Reseña - Nadie Sabe Que Estoy Aquí: el destierro de un sueño

"El mundo está afuera. Esto es una fantasía", le dice enérgicamente Jacinto (Alejandro Goic) a su desolado y lastimado hijo, Memo (Jorge García), un cantante excepcional que ha sido apartado del mundo después de haber tenido un desafortunado andar por la vida artística. En este encuentro, el padre trata de convencer a su hijo de que acepte una oferta para volver a estar frente a un micrófono, aunque sea solo por un momento.

Inmerso en su propia codicia y sin un ápice de sensibilidad, Jacinto se olvida de que ese lugar del que le pide a su hijo salir cuanto antes fue creado por él mismo, y que lo que aguarda afuera podría ser todavía peor. En Nadie Sabe Que Estoy Aquí, Memo es la víctima de una vida que le fue elegida; la decepción y la frustración se han convertido en los eternos acompañantes de su  destierro.


A pesar de su gran talento como cantante infantil, el productor de Memo cree que no tendrá éxito debido a su aspecto, por lo que le propone a Jacinto usar solamente su voz en secreto para lanzar la carrera de otro artista de su sello. Esto, por supuesto, no cae nada bien en el niño, quien, en un arranque de ira, se ve involucrado en un terrible incidente. Es así como Memo es enviado a vivir a Chile con su tío Braulio (Luis Gnecco) en una comunidad campirana, específicamente en una pequeña isla de Llanquihue.

Ahí, como ya todo un hombre, se encarga de cuidar la granja pasando totalmente desapercibido, pero las fantasías de lo que pudo haber sido su vida continúan haciéndolo soñar con algo más. Cuando Marta (Millaray Lobos), la sobrina de un proveedor de su tío, se topa con él por mera casualidad, no solo surge una improbable amistad entre ellos, sino la posibilidad de recuperar lo que arrebataron hace tanto tiempo.

Respaldado por Pablo y Juan de Dios Larraín (Ema, Jackie) el chileno Gaspar Antillo hace su debut cinematográfico con Nadie Sabe Que Estoy Aquí. Rescatando prácticamente del olvido a Jorge García, famoso por el inolvidable personaje de Hugo en Perdidos, el equipo presenta esta íntima cinta sobre el precio de la fama y las consecuencias de un sueño cortado de tajo.

El director deposita toda su confianza en García para crear a Memo, un introvertido y misterioso sujeto sumido en una insuperable tristeza. Apelando únicamente a sus expresiones, movimientos corporales y a una imponente figura física, el actor consigue crear ese contraste necesario entre su apariencia y vulnerabilidad emocional.


Antillo nos presenta a Memo y a su tío como dos granjeros viviendo apaciblemente en un lugar de ensueño. Pero cuando descubrimos algunos de los pasatiempos de este último, como meterse en casas ajenas cuando no hay nadie o pasar su tiempo libre cosiendo extravagantes atuendos, su desasosiego resulta evidente.

A través de algunos flashbacks, pronto conocemos el origen de sus tribulaciones; el hecho de que alguien haya triunfado a costa suya no lo ha podido dejar tranquilo hasta el día de hoy. La aparición de Marta significa la primera vez en mucho tiempo que Memo finalmente se abre ante alguien más, dejando ver que los sueños que alguna vez tuvo permanecen intactos.

Memo, por supuesto es el alma de Nadie Sabe Que Estoy Aquí. Lo impredecible de su carácter hacen de su protagónico quizá algo no memorable, pero sí muy curioso. En una escena lo podemos ver amenazar con su sola presencia a un hombre que atenta contra la paz que reina en su hogar, mientras que en otra lo vemos notablemente desconsolado ante los dolorosos recuerdos que lo inundan en todo momento.

Cabe destacar que García apenas tiene unas cuantas líneas monosilábicas, haciendo que toda la fuerza de su actuación recaiga en sus ademanes. Y aunque esto ciertamente habla bien de García como actor, el guión parece tomar la ruta fácil no solo con él, sino con el resto de los personajes.


El desarrollo como personajes de Marta, Jacinto y Braulio queda suprimido para darle todos los reflectores a la aflicción de Memo. Si bien sus intervenciones despiertan las distintas facetas del protagonista, desde su lado más violento hasta el más dulce, resulta imposible no quedar esperando un poco más de sustancia en las motivaciones de todos ellos. Su papel como catalizadores de las acciones de Memo es bienvenido, pero la relación que cada uno tiene con él queda a la deriva por alguna u otra razón. 

Afortunadamente, Antillo mantiene atento al espectador con distintos recursos: la pegajosa canción que le da título a la cinta, la espectacular y contemplativa fotografía de Sergio Armstrong (frecuente colaborador de Pablo Larraín), la cual aprovecha al máximo los hermosos paisajes de la campiña chilena, y una contundente secuencia final en la que vemos a García entregarse por completo a las ilusiones rotas de Memo con un número musical sumamente emotivo. El mundo de Jorge brilla una vez más, que sea o no una fantasía realmente ya no tiene importancia.

Nadie Sabe Que Estoy Aquí irónicamente trata con el resurgimiento, por más efímero que sea, de un hombre herido que solo quería compartir su talento con el mundo. Incluso cuando la curiosidad de la gente regresa, la mirada de las cámaras parecen acecharlo más que aceptarlo, no por la nada la presencia de paparazzis y drones emergen como nuevos invasores de su tranquilidad.

Cuando finalmente todos saben que está ahí, Memo se enfrenta ante la posibilidad de dar a conocer el secreto que ha ocultado durante todo ese tiempo. La pregunta es: ¿valdrá realmente la pena?

Comentarios