Tierra de Cárteles: una desbalanceada mirada hacia la otra guerra contra el narco

El fenómeno de las autodefensas en Michoacán ha generado un intenso debate en el país, el cual, a pesar de haber dejado de ser cubierto por los medios convencionales, plantea una cuestión sumamente compleja: ¿cómo saber que estos grupos eventualmente no se convertirán en aquellos a quienes combaten? La práctica ha generado resultados tan distintos como impredecibles, por lo que generalizar resulta imposible. Matthew Heineman, director del documental Tierra de Cárteles, se internó en lo más profundo del desangrado estado con la intención de acercarse a los líderes del movimiento y tratar de descubrir si efectivamente actúan con el mero interés de ayudar a la gente. Filmada, escrita y dirigida por él, esta película destaca por fusionar una labor periodística con elementos de cinéma vérité; sin embargo, al terminar de verla, uno no puede evitar pensar en que algo está faltando, un contrapeso necesario para poder establecer una clara visión sobre quiénes son y cuáles son sus objetivos reales.

En Tierra de Cárteles, Heineman sigue a uno de los fundadores y miembros clave de los grupos civiles armados, el Dr. José Manuel Mireles. Es junto a él y su creciente grupo de voluntarios que el cinesta recorre todo el estado no solo tomando detalle de los enfrentamientos con el cartel de los Caballeros Templarios y los conflictos con el Ejército Mexicano, sino del poder de convencimiento y liderazgo que emana de una figura como la de Mireles. Por otro lado, Heineman también aborda un caso más o menos parecido del otro lado de la frontera, el de un estadounidense que ha creado un grupo paramilitar que, entre otras tareas, se dedica a "conservar" la seguridad de la frontera y mantener alejados a los peligrosos narcotraficantes. 



No debe de quedar duda de que el trabajo de Heineman es digno de reconocimiento. Internarse en una de las regiones más peligrosas del mundo, mantenerse en el frente y lidiar con un cartel tan sanguinario como lo es el de los Caballeros Templarios habla de su gran pasión periodística. Queda claro que la difusión que representaba el proyecto debió de haber sido muy atractiva para Mireles y compañía, por lo que convencerlo de seguir sus pasos posiblemente fue una tarea sencillo. Así, lo que de verdad tenía que preocupar a Heineman era su propia seguridad. Si bien las imágenes presentadas cuentan con muy pocos momentos de tensión o de peligro real, el simple hecho de estar en esta tierra de nadie representaba ya una gran amenaza para su persona. 

Las primeras escenas son quizá las más fuertes del documental. En ellas, un grupo de personas, probablemente parte de los Caballeros Templarios, se encuentran "cocinando" metanfetamina en un páramo desolado (evocando levemente a Breaking Bad) y fuertemente custodiado. Con toda la paciencia del mundo, el director captura el rudimentario proceso, pero de calidad según las palabras de estos hombres, por el que se produce la sustancia. Frente a la cámara, el líder asegura que hay algo malvado en todo lo que hacen, lo reconoce, pero también afirma que es la única manera de salir adelante en un país que no le ha dejado otra alternativa. Sin meterse con el gobierno de directamente, Heineman se une al grito de millones de mexicanos que están hartos de la inseguridad y de la complicidad del gobierno. Una afrenta más en contra de nuestra ya de por sí frágil sociedad.


La declaración de Heineman toma gran fuerza conforme va avanzando la cinta, pero es cerca del final cuando todo se torna extraño y una confusión narrativa parece imperar junto a las imágenes presentadas. La primera parte es prácticamente una exaltación de la gran labor de Mireles, un Mesías contemporáneo que, irónicamente, pretende traer paz a su tierra con más violencia. Por supuesto que esto no es nada nuevo. ¿Cuántas guerras no se han librado en la historia de la humanidad para después gozar de un periodo de paz, por más breve que este sea? Poco más de la primera hora nos introduce en el mundo de Mireles, de cómo es alabado por la gente, odiado por los Templarios y molestado por el gobierno federal. Sus discursos, acciones e incidentes en los que se ve involucrado demuestran que es un personaje altamente reconocido en todo el país. Pero casi que como en una obra de ficción, todo se viene abajo y la imagen otorgada por Heineman da un giro inesperado, y no porque se trate de un personaje idealizado, sino porque la construcción del mismo no indicaba que algo así pasaría. 

Cerca del final, cuando las autodefensas comienzan a desmoronarse por la intervención federal, la misma representación de Mireles también se ve desfragmentada por una aparente relación extramarital con una muchachita y por declaraciones de su esposa que no lo dejan muy bien parado. Es cierto que la inclusión de estas circunstancias pudieran ser necesarias para abarcar todos los espectros posibles del hombre en cuestión, pero ¿realmente vienen al caso? ¿qué es lo que Heineman pretende demostrar? El derrumbe de su movimiento y su familia al mismo tiempo parecen ser manipulados por Heineman para dotar de un valor melodramático a su obra, el cual realmente sobra.


Quizá lo que más llama la atención de Tierra de Cárteles es la notable ausencia de un punto de vista de oposición.  La inclusión de los entes gubernamentales se limita a aumentar el valor positivo de las autodefensas. Una escena, por ejemplo, muestra a una buena cantidad de los habitantes de un pueblo corriendo a los soldados que amenazaban con desarmar a un grupo de las autodefensas. En otro momento, la aparición del Comisionado Alfredo Castillo, con un aire beligerante e impropio, no deja más remedio que sentir desdén por un gobierno corrupto y desinteresado. Y sí, que quede claro que está en lo cierto, el problema es que este tipo de investigación necesita de una fuerza opositora real para determinar el valor de las autodefensas. La única explicación posible de esta omisión es la intención de contar cómo estas se han destruido desde adentro y de cómo algunos de sus miembros se han pasado al crimen organizado, a formar parte de las autoridades, o ambas. 

Pero el más grande desacierto de Heineman viene con la otra parte del documental, la que filmó en Estados Unidos con un grupo de nacionalistas anti inmigrantes y que carece de cualquier relación y sustento. En teoría se trata de dos grupos de vigilantes que buscan devolver la paz a sus lugares de origen, pero sus verdaderos motivos distan mucho de ser parecidos. Aunque su aparición en la película apenas y abarca un tercio de la duración de la misma, nunca se explica del todo el vínculo que trata de establecer con las autodefensas. El líder paramilitar siempre hablar de estar cansado y harto en cada una de sus intervenciones, por lo que pronto comienza a ser redundante. Lo mejor que pudo haber hecho Heineman es haberse enfocado en Michoacán.


Tierra de Cárteles es un documental que ofrece una mirada hacia esa otra guerra contra el narco. Si bien su trabajo merece de reconocimiento, la carencia de varios elementos indispensables para hacer de su obra algo realmente valioso termina por afectar su parcialidad. Pero hay algo que sí se tiene que destacar. Todos los entrevistados hacen referencia a los ciclos. Al final, un miembro del cártel advierte que nunca serán vencidos y revela que han estado financiado a algunos de los grupos civiles. Unos se pasan al gobierno; otros, al narco, el ciclo de violencia no termina. He ahí la máxima aportación de Heineman en su relato.

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