Dunkerque: una experiencia sensorial que nos lleva al límite de la tensión

Unos minutos después de haber comenzado, uno puede darse cuenta de uno de los pequeños pero más significativos detalles de Dunkerque. Cuando las explosiones, los disparos y el oleaje son silenciados en breves momentos, el tenue tictac de un reloj comienza a hacerse evidente y la tensión adquiere toda una nueva dimensión. Sabemos que los soldados que estamos viendo en pantalla tienen el tiempo encima, pero este elemento extradiegético nos recuerda de manera permanente de lo que está en juego. Así, una enloquecedora espera se apodera tanto del espectador como de los personajes y aunque la situación de cada uno que aparece es apremiante, el tiempo inesperadamente se convierte en el verdadero protagonista de esta película, una portentosa experiencia cinematográfica que resalta todos las cualidades que hacen de este arte algo excepcional.

1940. Dunkerque, Francia. Más de 400 mil soldados, en su mayoría británicos, han sido acorralados en las playas de la ciudad por las tropas enemigas. Solo es cuestión de días para que una masacre se lleve a cabo y el curso de la guerra cambie para siempre. Con el canal como lo único que los separa de casa, cientos de miles de hombres yacen desesperados tumbados en la arena o esperando su turno para subir a una de las escasas y atiborradas naves que tratan de hacer su labor con la latente amenaza de ser atacados. Un último y desesperado intento por salvarlos pronto comienza a fraguarse; cientos de embarcaciones civiles se dirigen al sitio. En una de ellas, el Sr. Dawson (Mark Rylance), su hijo y otro joven zarpan esperando contribuir a la causa. Mientras, Farrier (Tom Hardy), un piloto de la Real Fuerza Área hace lo que puede para aportar fuego de cobertura a los barcos. Finalmente, Tommy (Fionn Whitehead), uno de los soldados británicos varados, se une a otro grupo de cabos para idear la forma de salir de ahí y sobrevivir.



En las últimas semanas, previo al estreno de su esperada cinta, Christopher Nolan, director, habló sobre la polémica que existe alrededor de Netflix como distribuidora y productora de cintas originales. Con una visión extremadamente purista, muy parecida a la que compartió Pedro Almodóvar durante el Festival de Cannes este año, el británico fue contundente: para él, si la película no es exhibida en la pantalla grande, no se trata de cine, sino de una aberración sin nombre. Para Nolan, adepto de las viejas usanzas, como los efectos prácticos y la filmación con cinta, el cine solo puede ser experimentado con esa sensación de envolvimiento que un sistema de sonido surround y la proyección de imágenes puede ofrecer. Que estemos de acuerdo con él es tema para otra ocasión, pero cuando uno ve Dunkerque se puede entender perfectamente a lo que se refiere. Su nueva obra es una experiencia sensorial que lleva al límite al espectador, un pasmoso viaje audiovisual que nos estresa y al mismo tiempo nos hace sentir a través de sus intensas imágenes.


Dunkerque es una cinta de guerra poco convencional que recrea de manera dramática los sucesos ocurridos durante la evacuación de la ciudad del mismo nombre durante la famosa Operación Dínamo, considerada todo un milagro de la Segunda Guerra Mundial. Contrario lo que hubiéramos esperado de cualquier otro filme del género, Dunkerque no nos explica cómo se ideó el rescate ni nos muestra cómo las fuerzas enemigas trataron de impedirlo, más bien nos sitúa en medio de la acción y con poca exposición, la cual en realidad no es necesaria, pues lo que estamos por ver únicamente se trata de la historia de un grupo de hombres que buscando sobrevivir y ayudar, ambas naturales en tiempos de guerra. Dividiendo la trama en tres segmentos: aire, tierra y agua, Nolan retrata la desesperación vivida en todos los frentes, pero también la camaradería surgida en los instantes más críticos.

Esta estructura de la trama es solo una pequeña parte del ingenio con el que Nolan ha concebido su guión. Cada una de las tres historias nos sitúa en distintos momentos de todo el drama alrededor de la evacuación. En tierra, o en el muelle, nos encontramos con los soldados varados una semana antes; en el mar, con el marino, su hijo y su amigo, un día antes; y en el aire, con los pilotos, una hora previo al desenlace. Además de que hay una razón lógica detrás de esto, como por ejemplo, una hora era el tiempo que tenían los aviones antes de que se les terminara el combustible, el uso que Nolan la da al tiempo demuestra una vez más su maestría para jugar con la elasticidad del mismo. Como es de esperarse, las tres historias se intercalan en distintos instantes, pero lo que realmente nos mantiene al tanto es la forma en que estas lo harán.


Por supuesto, también se tiene que hablar de la esplendorosa fotografía a cargo de Hoyte van Hoytema, uno de los nuevos prodigios que desde hace unos años nos ha cautivado por su trabajo en cintas como Ella o Spectre. El ojo del holandés es una de las piezas fundamentales de esta obra, pues al dejar al mínimo el uso de efectos especiales, su capacidad con el lente adquiere una relevancia todavía mayor. Las excepcionales tomas de las batallas aéreas, las que ocurren bajo el agua, la desolación de las interminables líneas de soldados que logra capturar... Hoytema también ha dominado aire, mar y tierra con una colección de imágenes que bien lo podrían estar encaminando hacia un primer y más que merecido Óscar.

Y claro, Dunkerque no tendría el mismo impacto si no fuera por la impecable edición y mezcla de sonido, algo ya muy normal en las películas de Nolan; pero lo que verdaderamente destaca en el aspecto sonoro es la música original compuesta por Hans Zimmer, quien logra uno de sus más espeluznantes trabajos al basarlo en el tono Shepard, la llamada escala musical infinita. Buena parte de los temas que escuchamos en la cinta poseen esta estructura, la cual se caracteriza por un ascenso continúo del tono, pero que no se trata más que de una ilusión, pues esta no conduce a ningún lado. Esto resalta enormemente la intensidad de la cinta y la desesperación vivida por los personajes. La tensión no sería la misma sin el uso de esta original idea. El mismo Nolan declaró que el tono Shepard es uno de los conceptos básicos que lo llevaron a crear este relato de guerra de tres historias que se cruzan, en donde parece que el final simplemente no llega.


Pero no todo solo es destreza narrativa e impacto visual. Nolan, a pesar de tener en sus manos un guión con muy poco diálogo, ha conseguido representar la huella que deja la guerra en el hombre. La desesperación y la frustración son temas recurrentes que puntualizan el horror de la misma, pero lo son también la compasión y la esperanza, pues durante la trama nos topamos con distintos momentos en los que diferentes personajes ofrecen una mano o la otra mejilla a quienes simplemente han perdido la cordura. Lo siguiente podría considerarse un spoiler, pero resulta pertinente para concluir esta reseña. Al final, el soldado interpretado por Harry Styles, al llegar a la Gran Bretaña, después de ser evacuado, le responde a un hombre que los felicita y los recibe con té y ropa limpia con un "solo hemos sobrevivido". Sobrevivir es el gran mérito de este infierno.

La guerra es sin duda una de las manifestaciones más irracionales y destructivas de nuestra especie; con Dunkerque, Christopher Nolan nos lo recuerda sin la necesidad de recurrir a imágenes gráficas o siquiera mostrar al enemigo que yace literalmente a solo unos kilómetros de distancia. Sin duda su mejor película hasta ahora.

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