La Forma del Agua: una carta de amor al relato clásico

Guillermo del Toro se ha dedicado a contarnos cuentos de hadas con un estilo único y un toque de oscuridad, el cual nos ha dejado ver la humanidad en estos relatos protagonizados por un diverso grupo de monstruos. Con sus películas, el director mexicano ha creado un vibrante universo habitado por criaturas sobrenaturales con las que los espectadores se han identificado a pesar de su monstruosa naturaleza. La Forma del Agua, su más reciente trabajo, es sin duda el más destacado hasta ahora, no solo por la perfeccionamiento de su técnica narrativa, sino por la celebración de un sentimiento universal como el amor. Valiéndose nuevamente de circunstancias fantásticas, del Toro nos inserta en una cruda realidad en la que no hay espacio para la inclusión y la pasión, uno que nos resulta dolorosamente familiar.

Elisa (Sally Hawkins) es una intendente que trabaja en un complejo militar en tiempos de la Guerra Fría y que ha quedado muda desde pequeña tras un accidente, por lo que solamente puede comunicarse a través de señas. La mujer, quien vive arriba de un cine, solo tiene dos amigos: Giles (Richard Jenkins), un pintor de avanzada edad que no ha podido disfrutar de su sexualidad como querría debido al rechazo generalizado de la época; y Zelda (Octavia Spencer), su compañera negra en el trabajo que día a día lidia con el machismo en su propia casa. Un día, su estricta rutina se ve interrumpida inesperadamente cuando el Coronel Richard Strickland (Michael Shannon) llega a la base trayendo consigo una extraña criatura anfibia (Doug Jones), la cual desea examinar para encontrar algún tipo de secreto que pueda ser explotado. Sometida a abusos y tortura de su parte, el monstruo pronto encuentra la amistad de Elisa, con quien desarrolla una relación a pesar de que ninguno de los dos puede emitir palabra alguna.

Ganadora del León de Oro en el pasado Festival de Venecia, La Forma del Agua es una de esas raras cintas comerciales en las que el estilo del director nunca se diluye entre las restricciones del presupuesto o las imposiciones del estudio. Del Toro ha conseguido una obra que denota toda su creatividad artística y que al mismo tiempo logra ser atractiva para la audiencia en general. Manteniéndose fiel a su visión fantástica, el realizador se consagra finalmente en Hollywood con una historia incluyente y que tiene su fundamento en el concepto del amor más puro, pero también una que hace reverencia al cine como una gran fuerza capaz de hacer soñar al hombre y a la mujer con un mejor lugar.

Elisa es un personaje con el que cualquiera se puede identificar rápidamente. La mujer disfruta de su aparentemente insignificante vida sacando jugo de todos los pequeños detalles, como una buena sesión de masturbación, frecuentes visitas a su amistoso vecino, preparar la comida y escuchar las divertidas conversaciones de su amiga Zelda. Hawkins hace un estupendo trabajo al personificar a esta mujer que, a pesar de contar con dos verdaderas amistades, no puede evitar sentirse arrastrada por la soledad y la añoranza de algo más. Al no poder valerse de las palabras, los gestos y movimientos adquieren una mayúscula importancia, pero la actriz logra transmitir la alegría y tristeza que inundan a Elisa en distintos momentos con tan solo unas cuantas miradas y ademanes. Su trabajo es potente y muy valioso. La ternura que el espectador podría sentir rápidamente se transforma en un profundo respeto hacia ella.


Su encuentro con el Hombre Anfibio impacta su vida de forma insospechada. Su solitaria naturaleza la conmueve y la insta a acercarse a él. Este, objeto de un gran maltrato por parte de Strickland, también encuentra consuelo en el cariño de Elisa, con quien en breve forma un vínculo que va más allá de las palabras y que repentinamente adquiere un tono romántico. Vista por los demás como algo inferior, la mujer finalmente se siente completa con la compañía de un ser que la ve tal y como es y sin ningún tipo de prejuicio. Su relación progresa gracias a otros placeres, como la comida, el cine y la música, estos dos últimos el escape de Elisa y lo que básicamente la convierte en una soñadora.

Pero Elisa no acapara del todo la trama de La Forma del Agua. El villano principal y los personajes secundarios expanden las ideas de del Toro y hacen de la cinta una más rica. Hablemos primero de Strickland, el detestable antagonista que representa lo peor del sueño americano de antaño. Su actitud racista, machista y nacionalista resume los males que aquejan actualmente a la sociedad y que al final marginan a personas como Elisa, Zelda y Giles. El director nos presenta su vida suburbana aparentemente perfecta con un par de "lindos" hijos, una amorosa y guapa esposa y una carrera militar muy fructífera. Pero ni siquiera él mismo puede desentenderse del olor a podrido que emana de su interior, algo que poco a poco lo vuelve loco y que trata de ocultar disimuladamente siendo un total imbécil con sus subalternos.


Zelda y Giles, junto con Elisa, representan a los marginados, aquellos que no tienen voz y que han sido relegados a una clase inferior. Del Toro nos deja dar un vistazo a la vida de estos individuos, sobre todo la de Giles, un ilustrador homosexual que no ha podido salir del clóset debido a las imposiciones sociales. Cuando las nuevas tendencias de publicidad le cierran cualquier oportunidad laboral y la discriminación lo hacen sentir más apartado que nunca es cuando finalmente entiende el drama que vive Elisa. Por otro lado, Zelda, víctima del racismo fuera de casa y del machismo dentro de ella, no puede evitar una profunda felicidad al ver a su amiga sentirse plena por primera vez. Así, los marginados unen esfuerzos no solo para salvar al Hombre Anfibio, sino para cambiar el statu quo.

Y falta mencionar al Dr. Robert Hoffstetler (Michael Stuhlbarg), quien quiere estudiar a la criatura en el nombre de la ciencia, pero que guarda un secreto que podría poner en riesgo de su vida. Como un rechazado más, el doctor emprende su propia lucha en contra del sistema para salvar al monstruo y su propio pellejo.

"Si no hacemos nada, no somos nada", le dice Elisa con señas a Giles mientras lo intenta convencer de que lo ayude a salvar al Hombre Anfibio. La Forma del Agua supone la lucha que cada uno de sus héroes para derribar los muros que han construido frente a ellos. Al levantarse, su voz es escuchada y temida por los opresores, quienes se escudan en el odio y la segregación. Pero al final de todo, la película es una bella historia de amor que nos invita a ver este sentimiento como algo ilimitado y que puede tomar cualquier forma. Y claro, no podemos dejar de lado que se trata también de una carta de amor al relato clásico. Si bien estamos ante una narrativa tradicional, Del Toro y su inconfundible creatividad logran convertirla en una obra muy extraña, una extensión de su maravillosa mente.

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