su madre llora y su padre grita, ambos se dirigen a la entrada y parecen no haberse dado cuenta de que su hijo se encuentra en la banqueta con escasa protección para la tormenta que se avecina.

Desde donde está, Alexander puede ver las sombras de sus vecinos, la luz proyecta las figuras de aquella habitación. Puede ver una pequeña silueta que se mueve de aquí a allá, puede ver cómo toma un objeto y se lo entrega a una figura más alta, posiblemente su madre. A Alexander le gusta pensar que esto es como ver una serie de televisión con su estrella favorita, su única estrella.

El día ha sido cansado. Una hora de estar parado es suficiente para Alexander, cuya condición física es de lamentar. No es gordo pero tampoco tiene la complexión ideal para su edad, Alexander está un poco pasado de peso. Su madre alguna vez le dijo que tratara de salir más y hacer ejercicio de vez en cuando. Como era de esperarse, Alexander no hizo caso, prefiere quedarse en casa y mirar por la ventana, ver la casa de enfrente, escribir y escribir.

Asomarse por la ventana es imposible. La visibilidad se limita a quizá poco más de un metro. La nevada es terrible en verdad. Desde su habitación, Alexander ya no puede ver nada. La noche y la tormenta han creado una cortina alrededor de la casa de Alice, sólo le resta pensar en ella. ¿Qué estará haciendo? ¿Estará leyendo una de mis cartas? Ojalá.

Ya es muy tarde, es fin de semana y los niños duermen. Hay un televisor prendido, el documental del perro está por terminar, Alexander ignora si alguien esté mirándolo. La pelea de sus padres duró un rato más y luego cada quien se quedó en una habitación hasta que fuera la hora de dormir. Sorpresivamente, ambos están en su cuarto. Ha habido ocasiones en las que el padre de Alexander ha tenido que dormir con él, en la sala o incluso fuera de la casa.

Tapado hasta el cuello, Alexander recuerda. Recuerda a su decrépito abuelo. No quiere ser como él, no quiere vivir solo, no quiere que alguien como la abuela lo deje y se vaya a morir a otro lugar. No quiere ser como sus padres, no quiere pelear con nadie, no quiere eso. Alexander piensa en Alice. Quisiera que ella tuviera control sobre sus sueños para que pueda aparecerse cuando le plazca. Sería ilógico creer que Alice tiene poder sobre los sueños de Alexander, pero esta noche, el niño soñará con ella.

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